sábado, 14 de noviembre de 2015

EL LÁPIZ MÁGICO

Laura está entusiasmada, casi exultante. Tiene ya once cuentos atrapados en su ordenador, sólo falta uno que completará la serie.
Antes de  preparar el café con el que se acompaña en su trabajo, da una palmadita a la pantalla del ordenador y dice:
── Gracias, Otto.
¡Cómo para no agradecer! Piensa sonriente en lo que significó poder trabajar en silencio y aún escuchar música en lugar del ruido de las teclas de la máquina de escribir;  con un dedo borrar el error o lo indeseado, pero también poder conservar todas las versiones de un mismo texto. No más carbónicos, no más papeles correctores ni ensuciarse las manos para cambiar la cinta de tinta. Y no sólo guarda, diseña, corrige  siempre al  leve movimiento de un dedo, sino que permite obviar muchos libros de consulta abriendo ventanas y más ventanas al mundo globalizado. ¡Al fin se han cumplido sus fantasías infantiles!
Cuando era pequeña amaba los cuentos en los que los seres humanos hablaban con los animales, los duendes y las hadas. Algo que la inquietaba especialmente era la capacidad de brujas y hechiceros para lograr que sombreros, capas, calderos y varas obedecieran sus órdenes. Soñaba con el día en el que amaneciera diciendo:
 ── Pava al fuego, taza con su plato, cuchillo  al pan, manteca y mermelada a las rodajas, ──y así  hasta que una bandeja voladora le alcanzara el desayuno perfecto.  
Un suspiro de satisfacción, una taza de café humeante y vuelta al trabajo. Pero el ordenador  misteriosamente se niega. « Tal vez se cayó el sistema, —comienza a especular—  tal vez el antivirus es un guardia de seguridad que previene al punto de impedir; podría ser un corte de la electricidad, pero no, en el resto de la casa los aparatos eléctricos funcionan. Entonces ¿qué? Entonces ¿quién?»
Algo semejante a rabia, desencanto, temor a que sus ideas se escurran por un agujero negro la invade. Repara en que tras esas infinitas ventanas, la web tiene voluntades  desconocidas y absolutamente indiferentes a la propia. Ese es su misterio. Su aparente magia  es un vacío.
Al borde de las lágrimas, y acaso por ellas, los recuerdos vuelven a la primera infancia.
 El día en que cumplió siete años, sus padres le regalaron  ropas y zapatos nuevos  que ella había elegido, pero también un cuaderno de tapas rojas y un lápiz ya que, según le dijeron con mucha seriedad, era hora de empezar   la escuela. Laura lloró, suplicó, pataleó, se negó a comer, enfermó, decidió no hablar ni escuchar.  Nada parecía conmover a los padres. Una tarde, milagrosamente, llegó de visita la abuela. Ella le contó sus cuitas, se quejó de la maldad de sus padres y pidió la compasión y la ayuda de su adorada Nona. Ésta le prometió que hablarían a la hora de los cuentos.
Ya en su dormitorio, Laura mostraba orgullosa sus regalos pero iba dejando de lado el cuaderno y el lápiz. Al cabo la abuela preguntó:
── ¿Y estos también son regalos?
── Te dije, Nona, quieren obligarme a ir a la escuela.
La abuela abrió el cuaderno y mientras sacaba punta al lápiz, canturreó:
── Lápiz nuevo, lápiz nuevo escribe, si sabes, el nombre de tu dueña.
Luego, escribió Laura en la primera página, y mirando a su nieta le dijo:
── ¡Un lápiz mágico, Laura, te han regalado un lápiz mágico!
── Pero si es mágico no necesito ir a la escuela, hace lo que yo quiero y ya está.
── A ver, probemos…
Terrible fue la desilusión. Sólo había garabatos. Laura recuerda, ahora con una sonrisa, cómo se enojó con su abuela:
── ¡Sos como las brujas de los cuentos, y no querés enseñarme!
── Vamos, vamos, si no sabemos dónde está nuestro querer, creemos encontrarlo donde no está. Tus manos mostrarán lo que hay en tu alma.
Tomó la mano de su nieta y la fue guiando. Así Laura  aprendió que la magia de su lápiz provenía de la voluntad que corría por su brazo hasta la punta de los dedos.
Aliviada por el  recuerdo, palmea a Otto una vez más y dice:
──  Descansá, hoy salgo con tu hermano mayor.
Busca un lápiz y remedando a su abuela canturrea:

── Lápiz mágico, lápiz mágico escribe, si sabes, lo que quiere tu dueña, y te llevaré siempre en mi bolso para abrir otras ventanas al mundo.