domingo, 12 de mayo de 2019

EL COMIENZO



                                   








Despertó con una profunda tristeza. El esplendor del mundo en el que ellos dos amanecían cada día, parecía apagarse.

Nada necesitaban. Todo les era dado siempre renovado y brillante. También así, por un momento había sido la noche anterior. Solo ellos percibieron un fulgor que se movía entre árboles y  plantas. Los animales descansaron como siempre, sin alarmas. «Yo quiero», se dijeron  por primera vez. No fue obediencia, sino elección.

En ese mundo maravilloso en el que él era piedras, plantas y animales a la vez que todos ellos eran él, junto a la tristeza surgieron la culpa y el miedo. En derredor todo comenzaba a separarse, a reducirse.

Imposible volver atrás. No tenía coartada. El paso había sido dado sin saber qué perdía, y menos aún qué vendría. Sin embargo no podía comportarse como ella, tranquila, mordisqueando una fruta, mirando el horizonte con la seguridad de quien se siente capaz de poblar un desierto. Él necesitaba hacer algo, esconderse, disimular, antes de que el cielo  hablara. Cuando se encendió como un gran ojo con brillos de relámpago, y el trueno retumbó en la voz, él salió de entre los helechos y respondió:

No fui yo, fue Eva.


Y así comenzó todo.