La propuesta del Tintero de Oro para el mes de Septiembre de 2023 es un mágico tintero que ofrece poner por escrito el deseo de quien se lo pida, pero que en letra chica avisa que hay un precio a pagar. En la consigna, quien da con el tintero debe ser un escritor en un momento de silencio creativo. Muchos compañeros tomaron la idea de la tentación de Fausto y el contrato que hace con Mefistófeles. Otros, en cambio han encontrado diversas y excelentes vueltas de tuerca. Aunque no he podido entrar a comentar, felicito a todos y les dejo a último momento otra posibilidad. Saludos.
EL FALSO TINTERO
“—¿Qué es más estimulante que la luz?
— La conversación”
J.W.Goethe
Está enojado. Enojado consigo mismo. Una cosa es saber
que a uno le queda poco tiempo de vida, y otra muy distinta es no poder
terminar lo que se tiene entre manos.
El escritor de más de noventa años, perfectamente
lúcido, no puede dejar de fastidiarse ante cada una de las limitaciones que la
vejez le ha ido trayendo. Ve poco y mal, se cansa leyendo, el ordenador le ha
complicado la vida más que solucionársela. Las manos le tiemblan, el oído lo
engaña, las piernas lo sostienen pocos minutos y los pies se arrastran al
caminar; pero él quisiera terminar esa última novela, que no venga nadie a
completarla y hacerle decir lo que él no habría querido decir nunca.
Sentado en el café próximo a su casa, pide el
periódico para distraerse, para poder protestar contra los otros, los
políticos, los ladrones, los padres, los hijos, los médicos, los conductores, los maestros y el
mundo que cabe en el papel. De pronto, doblemente encuadrada en líneas muy
negras encuentra una publicidad llamativa: «El Tintero de oro. Pídeme lo que
quieras y lo verás por escrito». Y en letra más pequeña: « precio acorde a tu
talento».
Hace muchos días que nada le arranca una sonrisa. «Hay
que aceptar que es un buen vendedor», piensa, «sabe acicatear el ego». Pero hay
un inconveniente: él puede dictar, sin embargo le costará mucho controlar lo
que se escriba. Hace una cita. Oye una voz joven, algo pretenciosa. Pide que ese «tintero
de oro» le lleve algo escrito para conocer su estilo, ver hasta donde podrá confiar.
Espera.
Javier está exultante, seguro de que por fin le ha
tocado la lotería. Tamaño escritor lo llama para dictarle su última obra.
—¿Su
precio? —ha preguntado. Él, envalentonado por la fama del autor, no ha titubeado
en pasar una cifra con la que se cree a salvo de todo.
Al otro lado de la línea hubo un silencio, una
suerte de sobresalto y luego el pedido de una página de su autoría.
¿Qué llevar? ¿Qué elegir de esa carpeta
caótica y sin fechas donde va sumando páginas sueltas en la esperanza de que sirvan
algún día? Lo mejor será llevar todo y dejar que el gran escritor elija.
Hace una semana que Javier a gatas come y a
ratas duerme. El encuentro fue difícil, educado pero distante con muchos «Ah, Hmm,
Ajá» de parte del escritor, y de la suya miles de palabras apresuradas,
nerviosas tratando de mostrar sus conocimientos. Finalmente ha dejado la
carpeta sobre una mesa. No puede esperar.
En cambio, el otro, el que está enojado con la
vida que se le escapa, se toma su tiempo. Comienza a leer ni bien el joven algo
pedante pero apasionado – en cierto modo le recordaba su juventud y sus ambiciones-
logró despedirse y partir sin su carpeta.
Lee: Corría
la primavera, los pájaros trinaban al amanecer, las flores se abrían
multicolores besadas por los rayos del sol…
¡No, no era posible que en pleno siglo XXI
alguien escribiera algo tan cursi, tan anticuado, tan fuera de época y de edad…No
era una niña de escuela primaria, era un muchacho inmaduro, es verdad, pero con toda
la energía de la juventud!
A punto de tirar la carpeta entera en el tacho
de residuos, la dejó abierta en la mesa y se fue a dormir.
Más descansado y de mejor humor, al día siguiente
volvió a esas hojas de escritura apresurada casi sin corregir, con la idea de
divertirse un rato.
Al mediodía había encontrado algunas perlas.
Insistió. No faltaban buenas ideas, faltaba trabajo. Dejó pasar algunos días
rumiando un plan que lo revitalizaba.
Por fin, llamó.
—Voy a trastocar los términos de su contrato,
pero creo que nos convendrá a los dos. Le propongo una comida diaria juntos a
mi cargo. Le daré una lista de autores que quiero que lea o vuelva a leer para
que los comentemos durante esos encuentros. Una vez por mes traerá lo que haya
escrito dispuesto a soportar críticas, tachaduras, exigencias, hasta que
aprenda. Quizá llegue a ser un buen escritor. Si muero, usted se compromete
como albacea testamentario a que nadie, nadie, ni usted mismo, se atreva a terminar
lo que quede inconcluso. Heredará mis derechos de autor y vivirá tranquilo
hasta que su obra sea reconocida.
Javier se siente mareado entre la humillación
y una propuesta llena de generosidad. No entiende, pero sabe que esto es mucho
más que su soñada lotería.
—¿ Por qué? ¿Qué gana usted?
—En el horror de su estilo, debo confesar que
he encontrado ideas francamente originales. Creo que podrá trabajar su talento.
Por mi parte, gano mucho más. Gano vitalidad, compañía, tener con quien hablar
de lo que me interesa, enojarme con sentido cuando usted lo merezca, y
alegrarme con sus progresos. Creo que es un buen precio a cobrar por un tintero
de oro.