sábado, 5 de diciembre de 2020

PREGUNTEN A JUAN DIEGO

 


Podéis usar esta imagen en vuestro relato


«—¿De quién hablan, mamá, Yaya?

De nadie. Nada. ¿Por qué?

No, nada. Pusieron voz rara.

¿Rara cómo?

Como de secreto.

Las niñas no deben escuchar las conversaciones de los mayores.»

Tal como te lo cuento. Durante años. Era un susurro de verano. A la hora de la siesta, cuando se suponía que los chicos dormíamos. Sé que escuchaba un nombre de mujer, pero nunca  entendí bien o lo olvidé.   Murió la Yaya y nunca más oí a mi madre hablar con nadie de ese modo. Pero hasta pasados mis veinte años soñé con la mujer de esta foto, diciéndome «pregunten a Juan Diego». Mi madre  me dijo que en la quinta de su abuelo había un indio que cuidaba los caballos llamado así. Nada más.

¡Yo que creía que eran solo sueños, y la dama estaba entre fotos, cartas, encajes,  en el arcón! ¡No hay como mudarse para que empiecen a aparecer fantasmas todos los días! Debería tirarla ¿no? Si no sé quién es ¿para qué guardarla?

¿Pero, no querrías averiguar al menos con quién soñaste tantos años? Decís que esta mudanza es un cambio de vida. Sería bueno saber qué dejás atrás.

No, no.  Tuvo que ver con  abuelos o tíos pero no conmigo, ya está. Mi tema es Dalmiro que quiere hijos ya, y yo después de ese embarazo perdido no me siento capaz de cuidarlos.

¿Y los sueños?

Sueños son, como dijo Calderón. Tal vez a mis veinte años cuando todos estaban  vivos,  habría sido bueno buscar a Juan Diego y preguntarle por esta mujer. Aunque  como de costumbre, nadie preguntaba nada. Era más alta que mi Yaya, pero se le parece  ¿no? Pasame esa caja. Cartas, documentos, tarjetas postales. ¡Esto es la vida eterna!

Una catarata de lágrimas. Ángela la abraza.

¿Qué pasa?

Es un agobio terrible.  ¿Será la vieja historia de la niña enamorada del sirviente? Pero, ¿por qué decía «pregunten a Juan Diego», y no « me dejó» o  « me sedujo», por ejemplo?

Creo que ese indio debía saber algo que por algún motivo  calló muy bien. ¿No queda nadie de la familia de tu Yaya?

Sí, tengo una tía abuela que ya está muy mayor, pero quizá su hija sepa algo o pueda preguntarle. Ya veré. Tengo mucho que resolver antes del viaje. Mudarme, dejar el poder para la venta de la casa, ordenar  lo que queda y lo que haya que pagar mientras no estoy. Es mucho. Dalmiro se queda con la gata. También a ella la abandono.  No sé si algún día aprenderé a cuidar.

Basta con eso. A dormir.

A pesar del cansancio, Leonor no duerme. Al amanecer se abalanza sobre la caja de cartas y postales como si la vida le fuera en ello. La cosecha es prometedora: Una foto en sepia ya muy borrosa  de cuatro criaturas, tres niñas y un varón de ojos tristes vestidos de luto, apenas un encaje blanco en los cuellos. Hay otra del bisabuelo con botas y fusta en mano a punto de montar un caballo que un niño de rasgos indígenas sostiene de las riendas. «Este debe ser Juan Diego, parece menor que los  hermanos.» piensa.  Se impacienta. Quiere vaciar la caja de una vez y al mismo tiempo leer todas las cartas y postales. Hay una con un paisaje marítimo dirigida a Rita y firmada por su abuela:

Cuidado Rita. Acordate de Amalia.” Nada más.

En el fondo de la caja, un sugestivo  sobre azul. Hay una comunicación de la Superiora de un convento donde renuncia a hacerse cargo  de alguien que no menciona, e invita al bisabuelo a ir  a aclarar la situación; también hay un certificado  con sellos y firmas municipales donde consta una donación al hospicio de la ciudad. La fecha es  pocos días después de la carta de la monja.

Es hora de  ver a Rita con sus descubrimientos en la mano.

Ante la foto de los niños, Rita suspira, 

El luto por mamá.

Después Leonor muestra la postal.

Nada, mujer. No recuerdo. Pavadas de adolescentes.

Pero, ¿quién era Amalia?

La mayor. No la recuerdo. Yo era muy niña cuando se fue.

¿A dónde Rita, por favor? Mirá, traigo una carta de un convento dirigida al Tata, ¿sabés algo?

Ahora que pienso, una vez oímos al Tata gritar enojado como nunca encerrado en su escritorio. Creo que Amalia estaba con él. Aullaba algo como: «Estás loca, es mi amigo,  ni más ni menos que el Presidente ¿cómo pretendés que te crea? ¡Mentirosa! ¡Mi hija una mujerzuela loca! » Al día siguiente Amalia no estaba más. Sé que Delia, tu abuela, le mandaba cosas con Juan Diego una o dos veces al mes, pero la última vez el indio no volvió. No supimos más de él. Dejá el pasado en paz.

