martes, 22 de septiembre de 2020

MADAME LA NUBE Y CUCHICUCHI

 


Un investigador privado al que le gustan las corridas de toros y un desatascador de alcantarillas que no puede distinguir hombres de mujeres, investigan la muerte de un entrenador personal que atiende a personajes famosos, pero la intervención de la madama de un burdel y la música cambiarán todo lo supuesto.

(Esto es una reproducción aproximada del argumento elegido. Un accidente informático me borró todo. Pude rehacer mi relato, pero no volví a encontrar el argumento)




MADAME LA NUBE Y CUCHICUCHI

Cuchicuchi, la mascota-robot de Madame La Nube, hace días anda inquieto, torpe. Tropieza con puertas, columnas, árboles, escalones. Pequeños rayos azules salen como cortocircuitos cuando sacude su cabeza nervioso. Madame La Nube le pregunta si se siente mal; él no contesta. Lo reta; se retira resentido. Lo obliga a un service completo más frecuente. Nada sirve.

Adelaide, así se llama en realidad Madame La Nube, está preocupada. Su robot es muy curioso, espía a las chicas del burdel y a los vecinos del pueblo. Es su mejor informante. Por eso, ella accedió a prestarlo a la policía para investigar un crimen sangriento de una niña en el que han encontrado un cuchillo manchado de sangre pero sin una sola huella digital. Ahora se pregunta si ha hecho bien. Su mascota es muy sensible.

 

En la vereda, Adelaide sentada en su hamaca contempla un crepúsculo rojo intenso que amenaza mal tiempo. Cuchicuchi llega a su lado  y al ver el cielo grita:

¡Sangre  del cielo!

¿Qué sabés vos de la sangre?

A la chica se le fue toda…

Madame La Nube  lo ve temblar mientras el robot pone sus manitos metálicas sobre sus pechos.

En una especie de sollozo, Cuchicuchi dice:

Yo también quería calor vivo.