EL APRENDIZAJE DE MERLINA —Pero, ¿dónde puse la sal y las
hierbas, por Dios? «Albahaca y Cedrón, Tomillo y Laurel, El Niño se duerme al amanecer»* —Ah, ¡ante mis narices, y no las veía! La madre de Merlina se afana en la cocina y parece
no ver nada de lo que tiene ante los ojos. De pronto reacciona: —¡Merlina,
otra vez! Deja tus jueguitos de magia y tiende la mesa que se hace tarde. Merlina ríe detrás de la puerta de la cocina. Le
basta mirar fijamente cualquier objeto para desaparecerlo de la vista de su madre; y luego decir media
canción para que vuelva a aparecer. En la escuela se aburre y se duerme durante las clases. Dice que en cuanto la maestra toma la tiza, todo lo que escribe en el pizarrón muere. Tanto se han quejado los maestros de sus siestas, y tanto se ha quejado Merlina de sus maestros, que han llegado a un acuerdo: Merlina cumplirá con la escolaridad básica mientras estudia magia e ilusionismo. Su madre la
anima pensando que el día de mañana sus
habilidades innatas le servirán para ganarse la vida. La imagina en un
escenario sacando conejos de una galera,
con un pañuelo que convierte en palomas, o rescatando anillos perdidos
de atrás de la oreja de un espectador desprevenido. Para la niña todo es juego. Dedica la mayor parte
del día a practicar con el perro del vecino haciendo aparecer una pelota que el
perro persigue, pero que desaparece en cuanto el animal está por alcanzarla. Nadie espera
más de una criatura de once años. Este mediodía, Merlina sale a comprar el pan. Al
pasar por la puerta de la iglesia ve una familia de mendigos. Tres niños
desnutridos miran tristes y expectantes.
Merlina cree que les gustaría jugar con ella, que ven el mundo como ella lo ve.
Hace aparecer una mesa llena de manjares. Los niños se abalanzan. Uno toma un
plato con un pollo entero que desaparece en cuanto lo toca. Otro quiere morder
un pastel y se encuentra con un guijarro en la boca. El tercero llora. La miran, y en esas miradas tan lejanas a la risa y al juego sólo hay desilusión, angustia, y un reproche feroz. No puede soportarlo. Corre, corre ciega de llanto, perseguida por los
latigazos de la vergüenza, gritando «ay, ay, ay», doblándose como si fuera a
vomitar. Trepa la sierra hasta tropezar con una piedra y caer sobre ella. Le
parece que un rayo la atraviesa, o acaso sale de
su pecho. No lo sabe. Se desmaya. Está caminando descalza por el barro. Es
agradable, suave, le dan ganas de seguir. De pronto es un pantano. Se hunde. Tiene
que agarrarse de unos juncos y hacer un gran esfuerzo para salir. Está muy
cansada. Busca el tronco de un árbol y se reclina acariciando el pasto. Dormir,
dormir. Es tan bueno dormir… Sin embargo, bajo sus párpados se cruzan luces que
entretejen colores como un gran poncho
sobre el cielo. El esfuerzo por salir del sueño es mucho mayor que el que necesitó para salir
del barro, pero lo consigue. Por el horizonte sube una luna llena. Es un cielo
distinto al de su casa. Al fin brota un alarido largo, doliente, hasta dejarla
sin aire, y luego oye una voz portentosa: «A mí no puedes engañarme». Ahora, la
gran oscuridad. El perro del vecino rasca la puerta y ladra,
ladra. Ella se da cuenta de que se ha dormido frente al televisor. Es tarde,
oscurece. Llama a Merlina. No hay respuesta. La busca. No está en casa. ¿Cómo
es posible que no haya vuelto aún? Busca al vecino. —¿Ha visto a Merlina?
Su perro parece querer jugar. —No.
Creí que estaban juntos como todas las tardes. La mujer corre de una punta a la otra de la calle llamándola. Su desesperación crece con el anochecer. El perro corre sierra arriba. Tras él su dueño, y tras su dueño la madre. Ni bien la encuentra, el perro comienza a lamerle la cara, y con una pata sobre el pecho de la niña trata de darle calor. La bajan en brazos. —Déjela descansar bien abrigada. No la despierte. Está en shock. No sabemos por qué. Tenga paciencia. Tal vez al despertar recuerde, y nos pueda decir qué pasó. No es seguro. Puede olvidarlo todo por años, dice el médico tras comprobar que no hay golpes ni huesos rotos. Son días de silencio. La madre y el vecino se turnan para cuidarla. El
perro no se mueve de su lado. La mujer camina por la casa murmurando: « por
favor despierta, escóndeme la sal, que los cubiertos vuelen y que mi ropa salga
sola del armario y se desparrame por el piso; lo que quieras, pero despierta,
por favor.» Por fin, Merlina abre los ojos. El perro avisa a
los ladridos. La madre deja entrar el sol. —¿Un
poco de sopa? Una mirada viva, luminosa, lo dice todo. Cuando vuelve con la bandeja, Merlina está de pie
ante la ventana. « Ha
crecido», piensa. —No
más magia de mentiras, mami. Terminaremos comiendo aire. Queremos una vida de
veras, ¿no es cierto? Trabajaré para la
magia de la verdad. Y tras unas cucharadas de sopa vuelve su risa
infantil: —Nunca más te desaparecerá la sal. _____________________________________ *De las Canciones de Navidad de Ariel Ramirez
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domingo, 10 de diciembre de 2023
EL APRENDIZAJE DE MERLINA
domingo, 5 de noviembre de 2023
DEL DICHO AL HECHO...