No puedo, tía. He soñado con esta adolescente  como con nadie en mi vida.

El convento ya no existe. Queda el hospicio.

Va, determinada, temblando. Consigue que busquen en los archivos. Finalmente encuentra una carpeta con el nombre de la tía abuela perdida.

Fecha ilegible: Menor de edad. Signos de recién parida. Delirios de grandeza. Se cree amante de un Presidente y lo hace padre del hijo que no trae con ella.

Otra hoja, otra letra, otra tinta: Actual delirio, «Juan Diego sabe. Pregúntenle.»

Defunción (otro borrón de tinta): Intoxicación. Nadie reclama el cuerpo.
















sábado, 7 de noviembre de 2020

BAJO EL VOLCÁN (con perdón de Lowry)

 



Alrededor de mil años después de la archiconocida competencia entre la Liebre y la Tortuga, dos ejemplares de ambas especies se encontraron nuevamente en la pradera bajo un volcán.

Las dos masticaban hojas de su preferencia. La tortuga protegiéndose de la excesiva luz bajo un arbusto; la liebre buscando las hierbas más tiernas para su alimento. Hacía buen tiempo y ninguna  sufría dolores o preocupaciones. Cierta dosis de aburrimiento sobrepasaba los límites de herencia y costumbres, y se filtraba en esa felicidad. Fue la Liebre, siempre dispuesta al movimiento, quien soltó la propuesta:

      ¿Y si  volviéramos a intentar la carrera de nuestras abuelas? Me gustaría restablecer el honor de las Liebres. Después de todo ya no somos las mismas.

      Por mí, no hay inconveniente. Pero no creas que somos tan distintas de nuestra especie. Yo tengo  los antecedentes por todos conocidos y la sabiduría de la edad que me ayudan.

      ¡Ja! Quizás mis patas sean más rápidas que las de mi abuela, soy joven y traigo cambios y velocidad, ¡sabihonda! gritó la Liebre.

      La tierra es la que cambia, nosotras nos adaptamos murmuró la tortuga echándose a andar.

La liebre seguía comiendo hierba gozando del sol, algo sobradora, segura de su glorioso futuro. Las dos actuaban de acuerdo a sus instintos.

De pronto, ambas sintieron un temblor. Continuará.


domingo, 4 de octubre de 2020

¿CUÁL ES EL PROBLEMA?





Podéis usar esta imagen en vuestro relato




No entiendo cuál es el problema. Usted es abogado, explíquemelo. Antes de defenderla, tendría que oír la otra campana, creo yo. Era tan dulce, tan adaptable cuando nos conocimos. Siempre dispuesta a darme el gusto. Recuerdo un domingo de recién casados. Mientras leía el diario me dieron ganas de comer huevos fritos.

¡Quiero huevos fritos! —le grité a través de la puerta del baño donde estaba terminando de ducharse. Salió corriendo hacia la cocina con el pelo mojado y a medio vestir para darme el gusto. Era tan servicial entonces.

Es verdad, me avisó que estaban en la mesa pero ¿es que uno no tiene derecho a leer el diario con calma el domingo a la mañana? Cuando me senté a la mesa estaban fríos. Se los tiré a la basura.

¿Fríos, fríos, me servís la comida fría! volví a gritar y me fui al bodegón a comer. Es mi derecho ¿no? Soy un profesional que trabaja toda la semana y merezco comer calientes mis huevos fritos.

Volví tarde esa noche, después de haber ido al cine y a emborracharme en un bar. Como esa, hubo muchas situaciones parecidas y con el tiempo se fue poniendo más hosca, menos paciente más resentida. Pero no por eso yo pensé en divorciarme. Al contrario, quería ayudarla. Ella también trabaja. La oigo: «Además del trabajo de la casa». Pero no se lo digo. Esa es su primera obligación. Por otra parte, cuando quiere que hagamos mejoras en la casa o que salgamos de paseo algún fin de semana, yo le digo:

Habrá que ganar más… porque lo cierto es que  no gana tanto como yo y siempre está proponiendo cosas nuevas. Que por qué no ahorramos para comprar un auto, que por qué no podemos ir al río en el fin de semana, que por qué no invitamos a amigos a tomar una copa, y muchas pavadas más. Me gusta ver amigos, pero me parece que son ellos quienes deberían invitarme, después de todo no trabajo durante la semana para gastar en el whisky que se toman los amigos. Alberto y Matías solían invitarnos los viernes o sábados pero llaman cada vez menos. Alberto se molestaba cuando comentábamos una película. Comentábamos es un decir, yo repetía lo que decía ella porque estaba de acuerdo. ¿Era mi mujer, no? Una vez me invitó a que fuéramos solos a un estreno. Quería ponerme a prueba, estoy seguro Cuando salimos me preguntó qué pensaba. Como me había quedado dormido, no dije nada.

Si te falta el ladero, no sabés nada dijo riéndose.

Es verdad que ella hacía buenos comentarios y yo las más de las veces me quedaba dormido. Después de todo un intelectual  necesita descansar la cabeza de vez en cuando.  ¿Cuál es el problema? No puede ser por eso que quiera separarse. Tampoco porque cuando salíamos a caminar, yo siempre fuera varios pasos más adelante. Solamente tengo piernas más largas, pero se quejaba de que la dejaba sola y no se podía compartir nada.

