viernes, 15 de abril de 2016

LA PIEDRA TRANSLÚCIDA

                                                                                                    
  Lluvia de meteoritos.  Pedí a la nave transbordadora que me busque ya, pero hoy no podrá acercarse.  Todavía me dura el terror. En nuestro entrenamiento nos preparan para todo, pero todo nunca es todo.

Trabajo para  la Agencia Espacial Europea que tiene el proyecto de armar una ciudad lunar permanente para  científicos, astronautas, explotación minera y fines turísticos. Como científico debo  dudar, y me pregunto si eso es sólo la máscara con que nos han vendido el proyecto a todos los que participamos, para terminar construyendo una ciudad para criminales, locos, marginales, refugiados y toda clase de indeseables a los ojos de los políticos que quieren una Europa de sanos, integrados, moralmente aceptables y fanáticos nacionalistas. No sería la primera vez.

Es mi tercer viaje a la luna y aún no encontré la manera de disuadirlos.  Las autoridades consideran que se trata de conseguir más presupuesto de parte de cada país, y ya está.

Pero después de lo vivido ayer, hay una oportunidad. También existe el riesgo de que me internen en un psiquiátrico. Veremos.

Lo siento por Le Gosse, mi amigo selenita.                             
¡Somos tan distintos! Sin embargo juntos pasamos días estupendos. Me costó convencer a mis colegas de que los selenitas son seres casi humanos.  Los que vinieron conmigo en el primer viaje no les daban  más entidad  que a un agua viva.

Los selenitas no tienen forma fija. Son un líquido gelatinoso que reacciona a la temperatura de las corrientes de aire.  Se desparraman en formas de charcos, estrellas de mar o tomando la forma de un cráter que los contenga cuando algo les da placer y las corrientes de aire que los atraviesan se vuelven más cálidas. Eso se ve  en luna llena. Parece que quisieran robarle luz y calor al sol. Quedan estirados como bañistas en la playa.  En cambio, si algo les provoca disgusto o miedo, las corrientes de aire se hacen más frías y los selenitas se elevan  como olas que no rompen, tomando una forma casi humana que culmina en un óvalo  sin órganos de los sentidos. Una proto-cabeza.  No hablan, claro, pero son excelentes telépatas  y gozan de una percepción exquisita.  Son muy ávidos de placer.  Creo que si tuvieran manos y dónde esconder cosas, Le Gosse ya habría hecho desaparecer mi sombrero de copa. ¡Cómo le gusta!
Le puse ese nombre porque es tan curioso e inquieto como una criatura o una mascota . También porque los terráqueos necesitamos  nombrar y personalizar seres y cosas.

Pagué mis estudios universitarios trabajando como ilusionista en distinta clase de eventos, y  nunca  pude separarme de mis elementos. Me gusta hacer magia. 

La primera vez que noté el entusiasmo de Le Gosse por la galera, fue también la primera en  que pregunté-pensé sobre el lado oscuro de la luna.  Mi amigo entró en pánico; cientos de corrientes de aire helado lo atravesaron y lo vi convertirse en casi humano. Me causó tanta gracia que le puse la galera para sacarle una foto, pero  empezó a darle cierto calor,  fue perdiendo esa forma rígida y la galera quedó convertida en una budinera con gelatina.

Yo recibí un temblor que parecía decir «no sé, no preguntes, es  el mal».

No insistí, pero el  tema  me inquietaba.

Le Gosse  me impulsaba a estudiar cráteres, meteoritos, cuevas con minerales extraños. 

Sin saberlo, me empujaba  a lo que más temía.  

Ayer, examinando un cráter, descubrí en uno de sus bordes algo que parecía una piedra translúcida. Me costó sacarla, como si estuviera atornillada al suelo lunar. Por fin, la levanté. Fue como abrir una puerta al abismo.

Grité. Algo enorme y monstruoso se abalanzó desde el fondo hacia mí. A mi alrededor los selenitas se transformaron en un ejército petrificado de figuras humanas.

Brotó un humo oscuro  de olor fétido.  Antes de que pudiera reaccionar, el humo tomó formas terribles que recordaban a los monstruos de Goya. Volaban a mi alrededor en un viento que sonaba a carcajada del infierno. Después,  desaparecieron.

Habría querido ser como Le Gosse y poder meterme en el sombrero.
Cuando reaccioné,  estaba tiritando tendido en el piso de la cápsula con los puños cerrados. 

No todo era inmaterial. Del borde del cráter pude rescatar algo como paja quemada con olor a podredumbre.  Eso es lo que llevo a tierra como prueba.

Dejaré la galera a mi amigo aunque sé que una tormenta, un meteorito, un viento  fuerte la harán desaparecer muy rápido.

No volveré a
 vivir en la luna.