DEL DICHO AL HECHO…
—Arriba! Al que madruga, Dios lo ayuda.
—No por mucho madrugar, amanece más temprano.
—Quien mucho duerme, poco aprende.
—Más vale tarde que nunca.
—No hay peor sordo que el que no quiere oír.
—Gota a gota,
el mar se agota.
—No hay atajo sin trabajo.
—Pero la excepción hace la regla.
---Una golondrina no hace verano.
—Quien mucho abarca, poco aprieta.
—Dios aprieta pero no ahorca.
—El diablo sabe por Diablo, pero más sabe por
viejo.
—El que espera, desespera.
—Y el que busca, encuentra.
—A palabras necias, oídos sordos.
—Por la boca muere el pez.
—Pero el pez grande se come al chico.
—A mala vida, mala muerte.
—La intención es lo que vale.
—Hacete amigo del juez, no le des de qué
quejarse, que siempre es bueno tener palenque and¨ir a rascarse.
—De tal palo, tal astilla.
—La lengua, castigo del cuerpo.
—A palabras necias, oídos sordos.
—No hay mal que por bien no venga.
—Del árbol caído, todos hacen leña.
—En la cancha se ven los pingos.
—Nunca es tarde cuando la dicha es buena.
—Adiós, si te he visto, no me acuerdo.
—¡Adiós, adiós!. Cantaré, cantaré, que quien canta, su mal espanta.
(198 palabras)
jueves, 12 de octubre de 2023
ALICIA Y EL PRÍNCIPE
Claro que no
era un príncipe. Fue el sobrenombre que le puso su madre extasiada ante la
belleza de su niño. Por lo demás fue hijo único y al decir de todos, incluidos
sus padres, un poco tonto. Pero como los príncipes suelen ser un poco tontos,
el sobrenombre quedó.
De Alicia no
sabemos nada. Posiblemente no fuera ese
su nombre. Hacía mucho tiempo que había perdido los dientes y su habla era tan
confusa que se la suponía extranjera. Era alta, de una gran estructura ósea, su
cabello parecía castaño, aunque no podía saberse cuál era su color original. Paraba
en una esquina de la manzana en la que vivía el príncipe, y a nadie le gustaba
su presencia, aunque todo se reducía a
comentarios por lo bajo, puertas adentro y entre suspiros, y alguna vez un
llamado a la seguridad social que la buscaba y la llevaba a bañarse y dormir en
un refugio del que ella escapaba al día siguiente. Y volvía a su esquina. No
elegía otra. No cambiaba de barrio ni en invierno ni en verano. No era una
pordiosera en el sentido estricto. Ella no pedía nada. Pedían mucho más los
vecinos que querían que se fuera de allí. De todos modos siempre la señorita
Culpa andaba rondando almas que
deslizaban un billete de poco valor a sus pies al salir de la misa dominical, sin
mirarla y murmurando un «Dios la perdone». A veces los camareros del café más cercano le alcanzaban las sobras de
alguna comida. Tenía dos bultos de cosas que había hallado aquí y allá y que
cuidaba como tesoros.
Un día el
príncipe, de la mano de su madre, la había visto con los pechos al aire lavándose con un
pañuelo mojado. Y otro, a esos horarios en los que no hay gente en la calle, la
vieron esconderse entre dos autos para orinar.
—¡Qué asco! —murmuró la señora mientras disimulaba ver lo
que miraba.
—¿Qué cosa, mamá? —preguntó el niño.
—¡Chico tonto! Las personas no somos animales,
no hacemos nuestras necesidades en la
calle a la vista de todos. Debe estar loca.
—¿ Y por qué los locos no van al baño del bar?
—Porque no los dejan entrar, son solo para los
clientes. No pueden permitir que una persona como esa mujer lleve suciedad y vaya a saber qué pestes a sus locales.
—Y nosotros, ¿por qué no le prestamos nuestro
baño?
—Pero, ¡¿te has vuelto loco?! Yo no voy a
exponer a mi príncipe a quien sabe qué enfermedades. Además, ¿si la dejo
entrar a mi casa y nos roba?