Le pido que me entienda. ¿Le contó del robo? Era una fiesta grande y nos habían invitado a los dos. Ella iba a sacar las fotos. No quise ir. Había más  gente de su ambiente. No iba a tener con quién hablar así que me quedé. A la madrugada, cuando salió buscando un taxi la asaltaron y le quitaron todas sus herramientas de trabajo. Tuvo que volver al lugar de la fiesta para llamarme. Llorando me pidió que la fuera a buscar. ¿Se da cuenta? Cómo no me iba a enojar, estaba clarísimo que era uno de sus manejos para mostrarme que yo debía haberla acompañado. Se lo dije. A partir de entonces está cada vez más distante y enojada conmigo. Sé que los dueños de casa y otras personas presentes me consideran un monstruo o algo parecido, y hasta he llegado a preguntarme si no será que alguno de ellos, tal vez Alberto no anda medio enamorado.

No, claro que si quisiera engañarme no pediría el divorcio, pero ¿no será una puesta en escena para que yo afloje y vuelva a seducirla?   Porque está claro que con lo que ella gana no basta para mantener la casa y el crío.

Sí, sé muy bien que no puedo obligarla a vender la casa porque no es bien ganancial sino herencia de sus padres que me odiaban. ¿Dice que eso no tiene que ver con la simpatía o antipatía que me tuvieran? Puede ser, pero seguro que ellos querían que yo me fuera. Se los veía en la mirada. Y a propósito, si usted va a llevar el divorcio de su lado, es mejor que no quiera sacarme una buena pensión para el crío que con una escuela pública alcanza; y si me fastidian mucho desde ya le aviso que hay más de una mujer dispuesta a casarse conmigo, y ese día, mire lo que le digo, ese día le hago un juicio por loca y me quedo con el crío. Después de todo también es mi hijo. Aunque no estoy para limpiarle el culo. Soy un intelectual que trabaja toda la semana y precisa descanso. ¿Está claro?


martes, 22 de septiembre de 2020

MADAME LA NUBE Y CUCHICUCHI

 


Un investigador privado al que le gustan las corridas de toros y un desatascador de alcantarillas que no puede distinguir hombres de mujeres, investigan la muerte de un entrenador personal que atiende a personajes famosos, pero la intervención de la madama de un burdel y la música cambiarán todo lo supuesto.

(Esto es una reproducción aproximada del argumento elegido. Un accidente informático me borró todo. Pude rehacer mi relato, pero no volví a encontrar el argumento)




MADAME LA NUBE Y CUCHICUCHI

Cuchicuchi, la mascota-robot de Madame La Nube, hace días anda inquieto, torpe. Tropieza con puertas, columnas, árboles, escalones. Pequeños rayos azules salen como cortocircuitos cuando sacude su cabeza nervioso. Madame La Nube le pregunta si se siente mal; él no contesta. Lo reta; se retira resentido. Lo obliga a un service completo más frecuente. Nada sirve.

Adelaide, así se llama en realidad Madame La Nube, está preocupada. Su robot es muy curioso, espía a las chicas del burdel y a los vecinos del pueblo. Es su mejor informante. Por eso, ella accedió a prestarlo a la policía para investigar un crimen sangriento de una niña en el que han encontrado un cuchillo manchado de sangre pero sin una sola huella digital. Ahora se pregunta si ha hecho bien. Su mascota es muy sensible.

 

En la vereda, Adelaide sentada en su hamaca contempla un crepúsculo rojo intenso que amenaza mal tiempo. Cuchicuchi llega a su lado  y al ver el cielo grita:

¡Sangre  del cielo!

¿Qué sabés vos de la sangre?

A la chica se le fue toda…

Madame La Nube  lo ve temblar mientras el robot pone sus manitos metálicas sobre sus pechos.

En una especie de sollozo, Cuchicuchi dice:

Yo también quería calor vivo.


viernes, 29 de mayo de 2020

LA SONRISA DEL GATO











Tiempos oscuros,  de enfermedad, pena, muerte. Imperan la confusión y un gran desconcierto. Con el querer suspendido, pareciera no haber destino ni alegría verdadera. Solo por andar un poco más antes de que me devuelvan al encierro, entro a una vieja librería sin reconocer el camino.  Tiene recovecos, escaleras, bancos con escalones, cada tanto una mesa con libros o cuadernos de notas y una lámpara, y las paredes tapizadas, claro está, de estanterías de madera oscura llenas de cuanto otras humanidades cantaron, pensaron, vivieron en una tierra que va dejando de ser nuestra.
 Libros de todos los tamaños y todos los grosores encuadernados en cuero, en tela, en cartón, con dibujos, sin ellos, letras doradas o simples letras en tinta. Solo por las vidrieras que dan a la calle, y acaso por algún ventanuco en el techo entra algo de  luz natural. Sin embargo subo sin tropezar, mirando, buscando qué ilumina, qué me permite leer títulos y autores. Era tu mundo. También yo quise hacerlo mío, pero se está derrumbando bajo el peso abrumador de tanto aparato de luces malas,  voces falsas,  imágenes mentirosas y  palabras vacías. 
 Encuentro aquel grueso ejemplar de cuentos de hadas ingleses con el que te sentabas cada noche al pie de nuestras camas a leernos alguna historia. Pero lo maravilloso era que no necesitabas abrirlo, solo dejabas descansar tu mano sobre la tapa y comenzabas a contar. 

