RAYOS
Y CENTELLAS O EL ALMA DIVIDIDA
«¿Estoy
muerto? ¿Dónde estaré? ¿Qué son esas paredes con reflejos hirientes como
espejos en los que no me veo pero hay sombras, sombras conocidas…»
—Mi
pobre muchacho, mi querido piel de Judas…
—Tranquilícese
señora, ha sido un shock muy fuerte pero saldrá adelante, ya verá. ¿Es usted la
madre?
—Como
si lo fuera. Yo lo he criado; siempre fui su niñera a mucha honra, y volveré a
serlo si sale de esta.
—No
es para tanto, es un hombre fuerte. Pero quisiera preguntarle algunas cosas.
—Doctor,
lo conozco desde que le cambiaba los pañales.
«Ubaldina…ama
Ubaldina, entonces, ¿no estoy muerto?»
—Esa
cicatriz que tiene a lo largo de la columna, ¿fue algún accidente?
—Fue
lo mismo que ahora. Es como si todos los rayos del cielo la tuvieran con él. Tendría ocho años. Sus
padres tuvieron que viajar por la muerte del abuelo y lo dejaron conmigo. ¡Era
tan travieso!
«Yo también
me acuerdo. Fue cuando en una siesta entré al gallinero y con una pajita larga,
cada vez que la gallina copetona iba aponer un huevo, yo lo golpeaba un poco y
la gallina volvía a absorberlo. Ja, ja, a la tercera vez la gallina me corrió a
picotazos. También quise arrancarle los bigotes al gato, pero me rasguñó de
arriba abajo. Nunca más me dejó acercarme.»
—¿Sabe
lo que me hizo una vez? Para entretenerlo de di un cartoncito y un frasco y le
enseñé a juntar las hormigas que querían comerse mi rosal y pasarlas al frasco.
Estuvo largo rato tranquilo, pero esa
noche no encontró nada mejor que volcar
el frasco lleno de hormigas en mi colchón. Ya se imagina… Así fue como una
tarde de truenos y refucilos se me escapó descalzo bajo la lluvia. ¡Ahí tiene
usted la firma del rayo! Ya no volvió a ser el mismo.
—¿En
qué sentido?
«Ah, doctorcito inexperto, si pudiera hablar, yo mismo
te lo contaría. ¿Es posible que no conozcas la expresión “que te parta un rayo”?
Pues el rayo me partió para siempre. No sólo travieso, malo. Y lo peor es que
al rato era un ser sufriente y lloroso por lo que había hecho. A Martita, la compañera de primaria graciosa,
juguetona que se sentaba delante de mí, un día en un descuido de la maestra le
corte una de sus trenzas. ¡Pobrecita! Su desesperación y su llanto se metieron
en mi alma. Estaba sintiendo todo lo que ella sentía. No podía evitarlo. Era como si una corriente eléctrica corriera por
mi espalda. Empecé a pensar que el mal que hacía era para sentir el dolor del
otro. Aunque no por eso dejaba de hacerlo.»
—De pronto se ponía a temblar y todos temíamos sus
convulsiones que también las hubo, pero muchas veces esos temblores lo llevaban
a hacer alguna fechoría como un sonámbulo. Y sin embargo era muy inteligente. Siempre
las mejores notas, la universidad coronada en tres años con un Cum Laude en su
tesis, aunque le prohibieron participar de los festejos porque según creo el
día anterior hizo alguna de la suyas al rector. Parece que fue una gran humillación
para el pobre hombre, y a mi niño casi le quitan el título.
Pero ahora quiero preguntar yo: ¿por qué a él solo? A ningún otro pasajero le pasó absolutamente
nada, y el avión llegó intacto.
—Estamos investigando. Es posible que las descargas
eléctricas del primer rayo hayan atraído
las centellas que rodearon el avión.
Venga, vea estas imágenes de su espalda: ésta es la cicatriz del primer
rayo, y aquí arriba, como una nube envolvente, empiezan a aparecer las marcas
de las centellas formando como un techo sobre la otra cicatriz. Todavía no
sabemos el efecto que causarán en el organismo. Lo tendremos en observación durante
unos días antes de darle el alta.
«Mi fiel ama Ubaldina, cuánto tiempo sin
visitarte, sin saber de ti. En cambio tú has estado para mí desde el primer
instante. Te oí y me ayudaste a recordar; sentí tu mano en la mía y empecé a darme cuenta de que las centellas me hicieron un favor.
Querido doctor, si me
tienes un poco de paciencia –aunque sé que no soy quién para pretenderla- te
podré contar yo mismo desde lo profundo de mi corazón y de mis vísceras los
efectos de las centellas. Se terminaron temblores, convulsiones y fechorías para
tratar de sentir lo que sentían los otros. El rayo que me dejó la espalda y el
alma partidas en dos, ha recibido las centellas que se apoyan sobre él y las une. Lentamente la sangre comienza a tejer y a unir mis caminos diestros y siniestros. Dijiste “como un techo”. Te corrijo, lo que ahora se ha formado en mi espalda
es una T. Creo que es la T del tiempo que cura a través de un renacimiento. Ya no necesitaré dañar para sentir a los otros. Mañana, acaso pasado cuando pueda hablar, les daré las gracias a ambos cuyas
palabras me sirvieron para comprender, cuyas voces me envolvieron como
centellas amables alejando los truenos del terror. Mi vida ha comenzado hoy.»
(860 plbs. Con el título)