—¿No me dijiste que los mayores ladrones eran
los ricos que nos robaban a todos?
—¡Ah, por favor! No entiendes nada, tonto. Al
menos trata de aprender a leer y escribir, y deja que los adultos nos ocupemos
de nuestras cosas.
El príncipe tratando de aprender a
leer y escribir, anotaba palabras que le llamaban la atención, muy
especialmente aquellas relacionadas con Alicia. Por ejemplo: «No es como nosotros. Quién sabe de dónde
vino. Está sola porque quiere. No acepta la ayuda social. Habla sola. Quién
sabe qué traumas… A veces más que loco te hacen malo. Hay que tener cuidado con
la enfermedad. Uno quisiera ayudar, pero no te dejan. Desmerece el barrio…Hay
que llamar a la policía.»
No le permitían andar solo en la
calle, pero a veces al salir de la escuela corría hasta la esquina para verla. En una ocasión llegó a sentarse a su lado. Apenas lo vio su madre, lo sacó a los golpes. Alicia le sonreía, guiñaba un ojo o le sacaba la lengua mostrando su boca
desdentada. El príncipe se asustaba muchísimo y salía corriendo. Ella reía.
Un día, Alicia con sus bultos
desapareció de la esquina y no volvió más.
Todo el barrio respiró aliviado.
Él, en cambio iba cada vez más seguido como quien espera, como quien busca algo.
Una noche tuvo fiebre y
repitió inquieto: «No es como
nosotros. Habla sola. A veces loco, a veces malo. Cuidado con la enfermedad…»
Al despertar, preguntó:
— Y ahora, ¿Quién va a ser el loco? ¿Quién va a ser el
malo? ¿Quién va a vivir en la esquina para que nosotros podamos seguir siendo
como nosotros?
Sus padres decidieron internar al
pobre tonto.
viernes, 29 de septiembre de 2023
EL FALSO TINTERO
La propuesta del Tintero de Oro para el mes de Septiembre de 2023 es un mágico tintero que ofrece poner por escrito el deseo de quien se lo pida, pero que en letra chica avisa que hay un precio a pagar. En la consigna, quien da con el tintero debe ser un escritor en un momento de silencio creativo. Muchos compañeros tomaron la idea de la tentación de Fausto y el contrato que hace con Mefistófeles. Otros, en cambio han encontrado diversas y excelentes vueltas de tuerca. Aunque no he podido entrar a comentar, felicito a todos y les dejo a último momento otra posibilidad. Saludos.
EL FALSO TINTERO
“—¿Qué es más estimulante que la luz?
— La conversación”
J.W.Goethe
Está enojado. Enojado consigo mismo. Una cosa es saber
que a uno le queda poco tiempo de vida, y otra muy distinta es no poder
terminar lo que se tiene entre manos.
El escritor de más de noventa años, perfectamente
lúcido, no puede dejar de fastidiarse ante cada una de las limitaciones que la
vejez le ha ido trayendo. Ve poco y mal, se cansa leyendo, el ordenador le ha
complicado la vida más que solucionársela. Las manos le tiemblan, el oído lo
engaña, las piernas lo sostienen pocos minutos y los pies se arrastran al
caminar; pero él quisiera terminar esa última novela, que no venga nadie a
completarla y hacerle decir lo que él no habría querido decir nunca.
Sentado en el café próximo a su casa, pide el
periódico para distraerse, para poder protestar contra los otros, los
políticos, los ladrones, los padres, los hijos, los médicos, los conductores, los maestros y el
mundo que cabe en el papel. De pronto, doblemente encuadrada en líneas muy
negras encuentra una publicidad llamativa: «El Tintero de oro. Pídeme lo que
quieras y lo verás por escrito». Y en letra más pequeña: « precio acorde a tu
talento».
Hace muchos días que nada le arranca una sonrisa. «Hay
que aceptar que es un buen vendedor», piensa, «sabe acicatear el ego». Pero hay
un inconveniente: él puede dictar, sin embargo le costará mucho controlar lo
que se escriba. Hace una cita. Oye una voz joven, algo pretenciosa. Pide que ese «tintero
de oro» le lleve algo escrito para conocer su estilo, ver hasta donde podrá confiar.
Espera.
Javier está exultante, seguro de que por fin le ha
tocado la lotería. Tamaño escritor lo llama para dictarle su última obra.
—¿Su
precio? —ha preguntado. Él, envalentonado por la fama del autor, no ha titubeado
en pasar una cifra con la que se cree a salvo de todo.
Al otro lado de la línea hubo un silencio, una
suerte de sobresalto y luego el pedido de una página de su autoría.
¿Qué llevar? ¿Qué elegir de esa carpeta
caótica y sin fechas donde va sumando páginas sueltas en la esperanza de que sirvan
algún día? Lo mejor será llevar todo y dejar que el gran escritor elija.