 Sentada en un escalón levanto la mirada. Colgando del vacío hay una sonrisa que  recuerda  la del gato de Cheshire sin bigotes. Es una sonrisa humana. Espero que aparezca su cabeza, pero no. Sí aparecen los ojos. ¡Ah, ahora te reconozco, son tus ojos color uva pelada! Apenas un instante de consuelo.

 —Si te apurás, pasarás de largo. Si no te apurás, perderás el camino dice el Conejo Blanco yéndose sin mirarme.
 ¿Otra vez Alicia?  Esa historia siempre me dio miedo. Criamos niños como cerdos; siempre hay alguien dispuesto a cortarnos la cabeza mientras crecemos o nos reducimos en el miedo, comiendo o bebiendo de la mano derecha o de la izquierda; tan pronto con la boca cerrada contra el piso como estirando  cuellos de serpiente para respirar sin poder vernos los pies. Es algo perverso que no tiene gracia  ni tan siquiera en sueños. ¡No quiero un jardín de imágenes de baraja!

Afuera suenan sirenas de ambulancias que pasan por las calles vacías, urgidas por su propia voz. Y de pronto la Reina comienza a gritar:

 —¡No habrá más pobres, que les corten la cabeza!

 La Tortuga llora:
  — Pobres, ¿no habrá más?

 El Sombrerero preocupado pregunta en voz baja, temiendo que la Reina oiga:
  —¿De qué pobres habla, de los pobres del no o de los no tan pobres?

 Ante mi horror, la Reina me mira a los ojos y vuelve a gritar:
  —¡Que le corten la cabeza a la que no dice nada antes de que yo ordene silencio!

 Un Rey temeroso pero que quiere ser  conciliador, le susurra:
  —Pero querida, ¿no estabas vos misma por ordenar silencio?

  —Los que hacen lo que voy a decir antes de que yo lo diga son rebeldes que quieren hacer que yo diga lo que ellos hacen.

 Afuera, (¿pero afuera en la calle o afuera en mi sueño?) una multitud clama:
  —¡Queremos la verdad, y nada más que la verdad!

  —¡Pues entonces será nada porque la verdad no pertenece a esta historia!

 Confundida, con la cabeza a punto de estallar consigo salir de ese jardín de pesadilla. Ya no estoy en la librería ni entre barajas. Tres caminos llanos de pocos árboles se abren llamándome. Más y más preguntas «¿Dónde me pongo?,  ¿Por dónde quiero caminar?, ¿Quién quiero ser ahora?» pienso desesperada. Me siento a llorar, creando avergonzada mi propio mar de lágrimas.

  —Vamos, no llores me habla alguien desde un árbol. Es, por supuesto, tu sonrisa de gato de Cheshire.
El presbítero no pudo alcanzarte, no te llamás Alicia, y nunca  permitiste que te corten la cabeza. Por donde vayas llegarás a donde quieras,  lo sabés. Solo hay que ponerse a andar.

 La sonrisa  desaparece. Pero yo no me conformo:
  —Volvé, por favor. Un poquito más… No entiendo bien, ¿cualquier camino dijiste?

 No vuelve. Ya no soy aquella niña, mi desolación es la de una mujer. No puedo renunciar. Hay sonidos de viento en las nubes que pasan,  concentrándose en una voz distinta, más grave, más profunda. Es una voz de amor que recita desde el alma:

  —No desfallezcas si no  me encuentras pronto/ si no estoy en un lugar, búscame en otro/ En alguno te estaré esperando.*

*Walt Whitman, poeta estadounidense

lunes, 30 de marzo de 2020

VOLVER A CASA

 XX Edición: CRÓNICAS MARCIANAS de Ray Bradbury



Para participar en la siguiente edición, vuestro relato debe seguir los siguientes requisitos:
TEMA: El relato deberá contar con, al menos, uno de estos requisitos (podéis elegir uno, dos o los tres):

  • Escribir una historia de ciencia ficción, ya sea viajes espaciales, colonización planetaria, robots, encuentros con extraterrestres...
  • Un relato en el que se mencione con sentido la novela Crónicas Marcianas o al autor, Ray Bradbury.
  • Un relato en el que la acción transcurra en un planeta inventado.


