Camina inseguro
como quien acaba de bajar de un barco en el que ha pasado mucho tiempo. Y
así es, aunque después de dejar el puerto
tomó un ómnibus local, viejo y sin mucha estabilidad, en el que durmió varias horas.
Soñó con el
mar, el horizonte siempre igual y un albatros que pasaba por su sueño chillando como el aviso de una tempestad.
Ahora trata
de recuperar la tierra y hacerle sentir su peso. Una lluvia sin viento lo obligó a sacar el
capote marinero de la bolsa, pero no barrió la humedad pegajosa y pesada que
anula el cerebro.
No reconoce el lugar; sabe
dónde está, sin más. Avanza. Mira las fachadas de las casas con
detenimiento. No hay restos de destrucción, tan sólo altos y feos edificios
cuya modernidad delata una construcción sobre ruinas.
Empieza a faltarle el aire. ¿Quién será a partir de ahora? Ante todo tendrá que recuperar su nombre. No lo ha olvidado, pero tanto tiempo sin que lo llamen por él lo ha dejado sin resonancia.
Empieza a faltarle el aire. ¿Quién será a partir de ahora? Ante todo tendrá que recuperar su nombre. No lo ha olvidado, pero tanto tiempo sin que lo llamen por él lo ha dejado sin resonancia.
«No vuelvas a tu casa, te buscan», decía el
papel que un compañero deslizó en su bolsillo una mañana en la universidad.
Comenzaba el terror.
Atrás
quedaron su madre y Germán, el hermano menor del que debía ocuparse y que
abandonó, los sueños de una vida dedicada a los libros, algo que comenzaba con
Andrea que tal vez habría llegado a
llamarse amor.
Después, las
terribles ansiedades de cruzar a pie una frontera incierta, conseguir
documentos falsos, cambiar de nombre y recomenzar trabajando en el “Stella
Maris”, un barco de pesca en alta mar.
El viento
fue cambiando muy lentamente a lo largo de esos años. Un día, el capitán del pesquero lo recomendó
a alguien de una compañía naviera de transporte de mercancías. En cierto
modo fue un progreso, aunque sus primeros compañeros fueron los mejores, los que no hicieron
preguntas y lograron que volviera a reír.
En una pelea de borrachos perdió la falange del anular izquierdo, pero también se ganó el mote de "Jack el destripador” porque en cada puerto compraba libritos de segunda o tercera mano, acaso robados, para no perder el hábito de la lectura, y verdaderamente los destripaba llevándolos en los bolsillos, dejando que se mojaran o releyéndolos por aburrimiento hasta que las páginas se desprendían solas.
En una pelea de borrachos perdió la falange del anular izquierdo, pero también se ganó el mote de "Jack el destripador” porque en cada puerto compraba libritos de segunda o tercera mano, acaso robados, para no perder el hábito de la lectura, y verdaderamente los destripaba llevándolos en los bolsillos, dejando que se mojaran o releyéndolos por aburrimiento hasta que las páginas se desprendían solas.
De a pocos,
también las noticias de su tierra - ese lugar borroso que quedó detrás del
abismo- se hicieron más frecuentes y más
directas. El peligro había pasado, pero las licencias de más de una semana se
conseguían sólo en caso de casamiento, enfermedad o muerte.
«Se fueron veinte años, termina el siglo ──piensa con amargura─, y ya tengo dos motivos».
Junto al mensaje de radio que comunicaba la muerte de su madre, llegó un largo y tedioso estudio de los médicos de la compañía, en el que daban cuenta de una precoz artritis reumatoidea en sus articulaciones, a más de un serio problema cardíaco. Antes de los cuarenta años es un viejo.
«Se fueron veinte años, termina el siglo ──piensa con amargura─, y ya tengo dos motivos».
Junto al mensaje de radio que comunicaba la muerte de su madre, llegó un largo y tedioso estudio de los médicos de la compañía, en el que daban cuenta de una precoz artritis reumatoidea en sus articulaciones, a más de un serio problema cardíaco. Antes de los cuarenta años es un viejo.
Ahora
tendrá que dejar el mar misterioso y devorador que rara vez permite
abandonarse; pero también el de los atardeceres de un sol que se desangra sobre el agua degollado por la noche implacable para volver en amaneceres de tonos
de resurrección. Difícilmente vuelva a verlo, está saltando el abismo hacia atrás.
Se sienta
sobre la bolsa marinera mientras se seca
la frente y la nuca.
La voz de
hombre de su hermano, ¿se parecerá a la de su padre?
Tal como le
enseñó el médico de a bordo se golpea el pecho con el puño cerrado y trata de
toser. Después con la mano derecha tira de los dedos de la mano izquierda hasta
que siente que la sangre vuelve a circular.
Volver es un
verbo peligroso. Suspira.
Retoma su
camino y al dar vuelta la esquina, justo ahí, a menos de una cuadra de su casa
se siente como un caballo que vuelve a la querencia, apurado, liviano, feliz. Es un chico otra vez. Agradece que Germán no haya querido modernizar el frente de paredes
amarillentas desteñidas por muchas lluvias y la reja baja que da al jardín con un simple
pasador que uno puede quitar desde afuera cruzando el brazo por encima de ella. Entonces, en el momento de repetir el gesto, a sus espaldas una voz dice: ── ¡Bernabé!