Hace una semana que Javier a gatas come y a
ratas duerme. El encuentro fue difícil, educado pero distante con muchos «Ah, Hmm,
Ajá» de parte del escritor, y de la suya miles de palabras apresuradas,
nerviosas tratando de mostrar sus conocimientos. Finalmente ha dejado la
carpeta sobre una mesa. No puede esperar.
En cambio, el otro, el que está enojado con la
vida que se le escapa, se toma su tiempo. Comienza a leer ni bien el joven algo
pedante pero apasionado – en cierto modo le recordaba su juventud y sus ambiciones-
logró despedirse y partir sin su carpeta.
Lee: Corría
la primavera, los pájaros trinaban al amanecer, las flores se abrían
multicolores besadas por los rayos del sol…
¡No, no era posible que en pleno siglo XXI
alguien escribiera algo tan cursi, tan anticuado, tan fuera de época y de edad…No
era una niña de escuela primaria, era un muchacho inmaduro, es verdad, pero con toda
la energía de la juventud!
A punto de tirar la carpeta entera en el tacho
de residuos, la dejó abierta en la mesa y se fue a dormir.
Más descansado y de mejor humor, al día siguiente
volvió a esas hojas de escritura apresurada casi sin corregir, con la idea de
divertirse un rato.
Al mediodía había encontrado algunas perlas.
Insistió. No faltaban buenas ideas, faltaba trabajo. Dejó pasar algunos días
rumiando un plan que lo revitalizaba.
Por fin, llamó.
—Voy a trastocar los términos de su contrato,
pero creo que nos convendrá a los dos. Le propongo una comida diaria juntos a
mi cargo. Le daré una lista de autores que quiero que lea o vuelva a leer para
que los comentemos durante esos encuentros. Una vez por mes traerá lo que haya
escrito dispuesto a soportar críticas, tachaduras, exigencias, hasta que
aprenda. Quizá llegue a ser un buen escritor. Si muero, usted se compromete
como albacea testamentario a que nadie, nadie, ni usted mismo, se atreva a terminar
lo que quede inconcluso. Heredará mis derechos de autor y vivirá tranquilo
hasta que su obra sea reconocida.
Javier se siente mareado entre la humillación
y una propuesta llena de generosidad. No entiende, pero sabe que esto es mucho
más que su soñada lotería.
—¿ Por qué? ¿Qué gana usted?
—En el horror de su estilo, debo confesar que
he encontrado ideas francamente originales. Creo que podrá trabajar su talento.
Por mi parte, gano mucho más. Gano vitalidad, compañía, tener con quien hablar
de lo que me interesa, enojarme con sentido cuando usted lo merezca, y
alegrarme con sus progresos. Creo que es un buen precio a cobrar por un tintero
de oro.
lunes, 12 de junio de 2023
EL PADRE
Si quieres, acompaña tu relato con esta imagen |
-«No voy a quedarme. No puedo criar hijos», —dijo llorando mientras hacía un bolso con sus
cosas.
Fue un buen compañero. Fiel, trabajador,
viajaba mucho por cuestiones de la empresa, pero nunca supe bien qué hacía. Era muy reservado. Sin embargo no nos abandonó del todo. Todos
estos años se arregló para pagar nuestras necesidades, tus estudios, tus
vacaciones. Eso sí, la manera de hacernos llegar el dinero fue siempre
misteriosa. Giros, transferencias desde distintos países con nombres extraños;
una o dos veces sobres bajo la puerta. Aún hoy me pregunto cómo hacía. El banco
nunca pudo darme datos. El último saxo,
ese que te gusta tanto es su regalo de Navidad. Ya te lo he dicho, no tengo más que esta foto del día que nos casamos hace treinta años. No, tal vez lo reconocería por la mirada, pero
ni eso es seguro. No me tortures más. Ni siquiera sé si vive aquí o en el
extranjero. Hasta podría considerarlo muerto si no fuera por esa presencia
silenciosa constante en nuestra vida.
—Yo lo encontraré. Necesito saber qué quiso
decir con ese «no puedo criar
hijos».
—Tan tozuda como él. Recuerda que todos podemos
tener muchas caras.
—Yo también. Tomó la foto de sus padres y
salió.
***
Tenía su determinación, una foto que
nadie reconocía y un nombre por todos olvidado. Habló con primos y parientes,
ninguno lo recordaba. Las guías telefónicas del país, los bancos de datos no lo
registraban. No figuraba como deudor de impuestos, negocios fraudulentos
o cosas similares.
Acudió a videntes y tarotistas. Se
sumó a sociedades secretas y pasó por variadas ceremonias iniciáticas. Uno o
dos gurúes dijeron tener pistas precisas que resultaron falsas, o en todo caso tardías.