VOLVER A CASA

                                                                           Piensa que no todos los senderos que te
                                                                           llevan te traen de vuelta.
                                                                                          Úrsula K. Le Guin



  Volvió a soñar con su lejana Terra. Globo danzante en el espacio oscuro, con zonas azules rasgadas de nubes blancas que  recordaban los bordes de espuma de las olas. El planeta azul. Sus huesos eran mineral de esa tierra. ¿Podría entregárselos un día? Le habría gustado saber qué estaba ocurriendo allí  ahora.
  Siddy se preparó una infusión con alguna de las tantas hierbas que guardaba de todos los planetas visitados. El ordenador titilaba con una señal de mensaje de la Liga. No, no sabía bien por qué, pero no lo abriría todavía. Primero su té y sus recuerdos.
  Muy joven, apenas recibida de etnóloga, fue contratada por la novísima Liga de las Galaxias, para recoger en cada planeta  datos de sus habitantes, sus culturas y  sus necesidades.
  Desde su origen más remoto, estas Organizaciones o Ligas en sus comienzos habían tenido  excelentes intenciones que degeneraban muy rápidamente en ejercicios de dominación y poder sobre sociedades más pobres o tecnológicamente más atrasadas. Se servían de tiranos o reyezuelos locales, en algunos casos hasta de Sumos Sacerdotes para infiltrar ejércitos, armas, tecnología que sirvieran de control sobre ellas. 
  Ella había demorado un tiempo en comprobar el uso que la Liga hacía de su trabajo. Fue uno de sus guardias en el Planeta XJ-27, quien una noche de revueltas callejeras la sacó del peligro inmediato y la llevó a un galpón en las afueras. Allí, en un ordenador de última generación le mostró grabaciones de lo que sucedía con sus informes a la Liga: eran deformados cambiando datos y contando propaganda oficial; reclamando u ofreciendo ayuda para una represión inmediata. Y en todas las galaxias  vio multiplicadas las fogatas ardientes de libros y piras humanas como las que contaba la historia de Terra, el hambre, la enfermedad y la muerte.
  El guardia, ahora su amigo Teys, la puso en contacto con los grupos rebeldes de la ciudad. Siddy cambió su táctica, escribía sus informes de acuerdo a lo que sus nuevas relaciones necesitaban que se dijera ante la Liga para continuar con un trabajo largo y silencioso. Cuando la enviaron a otro planeta tuvo que despedirse de Teys y sus amigos, sin embargo para ese entonces los rebeldes  se relacionaban como hormigas subterráneas con otros lugares esclavizados, y ella llevaba datos de un lugar a otro. Pero alguien, quizás ella misma dando un paso en falso en sus informes, los alertó.
  Abrió el mensaje. Leyó. Con bastante frialdad y distancia, «como corresponde a los informes intergalácticos» pensó con ironía, se la jubilaba de su extensa labor. La Liga consideraba que aunque parecía una mujer de cuarenta y pocos años, teniendo en cuenta que había nacido en Terra, en ese momento Siddy tendría ya varios cientos; y de haberse quedado allí,  llevaría mucho tiempo como ceniza terrestre. Le proponían por tanto, que la Liga se hiciera cargo de todas sus necesidades permitiéndole vivir sin trabajar en el último planeta de la última Galaxia conocida, adonde sería transportada en una nave  enviada solo para ella. Por supuesto, si  prefería volver a Terra, podría pedir la repatriación con las consecuencias mencionadas, sabiendo que no podrían recogerla antes de diez años.  
  Encerrada en su habitación los insultó una semana entera,  lloró horas, tal vez días, dejó de comer y de beber, y por fin durmió.
  Resolvió aceptar. La repatriación siempre podría pedirla desde el último lugar.  Antes debía  enviar un mensaje a Teys para que en adelante nadie tomara una comunicación suya como verdadera. 
  ¿Cómo era el borde de la última galaxia? Su curiosidad pudo más, y cuando la nave  la recogió, partió con  entusiasmo.
                                                           ***
  «Fue un premio», pensó la noche de su llegada. El lugar era helado, pero el cielo estrellado de Van Gogh la esperaba en toda su gloria. La voz de sus incorpóreos habitantes que la saludaban y acariciaban como brisas, era la música de las esferas; a veces podían oírse los versos sagrados de los santos rishis y poemas de todas las galaxias repetidos por  los poetas del universo. Una tarde, sonó el órgano de Bach. Pero no había nada material. Empezó a percibir  que su cuerpo físico iba diluyéndose con rapidez sin que ella perdiera ninguna de sus capacidades, aunque ya no necesitara comer ni beber, ni dormir de la manera acostumbrada. Veía los sueños y vivía en ellos hermanándose con esos seres invisibles.
  Algo que nombró como hilos de oro, plata y bronce que flotaban,  se unía en algunos puntos, creando. Otras veces, del hilo de plata se desprendían hilachas que formaban un río o una cabellera; en el de oro aparecían formas de nuevas herramientas, y el de cobre se curvaba en un caldero que recogía los colores. Entonces comprendió: la esclavitud, los incendios, el hambre, las torturas y la muerte no podrían nunca, nunca con los hilos del pensamiento, el sentimiento y la fuerza creadora del arte en ninguno de los mundos posibles. Estaba en casa, por fin.
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La Liga de las Galaxias, también llamada Ekumen, es una creación literaria de Úrsula K. Le Guin.

martes, 25 de febrero de 2020

SILENCIO




Tema: El relato deberá contar con, al menos, uno de estos requisitos (podéis elegir uno, dos o los tres):
  • Escribir una historia de amor, dejo al gusto del autor el nivel de romanticismo.
  • Un relato en el que se mencione con sentido la novela Lo que el viento se llevó o a la autora, Margaret Mitchell.
  • Un relato en el que la acción transcurra en un contexto de guerra, desde el punto de vista de un personaje femenino.
  • Extensión: 900 palabras como máximo.
  • Elijo el tercer requisito.

