Fue el sobrenombre que le puso su madre, aun
sabiendo que no expresaba lo que quería decir. Así como aquel que percibe
imágenes de seres y cosas que tienen su existencia en mundos inmateriales es
llamado “vidente”, en algún momento pensó llamarlo “el oyente”, pero tampoco
era exacto y remitía a una actitud de cierta pasividad que ella no quería
sugerir. Tampoco se trataba de eso. Percepción de la resonancia de los seres y
las cosas sería tal vez lo más aproximado.
Al conocer a alguien, su primera impresión era un
sonido. No siempre se trataba de algún instrumento tradicional, muchas veces
tenía que ver con los sonidos de la naturaleza o con los ruidos de la
civilización urbana. También “oía”, si así puede decirse,
cuando una persona comenzaba a “desafinar”.
Su madre, por ejemplo, fue siempre una campana; no
tanto porque hablara o cantara mucho o en voz alta, sino porque con apenas un
gesto era transmisora a distancia de todo cuanto había que celebrar o lamentar.
Hubo un tiempo, sin embargo, durante el cual no transmitió nada y esa mudez se
volvió peligrosa. Todo-Oídos tuvo un
compañero no muy corpulento pero que era como la bocina de esos enormes
camiones de transporte de carga que apenas suenan dicen ”¡cuidado!”. Su maestro
de escuela fue un fagot rezongón y dulce. Su mujer, un arroyito de montaña
cantarín, transparente y modesto pero constante. Su hijo, tan buena
madera, prometía la madurez de un
violoncelo acaso, una lira o una guitarra como él.
Pero siendo todavía un niño, sólo una vez había
escuchado un sonido que lo aterró de tal manera que se tapó los oídos como si
eso sirviera para no oírlo, y que supuso el de muchos tambores. Fue a la muerte
de su padre, y nunca más se repitió. En las épocas del terror fueron a pasar
una temporada al campo a casa de sus abuelos. Su padre jamás dormía en el mismo
lugar, y no quería ponerlos en peligro. Una noche despertó a los gritos con
tambores que le reventaban el cerebro. Más tarde supo que el padre había muerto
al caer por un balcón tratando de escapar, según las fuerzas represoras, o más
seguramente empujado y golpeado hasta perder el equilibrio, según su madre. A
ella, la falta de resonancia le duró muchos años.
Todo-Oídos estudió. Se recibió de arquitecto. Disfrutó
del ritmo, la armonía y la exactitud de las formas. Trabajó para convertir
belleza en utilidad, y aportar nuevas maneras de vivir acordes a la sociedad de
la que formaba parte. Un verano en la playa, al retirarse la espuma de la
orilla, percibió el sonido de odio del mar. Alcanzó a avisar. Cinco minutos
después, una ola monstruosa devoró el balneario. También su médico alguna vez
le pidió ayuda ante un diagnóstico inseguro. Acertó. La fama de brujo crecía.
No quiso seguir. Eligió negar su percepción. Con ella podía eventualmente
ayudar a algunos, pero usarlo como oficio sonaba a pereza; el suyo era el
camino de trabajo y desarrollo de cualquier ser humano. Entonces, con el tiempo
fue perdiendo la capacidad de interpretar los sonidos, y poco a poco estos fueron
haciéndose más débiles. Como todo el
mundo, ahora oía sólo con sus oídos.
La vida había empezado con ruidos, alaridos,
sollozos y silencios ominosos, pero se regulaba en afectos y armonías. No
añoraba ni infancia ni juventud. De algún modo el orden que por lo general se atribuye
al transcurso de la existencia se había invertido. Tenía derecho a pensar que
bastaba ser moralmente correcto para que la vida lo premiara. Luego vendría la
vejez y habría que aceptarla, pero por el momento se trataba de ver crecer un
hijo sano y alegre, ayudarlo a encaminarse y hacer vibrar las cuerdas de la
guitarra al lado del arroyo. Todo estaba bien.
Así pensaba Todo-Oídos mientras preparaba algo de
comer. Su hijo había salido en busca de su novia, y su mujer miraba por televisión lo de siempre: malas noticias políticas y
terribles hechos policiales. Sirvió dos copas de vino.
De pronto, un alarido desbordó arrasando cuanto
encontraba a su paso. Alarmado, miró el televisor. En la calle un bulto
cubierto, sangre, ambulancia, policías. El periodista hablaba de un grupo de jóvenes aparentemente drogados que
habían muerto a golpes a otro para robarle la moto. Según los documentos
encontrados, la víctima sería…
Una a una estallaron las cuerdas de la guitarra
cuando los tambores comenzaron a sonar.