Recorrió los países desde los que habían llegado envíos de dinero. Nada parecía
acercarle siquiera una pista.
Una noche de carnaval en Piazza San
Marco, rodeada de máscaras, lágrimas de cansancio y desconsuelo brotaron sin
control recordando a su madre: «todos podemos tener muchas caras», «o ninguna»
se dijo con rabia. Se acercó una máscara. Imposible saber si hombre o mujer. Hasta la voz sonaba deformada
bajo el disfraz. Saludó, invitó, logró saber la causa del llanto, conversó,
finalmente ofreció el trabajo perfecto para su búsqueda: integrar un servicio secreto internacional, ocupado en
este momento en averiguar los movimientos de Rusia contra Ucrania. Su trabajo consistía en seducir a un personaje que la máscara indicó, y fotografiar una lista de nombres que
éste guardaba en su poder. Bastaba con dormirlo o desmayarlo.
—En lo posible, no hay que matar, pero lleva
también esto por si necesitas defenderte, —le
dijo, entregándole una pistola junto con un minúsculo dispositivo para filmar y
grabar.
—No quiero la pistola. No sé usarla. ¿Cómo te
reconozco después?
—Te haré saber dónde entregarlo.
En poco tiempo se convirtió en una
espía experimentada y también ella usó nombres
falsos. Sin embargo, el silencio parecía interminable. Ya no era la joven que
buscaba a su padre para reclamar o saber al menos. Era una mujer cuya pregunta inicial la había convertido en un peligro para el mundo.
Aprovechó un período de descanso para
revisar expedientes viejos de El Hogar como llamaban al edificio central. Un nombre
llevaba a otro en una gigantesca tela de
araña. De pronto descubrió que alguien aparentemente retirado usaba las
iniciales de ella alternándolas, mezclando las terminaciones según los países donde
había estado. Fue una iluminación.
Visitó ex agentes jubilados, les trajo
antiguos casos de la guerra fría con un aparente interés histórico y alguna vez
dejaba ver la foto de sus padres.
—¿Qué haces con una foto de “El Fantasma”? ¿Lo
conoces?
—Estaba en un expediente. ¿Por qué lo llama el
fantasma?
—Todos lo llamábamos así. Nadie lo veía pero
siempre estaba. Hasta llegó a decirse que era un agente doble, aunque nunca se
pudo probar.
—¿Vive?
—Creo que sí. Hace siglos que no sé nada.
Cuando había alguna misión extremadamente peligrosa, se decía «hay que llamar
al fantasma». Es posible que en esta nueva guerra ande metiendo la nariz en
algún lado.
Una llamada de El Hogar. Tenía una
misión urgente. No pudo seguir preguntando.
—Esta vez será matar o morir. En Polonia un
disidente ruso que pasó a nuestras filas te contactará y te llevará al agente
doble que nos ha hecho la vida imposible en El Hogar todos estos años. Ya
sabes, sin dejar rastros.
Se reconocieron a la primera
mirada. Ninguno dijo nada. Él vio el arma de ella pero no aprestó la suya.
—¿Quieres beber?
—Mejor, no.
Los dos emitieron una suerte de risa.
—Una pregunta antes de. . .¿por qué "no puedo criar hijos"?
—Lo has aprendido en estos años. La familia es
el eslabón más débil. Tampoco la has formado. Lástima, quería que vivieras tu
vida.
—¿Por qué traicionar?
En un movimiento brusco él sacó el
arma y disparó con precisión. La desarmó sin herirla.
—Nadie sabe para
quién trabaja. Tienes dos
minutos para irte, —dijo en un tono en el que había
advertencia, amenaza, hasta intento de protección.
Obedeció a su padre.
En la calle todo tembló por la
explosión de una bomba. Fuego y humo salían del departamento del fantasma.
lunes, 15 de mayo de 2023
PETUNIA
«Gracias,
Petunia», pensó satisfecho. Era su primer gran violoncelo de más de doscientos
años de antigüedad, y había resonado a Bach como se esperaba de él. Le dio una palmadita cariñosa, lo
guardó en su caja y salió contento y apresurado en busca de un taxi bajo la
lluviosa noche neoyorquina.
Acomodó a
Petunia a su lado. Cerró los ojos y se relajó. Lo había nombrado así por la pureza del sonido, su elegancia, y sobre
todo por su fidelidad y confianza. Un súbito frenazo le hizo dar un respingo
sacándolo de sus pensamientos. El taxista gritó unas cuantas groserías por la
ventanilla, luego pasó al otro automóvil haciendo chirriar las ruedas.
—¿Usted vio lo que hizo ese animal?
A partir de ese momento el taxista no dejó de hablar enojado, cada vez más exaltado. No
logró calmarlo. Molesto y ansioso, en
cuanto vio la puerta de su apartamento pagó sin mirar el cambio. Descendió casi
corriendo. Entró al edificio y…¿Petunia? ¡Quedó en el taxi!