 

         Silencio. Silencio ominoso y aterrador. Aunque no es algo nuevo. No, no es eso. Desde Marzo del  ’76 ya no se habla por la calle. Solo que ahora hasta hemos dejado de respirar. Estoy en un colectivo. Suben tres soldados armados. Uno se queda junto al conductor, los otros dos se dirigen directamente a una pareja muy joven que intenta bajar, pero el conductor no logra abrir la puerta a tiempo. Se los llevan. No miramos más que de soslayo. Nadie dice ni hace nada. Seguimos. Una mujer estornuda o algo parecido, y se tapa la cara como puede. Creo que llora.

   Hoy nuevamente cambio de casa para dormir. Ay, ay, amor, ¿dónde estarás? ¿vivirás? ¿cuál es tu oscuridad? ¿Cómo habrá sido contigo? No me perdono haberte dejado ir esa mañana. Tan débil mi «no vayas a la redacción, tengo miedo», y tan segura e inconsciente tu respuesta, «son tres cuadras no más, entrego y vuelvo en un minuto.» ¿Cuántos días lleva ya ese minuto? Lloro por las noches en la cama,  jergón o suelo que me toque,  nunca donde me vean. Hasta llorar es peligroso.

   Sí, a veces hablo con alguno de nuestros amigos o conocidos, cuando damos mil vueltas antes de encontrarnos para estar seguros de que no nos siguen. Siempre me traen una nueva dirección como quien  hace un regalo para pasar unas noches, y tratan de convencerme de que me vaya  del país. No puedo, por ahora no puedo. ¿Cómo dejarte? Pero, -y los cuchillitos bien intencionados van cortándome la piel: «¿sabés dónde está? ¿podés hacer algo por él? ¿sabés siquiera si vive, no es mejor acaso que lo esperes segura?» Lo único que sé es que no puedo dejar de hablarte mentalmente. Te escribiría si fuera otra época, pero ¿adónde? Te pienso y te cuento cada paso  del día todo el tiempo. Trato de contestarme como me contestarías. Hasta eso empieza a fallar. No por olvido, sino porque tus respuestas son las de entonces, fijas en un tiempo que no avanza ni retrocede ni para vos, ni para mí, ni para nadie. El pensamiento encerrado en un cerebro muere muy pronto. Es una quietud monstruosa en medio de un cielo negro y una tierra igualmente negra con gusto a polvo. El miedo tiembla entre el estómago y el corazón.

   Cierran toda clase de publicaciones, lo que se ve en televisión es vacío y tonto; los artistas que nos ayudaban a mirar el mundo cada día han debido irse, o no sabemos qué han hecho con ellos. Ayer me enteré que secuestraron la edición completa de “En el aura del sauce” de nuestro amado Juan L. Ortiz; bueno, casi  toda. Nosotros alcanzamos a comprarla y está bien protegida y guardada. Es mi modesto triunfo de hoy.

   Acabo de pararme en seco antes de llegar a la esquina. Pasan dos hombres armados corriendo por la calle  transversal, y oigo la voz de un niño que pregunta:

¿A quién van a matar mamá?

   Veo una frutería abierta y entro a comprar dos manzanas mientras pienso qué hacer. No encuentro cambio y me tiemblan las manos y las piernas. Resuelvo seguir y pasar distraída ante la dirección que me espera, para ver si debo entrar o si es a mí a quien buscan.

   Antes de llegar, a la puerta de otro edificio  hay vecinos alterados discutiendo entre ellos.

Uno no puede meterse.

Algo habrán hecho.

¿No había una criatura con ellos?

No sé, no pienso averiguar.

   Vergüenza, dolor, desprecio, son algunos de los sentimientos entremezclados en mi pecho. Yo sí pienso averiguar. Doy una vuelta a la manzana. Los vecinos han desaparecido y el portero está sacando la basura. Aprovecho el momento en el que atareado en la vereda me da la espalda, y me escondo en el hueco de la escalera.

   Es de noche, tarde. Esperé hasta sentir el silencio del sueño en el edificio.  Ahora subo en la oscuridad tratando de reconocer puertas cerradas. No sé si a la altura del tercer o cuarto piso, oigo un gemido o acaso un maullido. Es un continuo muy leve, temeroso, como quien se llora a sí mismo. Al fin veo un hueco por donde se filtra algo de luz. El maullido es más fuerte. Me arriesgo tanteando. Piso vidrios, papeles, objetos, ropa pero nada se mueve. En la cocina-lavadero me parece adivinar un movimiento. Llamo con un suave tss  tss; desde atrás del lavarropas no sale un gato sino una criatura temblorosa de cuatro o cinco años.  La abrazo. Trato de darle calor.

Vamos le digo, y la llevo  otra vez al hueco de la escalera en un largo y peligroso descenso.

   Creo que esperamos una eternidad. Por fin se enciende una luz automática, baja un ascensor. Me enderezo y con la criatura de la mano, aparento dirigirme a la calle. Un hombre sale del ascensor y casi sin mirarme abre la puerta para dejarnos pasar:

Buenas noches.

