¿CUÁL DE NOSOTROS?
«Dicen que
todos tenemos un doble en alguna parte», es lo primero que oigo cada
mañana al despertar.
Este alerta
sólo aumenta mi angustia. Si mi doble
está en alguna parte, también lo está el
de Helena. Pero espere, debo explicarle
porque aún hay otra voz que me persigue por estos pasillos infames; una voz que
dice, « Alejandro se mató». Entonces, todo es peor porque yo, Alejandro, estoy
aquí hablando con usted.
Siempre
fuimos felices. Sin embargo, cuando empezamos a convivir, a tener hijos, a
luchar por los sueños de vigilia, los proyectos, mi felicidad
fue trasladándose a la noche. No, no le hablo del sexo, -¿será lo único
de lo que hablan los médicos?- aunque era bueno a cualquier hora. Le hablo del
mundo en el que vivimos al dormir.
Durante esas
horas, ella era el ser que había
encontrado cuando nos conocimos. No se trataba de cerrar los ojos, comprenda, no eran fantasías o deseos incumplidos. Al dormirme, éramos otra vez los que descubrimos en la
primera mirada, la esencia de nosotros mismos. Ese era mi verdadero descanso.
Amanecía sabiendo que había estado recorriendo el universo con el ser de
Helena.
Por un
tiempo me bastó. Deseaba que a ella le pasara lo mismo, aunque muy pronto
descubrí que en sus sueños no había nada
parecido.
Al
despertar, quedaban hilachas de la vida.
Alguien me espera cada mañana al borde de la
almohada; alguien igual a mí que maneja mis deseos, mis debilidades, mis
pasiones y que me hace actuar a su antojo. Soy y no soy yo. Es un él que quiere
ser yo.
En mi
obsesión por recuperar el mundo de la
noche de manera permanente, perdí todo: trabajo, amigos, hábitos cotidianos. Mis hijos me evitaban.
Siempre callados, mirándome,
deseando que me fuera. Me decía que no quería molestarlos, pero en
verdad sólo quería dormir para encontrar a mi mujer; la verdadera.
La otra, la Helena
diurna, trató de ayudarme con toda la batería que el mundo ofrece: médicos,
psicólogos, técnicas de meditación,
ocupaciones que no me gustaban,
comprenderme, rebelarse, exigirme. Por fin, se cansó. Se limitó a seguir con su
trabajo para mantener la familia y a hacer ella lo que yo rechazaba. Salía con sus amigas, iba al
psicólogo dos veces por semana, corría una hora
al volver de sus obligaciones, atendía a los chicos y mucho más.
Me humillaba. Me mataba.
Me humillaba. Me mataba.
Desesperé.
La odié de
día tanto como la amé de noche.
Esa mañana
la seguí una vez más. Iba ligera, sonriente, a buen paso por la vida.
Todavía la
veo entrar a un café a encontrarse con
sus compañeras. Conversan y ríen. No puedo oírlas. Alguna
se inclina sobre la ventana como buscando con la mirada. A mí, claro, ¿a quién
más?
Quieren saber si realmente soy yo, si la sigo, si lo que ella cuenta se refleja en mi aspecto, si quiero acompañarla o espiarla.
Quieren saber si realmente soy yo, si la sigo, si lo que ella cuenta se refleja en mi aspecto, si quiero acompañarla o espiarla.
Salen. De
pronto alguien más, ese “él” se acerca
y lleva a Helena apoyando la mano en el
centro de su espalda. Un hombre común y corriente como yo, que le habla al oído y la hace reír francamente.
Las compañeras se alejan un poco dejándonos atrás, dándoles privacidad.
Quiero
gritar pero se me cierra la garganta y el puño aprieta el mango de un cuchillo
de cocina. ¿Cuándo lo puse en el bolsillo?
Se abalanza.
Siento al otro entrar en mí, o yo en el otro. Ya no lo sé.
Ella me mira incrédula queriendo soltarse.
Ella me mira incrédula queriendo soltarse.
El cuchillo se
clava en su garganta, y al apartarse, la veo retroceder hacia los ascensores
tropezando, sin dejar de mirar al otro. Grita:
──¡Alejandro,
no!
Lo sé, lo
sé. Nadie más lo vió; es a mí a quien
vieron alcanzarla y dar juntos unos pasos riendo abrazados. He perdido ambos
mundos…
En todo
caso, la Helena nocturna, ¿también ha muerto?
Si, como
dice la voz que me despierta, el doble de Helena y el mío en vez de estar aquí
en nosotros mismos, como creo, viéndonos vivir y morir, están realmente en otro
lado, ¿continuarán ellos la vida
que no supimos seguir, o morirán
castigados el uno por el otro?
Alguien debería advertirles el peligro.
Alguien debería advertirles el peligro.