Sí, fui yo
el hombre capaz de traicionar al Señor del Olimpo. El más astuto de los
mortales me llamaron, mientras duraron ellos. También fui capaz de eludir su
castigo y encadenar a Tánatos.
Nadie moría. Ni en plantas, ni en animales, ni
en hombres podía encontrarse un ciclo terminado, o la semilla de la renovación.
Intervino el
dios, y por supuesto ganó. Mis astucias, mis engaños siempre tuvieron éxito en
el inmediato tiempo de los hombres. Claro está que yo sería su primera víctima,
pero esta vez engañé a los Infiernos culpando a mi mujer. La hice pasar por impía.
¡Es tan fácil! Me presenté sin la vestimenta ritual, quejándome
por su descuido. Pedí volver a reparar.
Hades, con
la seguridad que dan la soberbia y el
poder, me dejó ir. No volví hasta que me venció la vejez. Entonces mi sombra
conoció el castigo: empujar una gigantesca piedra hasta la cumbre de una
montaña. Casi al llegar, la piedra cae siempre y mi sombra debe volver a
empezar.
Han pasado
milenios. Mis dioses hoy son solo metáforas para la humanidad. Acaso vivan aún
en los bordes del universo. Otros han ocupado su lugar.
Mi castigo
se ha convertido en esperanza. Tanto subir y caer, la piedra fue deshaciéndose,
rompiéndose en guijarros. Podría llevarla en un bolsillo si lo tuviera.
Pronto, piedra y sombra llegaremos a la cumbre. No
volveremos a caer. Seremos fundadores de la próxima cosmogonía.
Sísifo
vuelve a triunfar.