domingo, 10 de diciembre de 2023

EL APRENDIZAJE DE MERLINA

 


EL APRENDIZAJE DE MERLINA

 

—Pero, ¿dónde puse la sal y las hierbas, por Dios?

«Albahaca y Cedrón,

Tomillo y Laurel,

El Niño se duerme al amanecer»*

Ah, ¡ante  mis narices, y no las veía!

La madre de Merlina se afana en la cocina y parece no ver nada de lo que tiene ante los ojos. De pronto reacciona:

—¡Merlina, otra vez! Deja tus jueguitos de magia y tiende la mesa que se hace tarde.

Merlina ríe detrás de la puerta de la cocina. Le basta mirar fijamente cualquier objeto  para desaparecerlo de la vista de su madre; y luego decir media canción para que  vuelva a aparecer.

En la escuela se aburre y se duerme durante las clases. Dice que en cuanto la maestra toma la tiza,  todo lo que escribe en el pizarrón  muere.  Tanto se han quejado los maestros de sus siestas, y tanto se ha quejado Merlina de sus maestros, que han llegado a un acuerdo: Merlina cumplirá con la escolaridad básica mientras estudia magia e ilusionismo. 

Su madre la anima  pensando que el día de mañana sus habilidades innatas le servirán para ganarse la vida. La imagina en un escenario sacando conejos de una galera,  con un pañuelo que convierte en palomas, o rescatando anillos perdidos de atrás de la oreja de un espectador desprevenido.

Para la niña todo es juego. Dedica la mayor parte del día a practicar con el perro del vecino haciendo aparecer una pelota que el perro persigue, pero que desaparece en cuanto el animal está por alcanzarla. Nadie espera más de una criatura de once años.

Este mediodía, Merlina sale a comprar el pan. Al pasar por la puerta de la iglesia ve una familia de mendigos. Tres niños desnutridos  miran tristes y expectantes. Merlina cree que les gustaría jugar con ella, que ven el mundo como ella lo ve. Hace aparecer una mesa llena de manjares. Los niños se abalanzan. Uno toma un plato con un pollo entero que desaparece en cuanto lo toca. Otro quiere morder un pastel y se encuentra con un guijarro en la boca. El tercero llora. La miran, y en esas miradas tan lejanas a la risa y al  juego sólo hay desilusión,  angustia, y un  reproche feroz.  

No puede soportarlo.

Corre, corre ciega de llanto, perseguida por los latigazos de la vergüenza, gritando «ay, ay, ay», doblándose como si fuera a vomitar. Trepa la sierra hasta tropezar con una piedra y caer sobre ella. Le parece que un rayo la atraviesa, o acaso sale de su pecho. No lo sabe. Se desmaya.

Está caminando descalza por el barro. Es agradable, suave, le dan ganas de seguir. De pronto es un pantano. Se hunde. Tiene que agarrarse de unos juncos y hacer un gran esfuerzo para salir. Está muy cansada. Busca el tronco de un árbol y se reclina acariciando el pasto. Dormir, dormir. Es tan bueno dormir… Sin embargo, bajo sus párpados se cruzan luces que  entretejen colores como un gran poncho sobre el cielo. El esfuerzo por salir del sueño es mucho mayor que el que necesitó para salir del barro, pero lo consigue. Por el horizonte sube una luna llena. Es un cielo distinto al de su casa. Al fin brota un alarido largo, doliente, hasta dejarla sin aire, y luego oye una voz portentosa: «A mí no puedes engañarme». Ahora, la gran oscuridad.

 

El perro del vecino rasca la puerta y ladra, ladra. Ella se da cuenta de que se ha dormido frente al televisor. Es tarde, oscurece. Llama a Merlina. No hay respuesta. La busca. No está en casa. ¿Cómo es posible que no haya vuelto aún? Busca al vecino.

¿Ha visto a Merlina? Su perro parece querer jugar.

No. Creí que estaban juntos como todas las tardes.

La mujer corre de una punta a la otra de la calle llamándola. Su desesperación crece con el anochecer. El perro  corre sierra arriba. Tras él su dueño, y tras su dueño la madre. Ni bien la encuentra, el perro comienza a lamerle la cara,  y con una pata sobre el pecho de la niña trata de darle calor. La bajan en brazos. 

Déjela descansar bien abrigada. No la despierte. Está en shock. No sabemos por qué. Tenga paciencia. Tal vez al despertar recuerde, y nos pueda decir qué pasó. No es seguro. Puede olvidarlo todo por años, dice el médico tras comprobar que no hay golpes ni huesos rotos.

Son días de silencio. La madre y el vecino se turnan para cuidarla. El perro no se mueve de su lado. La mujer camina por la casa murmurando: « por favor despierta, escóndeme la sal, que los cubiertos vuelen y que mi ropa salga sola del armario y se desparrame por el piso; lo que quieras, pero despierta, por favor.»

Por fin, Merlina abre los ojos. El perro avisa a los ladridos. La madre deja entrar el sol.

¿Un poco de sopa?

Una mirada viva, luminosa, lo dice todo.

Cuando vuelve con la bandeja, Merlina está de pie ante la ventana.

 « Ha crecido», piensa.

No más magia de mentiras, mami. Terminaremos comiendo aire. Queremos una vida de veras, ¿no es cierto? Trabajaré para  la magia de la  verdad.

Y tras unas cucharadas de sopa vuelve su risa infantil:

Nunca más te desaparecerá la sal.

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*De las Canciones de Navidad  de Ariel Ramirez