Es la primera vez desde que te llevaron que miro las estrellas. No sé a quién llevo de mi mano. Sé que no la dejaré por ahora. Y tal vez, si no hallamos abuelos o tíos, ahora sí acepte irme. Con ella. Mientras te espero y ella espera a sus padres, aprenderemos a vivir. Juntas.



                                                                                  

domingo, 26 de enero de 2020

EL BÚHO, LA SERPIENTE Y EL PAVO REAL




La llegada del pavo real  causa una gran conmoción en la granja. El establo, el corral, la pocilga, el cobertizo, parecen una orquesta desafinada con todos los sonidos que salen de los sorprendidos animales. Perro y gato desde el lugar privilegiado de su libertad y su proximidad con el patrón, miran una jaula enorme, larga y alta que los hombres manejan con dificultad y cuidado. También los gorriones revolotean parloteando como siempre, cerca, pero guardando distancia.

Ponen la jaula en el claro. Saben que el recién llegado elegirá su árbol y la rama que le convenga para dormir. El pavo real sale con cautela y cierta majestad. Mira su entorno, sigiloso da una vuelta  y abre su cola. Los gorriones enmudecen. El perro, inmóvil, no se atreve a ladrar,  respira agitado con toda su lengua afuera. El gato salta a una rama y clava sus ojos en esa cola desplegada. El gallo vuelve al corral con aparente indiferencia. Uno de los hombres dice en voz baja:

Es magnífico.

Así, en los días siguientes todo gira en derredor del “nuevo”. Las gallinas cacarean un: «puro anillo, puro anillo, ni siquiera le trajeron hembra para poner huevos. Nosotras estamos todo el día criando pollitos y alimentando a otros con nuestros huevos.» El gallo quiquiriquea: « si hablamos de crestas, la mía es más vistosa, yo soy apenas más bajo.» Las cabras opinan: «demasiados colores, me, me parece feo un animal azul.» El cerdo murmura ronco: « es un vanidoso y orgulloso. No le preocupa nadie más que él.» Los únicos que no opinan son el perro y el gato. Ambos lo observan sin acercarse demasiado.

Una tarde que amenaza lluvia, el pavo real vuelve a abrir su espléndida cola. Ya con más confianza, el perro le pregunta:

¿Por qué hacés eso?
¿Y vos por qué estás siempre jadeando con la lengua afuera?

El gato le maúlla meloso:

¿Sabés por qué te han traído?
No,  allá de dónde soy los otros animales me respetan,  porque para cuidarlos soy perro y gato a la vez, cazo alimañas, y los hombres me consideran sagrado. Mi dueña es una diosa. ¿Saben por qué me odian aquí? Yo no molesto a nadie…

El gato se mueve sinuoso, y dice:
Nuestra belleza molesta a muchos.

Guau, ladra el perro enfurruñado:
No es para tanto, ¿no? Quizás un día de estos te pongan a prueba.
Entre tanto, vos que los dirigís y los cuidás en nombre del patrón, ¿por qué no los invitas a reconocerse en los ojos de mi cola? Tal vez  se callarían un poco.

El pavo real vuela a su rama preferida, no muy alta pero bien protegida de la lluvia y se acomoda dispuesto a dormir. El gato, con el primer trueno, corre a la casa a refugiarse  en las faldas de su ama. El perro va ladrando, empujando a todos a sus corrales. Un cabrito se escapa. El perro lo corre y lo lleva de vuelta, pero en el apuro  engancha la pata trasera en un alambre. Llega a la casa lloroso y malherido.  No saldrá en varios días.

Escampa.  El perro no aparece. Hay cierta desazón en establos y cobertizos. Les gusta que los cuide, pero la independencia no está mal. Sabrán cuidarse solos. Al salir de su refugio bajo el alero, los gorriones perciben un movimiento muy rápido en el pasto crecido  y gritan: «yarará, yarará.»

La serpiente avanza hasta una piedra al sol y desde allí, muy educada y sinuosa, les habla: «Shh, shh, shé que me temen. Creen que vengo  a comerme  sus crías y a envenenar al que se ponga cerca. No es así amigos, vengo a cuidarlos.  He observado que tienen un orgulloso rival gracias al cual el hombre ya ni siquiera los mira. Les propongo un trato. Mientras el perro no venga, yo me quedaré bajo esta piedra vigilando. No me acercaré a sus crías ni a ninguno de ustedes, los protegeré y si el pavo real se acerca, lo morderé para liberarlos a todos de un inútil aristócrata que come ratones y otros animales cuando nadie lo ve. Es peligroso. Engaña con lo único que sabe hacer, desplegar su cola para que lo admiren.»

Las gallinas tienen todos sus pollitos bajo las alas y el gallo lanza un desafiante grito. Vacas, cerdos, cabras,  no dicen ni mu.
En la noche ulula el grito del búho varias veces. Solo el pavo real endereza su cuello un instante,  y vuelve a dormir.  A la mañana faltan varios pollitos, hay huevos mordidos y un lechón muerto de una picadura.

