Lluvia de meteoritos. Pedí a la nave
transbordadora que me busque ya, pero hoy no podrá
acercarse. Todavía me dura el terror. En nuestro entrenamiento nos
preparan para todo, pero todo nunca es todo.
Trabajo para la Agencia Espacial Europea que tiene el
proyecto de armar una ciudad lunar permanente para científicos,
astronautas, explotación minera y fines turísticos. Como científico debo
dudar, y me pregunto si eso es sólo la máscara con que nos han vendido el
proyecto a todos los que participamos, para terminar construyendo una ciudad
para criminales, locos, marginales, refugiados y toda clase de indeseables a
los ojos de los políticos que quieren una Europa de sanos, integrados,
moralmente aceptables y fanáticos nacionalistas. No sería la primera vez.
Es mi tercer viaje a la luna y aún no encontré la manera de
disuadirlos. Las autoridades consideran que se trata de conseguir
más presupuesto de parte de cada país, y ya está.
Pero después de lo vivido ayer, hay una oportunidad. También existe el riesgo de que me internen en un psiquiátrico. Veremos.
Lo siento por Le Gosse, mi amigo selenita.
¡Somos tan distintos! Sin embargo juntos pasamos días estupendos. Me
costó convencer a mis colegas de que los selenitas son seres casi
humanos. Los que vinieron conmigo en el primer viaje no les
daban más entidad que a un agua viva.
Los selenitas no tienen forma fija. Son un líquido gelatinoso que
reacciona a la temperatura de las corrientes de aire. Se desparraman
en formas de charcos, estrellas de mar o tomando la forma de un cráter que los
contenga cuando algo les da placer y las corrientes de aire que los atraviesan
se vuelven más cálidas. Eso se ve en luna llena. Parece que quisieran
robarle luz y calor al sol. Quedan estirados como bañistas en la
playa. En cambio, si algo les provoca disgusto o miedo, las
corrientes de aire se hacen más frías y los selenitas se elevan como
olas que no rompen, tomando una forma casi humana que culmina en un
óvalo sin órganos de los sentidos. Una proto-cabeza. No
hablan, claro, pero son excelentes telépatas y gozan de una
percepción exquisita. Son muy ávidos de placer. Creo que
si tuvieran manos y dónde esconder cosas, Le Gosse ya habría hecho desaparecer
mi sombrero de copa. ¡Cómo le gusta!
Le puse ese nombre porque es tan curioso e inquieto como una criatura o
una mascota . También porque los terráqueos necesitamos nombrar y
personalizar seres y cosas.
Pagué mis estudios universitarios trabajando como ilusionista en
distinta clase de eventos, y nunca pude separarme de mis
elementos. Me gusta hacer magia.
La primera vez que noté el entusiasmo de Le Gosse por la galera, fue también la primera en que pregunté-pensé sobre el lado oscuro de la luna. Mi amigo entró en pánico; cientos de corrientes de aire helado lo atravesaron y lo vi convertirse en casi humano. Me causó tanta gracia que le puse la galera para sacarle una foto, pero empezó a darle cierto calor, fue perdiendo esa forma rígida y la galera quedó convertida en una budinera con gelatina.
Yo recibí un temblor que parecía decir «no sé, no preguntes, es el mal».
No insistí, pero el tema me inquietaba.
Le Gosse me impulsaba a estudiar cráteres, meteoritos, cuevas con minerales extraños.
Sin saberlo, me empujaba a lo que más temía.
Ayer, examinando un cráter, descubrí en uno de sus bordes algo que parecía una piedra translúcida. Me costó sacarla, como si estuviera atornillada al suelo lunar. Por fin, la levanté. Fue como abrir una puerta al abismo.
Grité. Algo enorme y monstruoso se abalanzó desde el fondo hacia mí. A
mi alrededor los selenitas se transformaron en un ejército petrificado de
figuras humanas.
Brotó un humo oscuro de olor fétido. Antes de que pudiera
reaccionar, el humo tomó formas terribles que recordaban a los monstruos de
Goya. Volaban a mi alrededor en un viento que sonaba a carcajada del infierno.
Después, desaparecieron.
Habría querido ser como Le Gosse y poder meterme en el sombrero.
Cuando reaccioné, estaba tiritando tendido en el piso de la
cápsula con los puños cerrados.
No todo era inmaterial. Del borde del cráter pude rescatar algo como paja quemada con olor a podredumbre. Eso es lo que llevo a tierra como prueba.
Dejaré la galera a mi amigo aunque sé que una tormenta, un meteorito, un viento fuerte la harán desaparecer muy rápido.
No volveré a vivir en la luna.