lunes, 12 de noviembre de 2018

CRÓNICA DE UN AMOR-DOLOR




                                       “…………………………………………
                                       porque la sombra del árbol de los encuentros
                                       ha oscurecido para siempre el sol.”
                                                                                  Víctor Redondo




Hechos y Antecedentes:
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Él, científico aficionado, ejecutivo de una empresa financiera.

Ella, profesora de Artes Visuales.

Se  amaron desde muy jóvenes. La experiencia de perderse  en un lugar aislado y haber soportado  juntos el miedo y la incertidumbre, los  unió más.

Un hijo de trece años de inteligencia despierta y gran curiosidad.

Estables en una felicidad sin pretensiones, él hace experimentos en el sótano de su casa, siempre infructuosamente.

Ella se lo reprocha, también infructuosamente.

El hijo quiere saber y participar. La madre no quiere. El padre echa en cara a su mujer el celo excesivo en la protección a su hijo. Ella, a su vez, desaprueba el exceso de libertades que su marido otorga al niño y que se parecen, según ella, a la falta de límites por comodidad.

Un grito en la noche a la hora de las brujas.

El hijo muere por una descarga eléctrica del último experimento de su padre. En un segundo, la vida de todos se hace trizas. El padre es recluido en un psiquiátrico, loco de culpa.


Primera visita:
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Él: No puedo mirarte, pero necesito que me abraces.

Ella: No puedo tocarte, ni creo que vuelva a poder hacerlo. ¿Cómo haría para olvidar que eres el responsable de la muerte de nuestro hijo? Te veo, y lo veo en el piso quemado por la descarga… No, no pidas más que esta visita.

Él: Lo tenías tan atado… Quería ayudarlo a vivir…

Ella: Pero lo ayudaste a morir. ¡Al hijo de nuestro amor, a los trece años! Y todo ¿para qué? Para que triunfara en tu lugar, te aliviara de tus frustraciones.

Él: Ayúdame a morir, entonces.

Levanta la vista y la ve rígida, con una estaca en el alma, partida de dolor. La abraza.

Oh, mi querida, querida…

Ella le golpea el pecho con los puños cerrados, hasta que por fin su cuerpo  cede a los brazos de él.

Son puro llanto.

Ella: Aquí te ayudarán. Yo no sé cómo.


Segunda visita:
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Ella: Vine a despedirme. Me voy lejos de aquí. Quiero empezar de nuevo. Quiero volver a reír, a amar si es posible. En casa, desde que no está, todo está muerto.

Él: Por favor, no me abandones. Sólo tengo tu voz, el recuerdo de su risa, y la aridez de un corazón que late únicamente por el desgarro de la culpa.

Ella: —¿No piensas en mí?

Él: Todo el tiempo.

Ella pone su mano sobre la de él y dice:

Cada uno lo quiso para sí. Los dos perdimos. Te escribiré, si puedo.


Tercera visita:
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Él: Volviste.

Ella: Lo intenté. Me quisieron y me comprendieron. Son muchos los que sufren penas similares, sin embargo… estás todo el tiempo allí con él; en mi cabeza, en mi corazón, en mis entrañas. Es inútil huir. El horror compartido no nos deja salir del infierno por separado.

Él: ¿Qué falta?

Ella: No participaron del comienzo, de sus pocos años, de su fin. Comprenden, pero solo pueden estar en la raíz de su propia pena, no de la mía. ¿Te acuerdas cuando tenía diez meses y te miraba silbar con ojos de maravilla y fruncía los labios queriendo imitarte? Para los otros, esas son bellas anécdotas, nada más.

Él: También aquí pasa. Hay hasta compasión, pero en su mirada no puedo encontrarlo ni encontrarte. No sé seguir. No hay caminos en este desierto. Solo confusión y un silencio aterrador.


Última visita:
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Ella: Dicen los médicos que podrías salir, si quisieras.

Él: ¿Salir? ¿A dónde? ¿A la nada? ¿Qué es un hombre que  tiene solo el recuerdo de un hijo que dejó morir, y un amor que  quedó vacío? ¿Qué puede darle al mundo?

Ella: —¡Por favor, no lo digas más! Es un amor cargado de lo más oscuro y de lo más luminoso que vivimos.

Algo viviente retoma su latido en el abrazo entregado de los dos.

Él: No volverá a ser un amor romántico, ni pasional; tampoco será un amor platónico…

Hay casi una risa.

Ella: No. Este será un amor de dolor. Allí lo encontraremos vivo siempre. Vamos.