jueves, 14 de mayo de 2015

“TODO-OÍDOS”

Fue el sobrenombre que le puso su madre, aun sabiendo que no expresaba lo que quería decir. Así como aquel que percibe imágenes de seres y cosas que tienen su existencia en mundos inmateriales es llamado “vidente”, en algún momento pensó llamarlo “el oyente”, pero tampoco era exacto y remitía a una actitud de cierta pasividad que ella no quería sugerir. Tampoco se trataba de eso. Percepción de la resonancia de los seres y las cosas sería tal vez lo más aproximado.
Al conocer a alguien, su primera impresión era un sonido. No siempre se trataba de algún instrumento tradicional, muchas veces tenía que ver con los sonidos de la naturaleza o con los ruidos de la civilización urbana. También “oía”, si así puede  decirse,  cuando una persona comenzaba a “desafinar”.
Su madre, por ejemplo, fue siempre una campana; no tanto porque hablara o cantara mucho o en voz alta, sino porque con apenas un gesto era transmisora a distancia de todo cuanto había que celebrar o lamentar. Hubo un tiempo, sin embargo, durante el cual no transmitió nada y esa mudez se volvió peligrosa.  Todo-Oídos tuvo un compañero no muy corpulento pero que era como la bocina de esos enormes camiones de transporte de carga que apenas suenan dicen ”¡cuidado!”. Su maestro de escuela fue un fagot rezongón y dulce. Su mujer, un arroyito de montaña cantarín, transparente y modesto pero constante. Su hijo, tan buena madera,  prometía la madurez de un violoncelo acaso, una lira o una guitarra como él.
Pero siendo todavía un niño, sólo una vez había escuchado un sonido que lo aterró de tal manera que se tapó los oídos como si eso sirviera para no oírlo, y que supuso el de muchos tambores. Fue a la muerte de su padre, y nunca más se repitió. En las épocas del terror fueron a pasar una temporada al campo a casa de sus abuelos. Su padre jamás dormía en el mismo lugar, y no quería ponerlos en peligro. Una noche despertó a los gritos con tambores que le reventaban el cerebro. Más tarde supo que el padre había muerto al caer por un balcón tratando de escapar, según las fuerzas represoras, o más seguramente empujado y golpeado hasta perder el equilibrio, según su madre. A ella, la falta de resonancia le duró muchos años.
Todo-Oídos estudió. Se recibió de arquitecto. Disfrutó del ritmo, la armonía y la exactitud de las formas. Trabajó para convertir belleza en utilidad, y aportar nuevas maneras de vivir acordes a la sociedad de la que formaba parte. Un verano en la playa, al retirarse la espuma de la orilla, percibió el sonido de odio del mar. Alcanzó a avisar. Cinco minutos después, una ola monstruosa devoró el balneario. También su médico alguna vez le pidió ayuda ante un diagnóstico inseguro. Acertó. La fama de brujo crecía. No quiso seguir. Eligió negar su percepción. Con ella podía eventualmente ayudar a algunos, pero usarlo como oficio sonaba a pereza; el suyo era el camino de trabajo y desarrollo de cualquier ser humano. Entonces, con el tiempo fue perdiendo la capacidad de interpretar los sonidos, y poco a poco estos fueron haciéndose  más débiles. Como todo el mundo, ahora oía  sólo con sus oídos.
La vida había empezado con ruidos, alaridos, sollozos y silencios ominosos, pero se regulaba en afectos y armonías. No añoraba ni infancia ni juventud. De algún modo el orden que por lo general se atribuye al transcurso de la existencia se había invertido. Tenía derecho a pensar que bastaba ser moralmente correcto para que la vida lo premiara. Luego vendría la vejez y habría que aceptarla, pero por el momento se trataba de ver crecer un hijo sano y alegre, ayudarlo a encaminarse y hacer vibrar las cuerdas de la guitarra al lado del arroyo. Todo estaba bien.
Así pensaba Todo-Oídos mientras preparaba algo de comer. Su hijo había salido en busca de su novia, y su mujer miraba por televisión  lo de siempre: malas noticias políticas y terribles hechos policiales. Sirvió dos copas de vino.
De pronto, un alarido desbordó arrasando cuanto encontraba a su paso. Alarmado, miró el televisor. En la calle un bulto cubierto, sangre, ambulancia, policías. El periodista hablaba de un  grupo de jóvenes aparentemente drogados que habían muerto a golpes a otro para robarle la moto. Según los documentos encontrados, la víctima sería…


Una a una estallaron las cuerdas de la guitarra cuando los tambores comenzaron a sonar. 

2 comentarios:

  1. oí todo
    lo que un hombre podía oir
    la pérdida infinita
    la pérdida del ser
    la pérdida de todo lo que he amado

    todo oídos bajo el dolor
    bajo el dolor
    el nuevo nacimiento de los tiempos

    bajo el dolor
    el amor y la muerte
    el amor y la muerte son la alegría de la sangre

    zou-puravida
    es que un comentario - como decir esto es bueno o malo porque etc. - no me sale ni satisface.
    Si algo sale de mí - después de haberme compenetrado con la lectura- lo comunico.
    Desde ya, me gustó mucho el cuento.

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  2. Hola! No sé por qué no te estaba siguiendo, pero ahora ya voy a estar al tanto de lo que vayas subiendo ;)

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