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Otra vez. Dolor de cabeza, mareo y ganas de vomitar.
No necesito repasar qué comí anoche. Debo enfrentarme a lo que más temo. No puedo
dejarlo, ya me falta poco para el retiro y llegar al primer puesto del grupo me
ha costado toda la carrera. Años de ser un mediocre segunda fila y cuando
finalmente el director me convierte en el número uno a cargo de todo el
conjunto en su ausencia, el terror.
Creo que todo comenzó en el entierro de mi madre. Mis
compañeros haciendo por mí lo que mejor sabían, y yo sintiéndome cada vez peor.
No fue cosa de ellos, si lo pienso. Esta carrera era la ilusión de ella. Creí
que me gustaba aunque estaba claro que
no tenía el don; solo fuerza de voluntad, trabajo, disciplina.
Alguna vez me he declarado enfermo, pero si quiero
tener un retiro pasable, tengo que aguantar un poco más. Hice toda clase de
consultas. El último psiquiatra me recetó unas pastillas que me hacían temblar
las manos. Tuve que dejarlas. A veces mis amigos me han visto palidecer, casi
desmayarme, taparme los oídos. Respuesta: «problemas en el centro del equilibrio».
Hoy estará el director. Doble esfuerzo. Allá voy, a mi
martirio.
*
El gran Director da unos golpes suaves en el atril
con su batuta. Comienza el ensayo. De pronto, interrumpe y se dirige al primer violín:
—Maestro
Silvestrini, ¿se siente mal?
—Melafobia
incurable, maestro.
Melafobia: miedo a la música.