Días y días de consternación,
angustia, enojo consigo mismo, remordimiento, terror de lo que pudieran hacerle
por ignorancia, por avidez, por descuidos como el suyo.
Tomó todas
las medidas para recobrarlo, denunció, ofreció recompensa, pasó por la humillación, la vergüenza, sintiéndose incapaz de tocar, vigilando cualquier pista por tenue o
falsa que pudiera parecer.
Y una tarde Petunia volvió intacta a sus manos. Con ella volvió la serenidad, volvió la música, volvió la alegría de su vida.
(243
palabras)
_______________________________________________________________________
El hecho de olvidar el violoncelo en un taxi en Nueva York le ocurrió al gran Yo-Yo Ma, quien había nombrado así al Doménico Montegna fabricado en Venecia en1733. Las causas y los sentimientos que pueden haber suscitado tanto perderlo como recobrarlo son imaginaciones y suposiciones personales.
Aunque creo
que están evidenciadas en la historia, tal como lo pide el reto detallo algunas
de las emociones:
Satisfacción por el concierto con un recién
conseguido instrumento valioso. Cansancio,
distracción, sorpresa por el cuasi accidente, molestia por la verborragia del
taxista, ansiedad generada por éste
y necesidad de llegar a casa. Desesperación, consternación, remordimiento,
enojo, miedo, humillación y vergüenza, interés activo para recuperarlo y la serenidad y alegría
finales.
martes, 18 de abril de 2023
LA VIEJA "VEJEZ" E iVÁN EL MENOR
Si quieres puedes acompañar tu cuento con esta imagen |
Érase que se era una vez, en un país que no era el
nuestro, en un tiempo que no sabemos si fue ayer o si llegará a ser un día, una
vieja tan vieja que ya nadie sabía su nombre, acaso ni ella lo recordara, por
eso todos la llamaban “Vejez”. Tenía el rostro lleno de arrugas, las manos como
leños con los dedos torcidos, la espalda encorvada casi en ángulo recto. Aunque
nunca hizo mal a nadie, la gente le temía porque su aspecto les recordaba a las
brujas de los cuentos.
No muy lejos de allí vivía un campesino padre de dos
hijos fuertes y trabajadores como él. Un día, enfermó gravemente y se sintió
morir. Llamó a sus hijos y les dijo:
—Muchachos, ya no me quedan fuerzas. Vejez no perdona a nadie. Salgan al
mundo en busca de su destino.
Blas, el mayor, es el primero en partir. No es malo ni perezoso, y puede
pelear como cualquiera, pero no es lo que se dice un valiente ante el
sufrimiento y la ancianidad. Al llegar a una encrucijada, se detiene un
momento pensando qué camino tomar cuando ve venir a Vejez con un hato de leña a
la espalda. Él cree que ella no puede haberlo visto, tan doblada va; sin
embargo en cuanto empieza a alejarse, sin saber cómo la tiene ante sí.
—Buenos días, hijo. ¿Podrías ayudarme a cargar mi leña?
Mi casa está muy cerca por este mismo camino.
Sin contestar el saludo, Blas carga la leña y se echa a caminar en la
dirección indicada. A la puerta de la casa, deja la leña y retoma su camino.
—Espera, espera, quiero agradecerte…
—Tengo prisa, voy en busca de mi destino.
—Al menos toma un leño o una rama y llévatela de
bastón. Podrías necesitarla.
—No necesito nada. Ya la ayudé, ya está. No me gustan
los viejos.
Sorprendida por estas palabras pero sin ofenderse, alcanza a avisarle:
—No tomes por ese camino, entonces. Está lleno de
bandidos.
—Voy por donde me da la gana —contesta Blas casi gritando, queriendo alejarse de ella, de sus arrugas,
de su espalda doblada, de su lentitud para caminar, de sus dedos nudosos. Él
jamás será así, jamás.
Vejez suspira y entra a casa.
Ya no sabremos de Blas, al menos
en esta historia. Algunos dicen que terminó viviendo con los bandidos.
Iván por su parte, enterró a su
padre, dejó todo atrás y salió también en busca de su destino.
Quizá por aquello de que buena parte de la humanidad tiene a Vejez en común, llegando a la encrucijada la encontró cargando su hato de leña. Iván se acercó:
—¿Puedo ayudarte?
—Gracias, hijo. Puedes llevar la leña hasta mi casa.
El muchacho carga la leña, la coloca junto a la chimenea, aviva el
fuego, y pregunta:
—¿Necesitas algo más, abuela?
—Me llaman Vejez, no necesito nada pero tal vez yo
pueda ayudarte en alguna cosa. Quédate un rato. Tomemos una sopa juntos.
