Cerrada a
las consignas del mes. ¿Qué campamentos? ¿Los de mi primera juventud? Están muy
lejos, recuerdos de recuerdos. ¿Qué poetas? Hay tantos tan queridos… Además,
suprimir EL verbo. Me enojo conmigo. No sé. No puedo. Lo que escribo no sirve a
nadie para nada. Faltaré a la cita. Renunciaré al trabajo que alimenta mis
días. Abro al azar un libro de Borges y leo:
« En
vano te hemos prodigado el océano
En
vano el sol, que vieron los maravillados ojos de Whitman;
Has gastado los años y
te han gastado,
Y todavía no has
escrito el poema.»
Así,
humillada, avergonzada, me voy a dormir.
Quiero
compartir este sueño con todos los que alguna vez ante la página en blanco sintieron
una impotencia y un dolor similares:
«Borges nada
en el Ródano», me digo. Pero no. Borges nada en nuestro Atlántico hacia el
horizonte, y yo lo miro desde la playa.
Joven,
enérgico y sin aparentes problemas en la vista.
Para mi asombro, acaso mi envidia, tiene aire suficiente para recitar o
dictar algo mientras nada:
«Agua, te lo suplico.
Por este soñoliento
enlace
de numerosas palabras que te digo,
acuérdate
de Borges, tu nadador, tu amigo.
No
faltes a mis labios en el postrer momento.»
Sigo en la
playa, pero tal como ocurre en los sueños, cambia el plano y ya no me asombra
que alguien que se aleja, esté más cercano a mis ojos.
Clarea en el
horizonte donde la luz dibuja otras figuras. Sé, con el saber de la noche, que
han estado siempre ahí.
A un lado, a
la derecha y algo más lejos de la mirada todavía, Homero organiza una fogata
que deberá encenderse en poco rato. Lo ayudan los tres grandes que tomaron sus
cantos y sus mitos, también Goethe,
Shakespeare, algún otro.
Adelante,
mirando de frente a Borges que sigue nadando,
Dante y la sombra de Virgilio esperan.
Traga agua, tose, manotea como un náufrago. Se transforma en el agua y veo surgir el anciano que todos recordamos con bastón, mirando hacia vagas nubes amarillas.
Traga agua, tose, manotea como un náufrago. Se transforma en el agua y veo surgir el anciano que todos recordamos con bastón, mirando hacia vagas nubes amarillas.
Homero y los
suyos encienden las primeras chispas.
La sombra de
Virgilio tiende una mano de cinco caminos hacia el agua, mientras el agudo perfil del Dante se agranda como un
ave imperiosa sobre el mar. Reclama:
──¡Apresúrese, Borges!
──Alighieri, me han quitado el verbo de la Creación, ¿estoy en el infierno?
──No
pueden, no se asuste. ¡Apresúrese! ¡Vamos! ¡Hay que encender la aurora!