«Juro que no fui yo. Estuve toda la noche bajo la piedra.» Sisea y sisea la yarará ante animales que parecen dispuestos a pisarla, a atacar, pero no se atreven. «Iré en busca del pavo real, lo obligaré a confesar y lo mataré», protesta furiosa mientras sale de la piedra y empieza a avanzar.

No va muy lejos. Imponente,  aparece el pavo real.
¿Me buscabas?
¡Traidor, mentiroso! Mirá lo que hiciste, y los otros me culpan a mí. Antes de darte cuenta estarás muerto, salta la yarará mordiéndolo.

El pavo real sangra pero no cae y pica a la serpiente hasta verla inmóvil.
Por si no lo sabés, soy el único capaz de digerir tu veneno y transformarlo en algo bueno. Para eso sirvo.

domingo, 12 de enero de 2020

LEYENDA DE LAS LLUVIAS AMARILLAS


                                               “Mis cielos son amarillos.”
                                                                       Miguel Argibay, pintor


            —¡Padre viene sangrando bajo la lluvia! grita el niño.
La anciana se echa el manto sobre la cabeza y sale. Alcanza al hombre, lo ayuda a sostenerse y a recostarse sobre el camastro.

El arado… La lluvia… musita, mientras ella va en busca de agua para lavar la herida. Luego, vuelve a salir con un cuchillo y un cuenco pequeño, raspa  la corteza del arbusto de mirra. La resina cae amarilla en la oscuridad de la lluvia. Entra. Agrega un poco de vino al cuenco, lo mezcla y se lo da al niño.

Que lo beba  hasta la última gota.

¿Se va a morir?

No, no te asustes. Lo ayudará a dormir. Después, busca tu capote y la cuchara de oro que era de tu madre. Tenemos mucho que hacer.

Mientras el niño lleva la bebida a su padre, la mujer revuelve potes y frascos en la cocina, hasta encontrar uno con semillas diminutas.
La lluvia cae espesa, mansa, incesante. A lo lejos, le parece oír el llamado de un pájaro. ¿Una alondra tal vez?

Ya la tomó, pero la bebida se puso oscura.

Así debe ser.

Salen armados de sus curiosas herramientas: la cuchara de oro, el cuchillo, un tazón y el frasco de semillas. Corta unas hojas de helechos grandes y se las pone al niño en la cabeza.

Pareces un hongo verde.

Y tu pelo parece lluvia blanca que sale de tu cabeza.

Ríen juntos, y ella se alegra al ver que en los ojos de su nieto la nube de angustia ha dado paso al brillo por la aventura compartida. Llegan al bálsamo y la vieja vuelve a usar el cuchillo hasta lograr que salga un fluido viscoso amarillento que va oscureciéndose. Mientras se llena el tazón y la lluvia cede en intensidad, la abuela empieza a contar:

Hace millones de millones de años hubo una larga temporada de lluvias amarillas. Desde otros planetas se desprendían piedras que se iban haciendo polvo en el camino del cielo y penetraban muy profundamente  la tierra. Eso resultó ser el oro que hoy conocemos. El más perfecto de todos los metales. El rey. Los seres humanos le hemos quitado mucho a la tierra, sin embargo  todavía mezclada entre las piedras de los ríos y arroyos se puede encontrar alguna pepita.  Pero siempre hay que retribuir ¿sabes?; aún en las catástrofes, entre el cielo y la tierra hay acuerdos y retribuciones.
  Con este tazón lleno de bálsamo alcanzará para que la piel de tu padre se vaya cerrando sin ardores. Ahora que la lluvia amaina, con tu cuchara de oro debes cavar aquí. Con ella, la tierra va a sentir la caricia del rey. Le vamos a poner estas semillas que casi no se ven, para que crezca un olíbano que la perfumará; y será esta lluvia la que las empuje a crecer rápido en cuanto salga el sol.  Así, así. ¡Qué suerte tengo con este nieto de rodillas tan jóvenes! Con la panza de la cuchara aplasta la tierra. Un poco más. Muy bien.
  ¡Oh, lo que veo! ¡Arriba jovencito, que empiezan los milagros!

¿Qué ves, qué ves? salta el niño lleno de entusiasmo mientras la protección de helecho terminan de desprenderse de su cabeza.

Allá, entre las copas de los árboles, ese triángulo de cielo amarillo… Vamos, rápido al claro.

Cede la lluvia. Con la luz, las gotas parecen cristales que caen de las hojas  listas a morir en el barro. Casi sin aliento, la vieja sigue hablando mientras apuran el paso:

Todo el mundo habla de los amores del sol y la luna, pero no es así. La luna es ladrona, siempre robando luz al sol. El sol se deja, pero a quien ama es a la lluvia. Entre los dos alimentan la vida de toda la tierra, también la nuestra.

Una exclamación de su nieto la interrumpe. Acaba de descubrir el arcoíris.

Ese es el regalo que se hacen  cuando se unen. Va y vuelve de uno a otro en un arco de colores que trae consuelo y esperanza.
Ya hemos hecho nuestro trabajo; la tierra ha recobrado el amor del rey y su perfume, y sigue dando su bálsamo. Volvamos a ver a tu padre, a limpiar nuestras cosas y a descansar. Más tarde saldrán a iluminarnos las estrellas.