Cuando afuera hace frío, tal vez sople el viento, y adentro la luz del
fuego ilumina y calienta, es un momento propicio para la conversación. Lenta
como sus pasos, Vejez comienza a hablar.
Iván escucha asombrado.
—Quiero agradecerte tu amabilidad. Allí, en la encrucijada elige tu camino. Por la noche un ogro saldrá de su cueva buscándote. Tiene gran olfato. Es un monstruo de dos cabezas unidas por la coronilla y la nuca. Si golpeas de frente, estarás obligado a correr hacia atrás pasando por todos tus ancestros hasta llegar al origen del mundo. Por el contrario, si tratas de vencerlo por la que te da la espalda, te verás obligado a correr hacia adelante toda tu vida sin saber qué buscas ni qué encuentras. El único modo de vencerlo es herirlo en la unión entre las dos cabezas. Ese es su punto débil. Si lo vences, y llegas a una ciudad, no entres nunca por la puerta grande. Úsala sólo para irte. El primer animal que se te acerque por tierra, aire o agua ése es tu avatar. Acudirá cuando lo necesites. Me llaman el tercer enemigo del hombre. Podrás vencer a los dos primeros; a mí no podrás vencerme nunca. En cambio si me aceptas, sabré ayudarte. Sólo tendrás que recordar el día de hoy cuando me viste por primera vez. Claro que todo tiene un precio; cada vez que te ayude te aparecerán nuevas arrugas, o más canas, o te dolerán las rodillas y la espalda. Se debilitarán tu corazón y tus riñones, y verás temblar tus manos. Mañana cuando despiertes, toma un leño fuerte y grande de los que cargaste hoy. Que tu viaje te sea favorable.
Reconfortado por el calor y la comida, agradecido por los consejos, Iván
se tiende ante la chimenea y se duerme al instante. Apenas antes de la aurora,
cuando el cielo se pone blanco, se
levanta, elige su leño y parte.
Canta buena parte del día. La hora de pensar cómo enfrentar al ogro
llega al atardecer. Por fin, elige un portentoso árbol de follaje tupido y
ramas gruesas. Trepa y se acomoda en él.
A medianoche sale el ogro de su cueva, oliendo todo, regodeándose de
antemano. Pronto descubre el árbol de Iván y comienza a sacudirlo con todas su
fuerzas dando vueltas y vueltas alrededor de él con una cabeza mirando hacia
arriba, la otra mirando hacia abajo. Eso lo confunde. El muchacho, cada vez que pasa bajo su rama le tira una piedrita, o le
hace cosquillas con algunas hojas. Al cabo, el monstruo se detiene. En ese
instante, sin darle tiempo a nada, Iván tira el grueso leño justo a la
coronilla. Las cabezas se separan. El ogro cae decapitado.
Anduvo, anduvo, no sabemos si mucho o si poco hasta llegar a la ciudad
anunciada por Vejez. La puerta principal es imponente, con dos leones de oro a
la entrada y guardias listos a no dejar pasar a nadie que crean indigno o
peligroso. Iván da la vuelta rodeando la muralla. Por fin encuentra la última
puerta. Ni bien pasa la entrada, ve un ave en el suelo. Es un pichón de cóndor
con un ala herida. Lo levanta y lo envuelve con el faldón de su camisa. Cada
tanto, pide a alguien un ungüento, una
venda. La mayor parte de la gente sacude la cabeza y sigue de largo. Alguien le
dice:
—Cuidado, es un ave peligrosa. Te cortará un dedo o la
mano un buen día. Déjalo al pie de la montaña que si se cura volará solo, y si no será carroña
de cualquier otro animal.
Iván agradece pero no suelta el ave. Al pasar ante la entrada abierta de
una casa pequeña, ve una joven tejedora haciendo su trabajo. Ah, ése es el
lugar apropiado.
—Hola, buenos días. ¡Qué hermoso tejido! ¿Te sobrará
algún trozo de tela vieja para envolver el ala del pichón?
La tejedora levanta la mirada y le sonríe. Iván siente que ha llegado a
casa.
Así, el muchacho se instala en la ciudad, trabaja de lo que puede
aprendiendo oficios a fuerza de ayudar a otros, aunque siempre prefiere ser un
labrador. Un día el cóndor se siente fuerte, prueba sus alas y vuela a la
montaña no sin antes despedirse. El pico contra la frente de Iván y un corto
vuelo alrededor de él parecen decir, «si me necesitas, me llamas». Él, como el
cóndor, revolotea alrededor de Antonia, la tejedora que siempre sonríe. No pasa
mucho antes de que formen una familia de varios hijos. Entre labranzas y
tejidos, canciones de uno e historias que la otra cuenta a los niños todas las tardes, van pasando los años en los que Iván casi ha olvidado a Vejez.
