lunes, 17 de junio de 2024

INVESTIGACIÓN EN CURSO

 


 

«¡Qué pesadez, menos mal que abrí una rendija de la ventana! No quisiera levantarme. Hoy es día de lavar escaleras y lustrar la entrada; demasiado pesado para este tiempo. Pero al menos la ventana me ha dado un poco de aire y me ha dejado escuchar a esas pretenciosas del segundo y tercer piso hablando de mí. Que si soy chismosa, que si voy escuchando por los rincones, que si las miro demasiado y soy envidiosa de las cosas que usan. Tampoco ellas se quedan calladas por lo visto, y yo tengo que saber qué pasa en el edificio. Es mi labor cuidar, y ante cualquier desmán llamar a la policía. Verdad es que me atrae todo lo que brilla –uy,  hoy también me tocan los bronces-­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­ pero ¡hay que ver las cadenas, los anillos, las pulseras que usan! ¡Qué calor, qué calor! Parece que me dormí con el abanico en la mano, sin embargo el mío no es negro azulado. Siento como si me fuera reduciendo, un salto y… no, sólo ha sido un saltito. No están mis piernas largas, veo un par de patitas de ave.

Ahora, algo baja por mi vientre, necesito juntar estas sábanas como si fueran ramas, así, así, me apoyo un poco sobre esas rídículas  patitas. No ha sido tanto esfuerzo después de todo: tres huevitos uno tras otro. Peor fue parir mi hijo hace tantos años; pero no sé muy bien qué pasa, qué debo hacer, qué que, qué que, qué que.

¡Qué nervios! Agito y agito este abanico y de pronto estoy volando. Tantos años soñando con volar lejos, bien lejos de esta rutina diaria que aguanto por la futura pensión y porque entre tanto tengo un techo, luego no sé, no sé, no sé dónde moriré. Y así vamos. Me paro sobre mi cómoda y en el espejo aparece un ave blanquinegra de cola y alas azuladas. ¡Soy una urraca!»

Después del primer momento de estupefacción, Adelina empieza a sentirse cómoda en este pequeño cuerpo volador que ya supo poner nada menos que tres huevos. Instintivamente los empolla de a ratos, pero recorrer nuevos espacios con sus alas la empuja a al patio interior al que da su ventana, en busca insectos  entre los canteros con plantas mal cuidadas y colillas, papeles, todo lo que los vecinos arrojan con indiferencia, y ella tiene que limpiar.  Quiere aprovechar  esa nueva forma de libertad. No obstante aún no ha perdido del todo el pensamiento humano, y algunas cosas le preocupan. Ha intentado girar la llave de la puerta de su apartamento con el pico pero no ha podido. Y hoy precisamente nadie la necesita ni reclama una nueva luz para el pasillo, ninguno protesta porque no  ha  barrido ni ha dejado  los periódicos a la entrada de cada apartamento. Es día laborable, tal vez al regresar noten la oscuridad, que no ha sacado las bolsas de residuos; por ahora es libre de volar en el viento y volver a sus encantadores huevitos.

Probando sus alas-abanico y esa cola azul que se abre para hacer de timón, y de la que empieza a presumir, se le ocurre que podría asomarse a alguna de las ventanas de los pisos superiores, quizá pueda alertarlos. Sin embargo, al entrar al cuarto piso halla en el dormitorio de una de sus detestadas chismosas esa cadena de oro que siempre le gustó. Ya se la lleva en el pico y la pone sobre su cama cerca de los huevos. Tanto disfruta de su pequeña venganza que donde encuentra una ventana abierta pasa y se lleva  el reloj del abogado del sexto, la pulsera de la joven del segundo,  ofreciendo regalos a sus próximos pichones. Va y viene de restos de pensamiento humano a acciones instintivas; algo preocupada por su parte Adelina, pero muy contenta como urraca.

Han pasado unos días y ni noticias de la conserje. La entrada del edificio está cada vez más sucia, se acumulan las bolsas de residuos, nadie barre la vereda. Los vecinos se preocupan. Llaman a la puerta. No contesta. Prueban con el móvil. Lo mismo. Temen que le haya pasado “lo peor”. Alguien nota que la ventana no está completamente cerrada y alcanza a ver un pájaro en medio de la cama. «¡Está muerta, hay que llamar a la policía!»

Por fin,  al entrar ven el pájaro entre las ropas revueltas de la cama. El pájaro escapa. Hay tres huevos entre las sábanas y el camisón de Adelina, pero ni señas de ella. No puede haber salido por la ventana por sí misma, alguien la ha raptado. Lo extraño es que la ventana está entera, se abre desde adentro, las llaves de la puertas tanto del acceso al patio como de su apartamento están en el gran llavero que Adelina cuelga semi escondido sobre la pared.  Su ropa  ordenada sobre una silla, y ese camisón convertido en nido, vacío. Adelina no puede haber salido desnuda por la ventana. Si alguien la raptó ¡cómo hizo? ¿Por qué llevarla desnuda? ¿la mataron antes y la llevaron después? Pero no hay signos de lucha, ni sangre, sólo tres huevos de urraca y algunos objetos de los vecinos, -quienes por cierto ya han llegado a la conclusión apresurada que Adelina era ladrona y ha escapado apurada sin llevarse los objetos robados-.

Pero, una y otra vez: ¿desnuda? ¿sin lo robado? ¿cuándo ha sucedido para que haya una urraca haciendo nido sobre la cama? En el barrio nadie ha visto nada. Así comienza una ardua investigación.

La Fiscalía está desconcertada pero supone que debe haber alguna relación entre el caso Adelina y lo ocurrido en la Casa de Gobierno después de los últimos disturbios. El presidente y sus ministros hace meses que no se presentan. Se dice que están de viaje. Todos los empleados han desaparecido  misteriosamente, y a la entrada, quedan solo los gorros y los sables brillantes de los dos granaderos de guardia. En su lugar han crecido dos árboles frondosos donde han hecho nido infinidad de urracas.

Esta solitaria urraca observa desde un árbol, quiere recuperar sus huevos, pero es tarde, los han llevado a ver si encuentran misteriosas y casi imposibles huellas de la conserje o su secuestrador.

Adelina ha oído al detective. Así, su instinto de ave la empuja a volar a donde pueda construir otro nido, a donde pueda encontrar otros brillos.