Pero, pero, sin embargo… ¿Cómo sería reconocer la felicidad si nunca hubiera
“peros”? y además ¿Qué pasaría con nuestra historia si todo quedara en la
tranquilidad cotidiana de Iván y su tejedora?
Ocurre que siempre hay otras ciudades, otros reinos, otros mundos, y en
uno de ellos vive uno de los malignos dragones del universo. Devora niñas, pero
no siempre del mismo lugar. Manda mensajeros reclamándolas de planeta en
planeta. En la ciudad todos le han olvidado. Los niños lo creen una fantasía de padres para asustarlos. Los viejos
creen que ya no les tocará; tantos son los lugares del cosmos que el dragón
puede visitar. Sin embargo, un día llega el mensajero que reclama a una niña
como precio para no destruirlo todo.
El padre de la criatura elegida, desesperado, quiere hacer lo que todos:
encerrarla bajo siete llaves.
—Eso será peor —dice Iván- déjame ayudar. Acepta que ella vaya con el mensajero. Iremos
tras ella.
Busca un lugar solitario al pie de la montaña y suplica:
Vejez, Vejez,
Préstame tus ojos
Para ver lo invisible.
Descubre el mundo de Dragón defendido por enormes cercas afiladas con
muchas trampas para quien ose tocarlas. Ve a Dragón en una terraza vigilando, protegido por guardias armados con objetos que
Iván desconoce de los que por momentos salen rayos fríos. Todo tiene luz pero
al mismo tiempo todo es oscuro en
derredor. Ya ha ideado un plan cuando llama a cóndor:
—Prepárate y avisa a tus hermanos. Iremos muy lejos,
pero sobre todo volaremos más alto que nunca.
Llega la mañana. La niña sube con el mensajero a una nave imponente,
negra sin ventanillas. La ciudad entera llora.
En la montaña, Iván dice:
Vejez,
Vejez
Préstame
tus arrugas
Y
tus hilos de plata
Para
unir caminos de estrellas.
Monta sobre el cuello blanco de cóndor y parten. Los acompañan otros
once cóndores. Vuelan muy por encima de la nave de Dragón siguiéndola.
Al llegar, la niña es encerrada en
la habitación contigua a la terraza del dragón. Los doce cóndores vuelan en círculo
sobre la cabeza del animal bajando lentamente pero acercándose cada vez más. Éste contempla sin alarma ese vuelo, esa danza que
lo marea. No se detienen y ahora las plumas empiezan a desgastar las escamas
en cada vuelta. De pronto la voz de Iván ordena arrancar los dientes del dragón. Los picos arrancan con violencia. Dragón ruge de dolor y
empieza la lucha. Los dientes que caen resultan piedras preciosas. Al fin de
tanto revuelo de plumas y escamas, de tantas garras y picos, del dragón queda apenas una
lagartija con un cuarto de cola, arrastrándose por las paredes tratando de
cazar insectos con la lengua. Iván
rescata a la niña, junta las preciosas piedras. Es hora de volver.
Cóndor los deja a la entrada de la ciudad. Los doce vuelven a las
cumbres; la niña, a los brazos de su
padre. Antonia está azorada. Casi no reconoce a su esposo. Partió un hombre en
la plenitud de sus fuerzas y vuelve un anciano tembloroso de cabellos blancos,
con un rostro plagado de arrugas. Sólo la mirada es la misma. El pueblo entero
los espera con grandes demostraciones de alegría. En medio de la algarabía
piden a Iván que acepte ser su rey. Él quiere unas horas para pensar.
Sentado al aire de la noche mira las estrellas, oye los contenidos
sollozos de Antonia y sin dudar resuelve:
Vejez,
Vejez
Préstame
tus manos de leño
Para
que no acepte más
de
lo que cabe en ellas.
Préstame
tu corazón
Para
liberar a los que amo.
Al día siguiente toma su viejo leño, rechaza el poder que quieren darle,
abraza a su bella tejedora y a sus hijos, y sale por la puerta grande.
No sabemos si alcanzó la falda de la montaña, pero Cóndor lo busca.
Mientras van hacia la luna, Iván desenreda
sus arrugas y sus cabellos trazando una vía de plata. Pasa el sol, y mucho
tiempo después vuelve recogiendo sus pepitas de oro, y haciendo un ovillo con sus hilos de plata. Cuántas
veces fue y volvió, nadie lo sabe; sí que al llegar no siempre es Iván. Ha
venido como Irina, Roque, Rosa, Martín o Magdalena. Cada vez trae las
pepitas de oro recogidas en el sol y las entierra en lo profundo de la tierra.
Su ovillo es siempre más fino y más brillante. Ha practicado todos los oficios
y profesiones, pero lo que más ama es labrar y cantar.
Dice que la tierra vista desde el espacio relumbra como un nuevo sol.