Cielo plomizo, nubes a la altura de los ojos, necesidad de dormir al tiempo que la angustia no permite ni un segundo de
descanso.
Como un rayo vuelve a la mente la palabra “preeclamsia”.
Hace ya tantos años de eso. Su mujer en una camilla que corre como un relámpago
a la sala de cirugía. Por entonces él fumaba. Y fumó como todos, para calmar
los nervios que se tensaron más, para tener las manos ocupadas que no dejaron de
temblar, para todo lo que se mentía con
el cigarrillo. Ahora piensa con qué mentirse. Algunos de sus amigos se embotan
con alcohol. Tampoco sirve. Quiere estar despierto, despierto y desesperado.
Claro, está el celular, sí, todos en el aeropuerto lo tienen encendido, también
él, pero aunque intenta distraerse con algún juego, lo deja inmediatamente.
Necesita noticias.
El aeropuerto
ruge en sordina como los truenos lejanos. Casi se alegra de
estar solo. Los que esperan en compañía
se alimentan mutuamente la angustia y el temor.
«¿Se sabe algo más? ¿Hubo otro aviso? Por radio dicen
que cayó un avión que venía de la cordillera…»
Tiene ganas de
gritar « ¡Cállense!» Piensa que sería mejor el silencio, pero siente que todo
eso también está dentro de él; su hija, su chiquita, ¿dónde, cómo está? No puede hacerse la última pregunta: «¿Volveré a
verla?»
Por el altoparlante suena su nombre llamándolo a”
Informes”. Corre como si se le escaparan y, ¡allí esta su niña!
Se abrazan llorando. Salen mientras ella dice:
—Perdí
el avión, pero no pude avisarte. Vine en ómnibus y en auto hasta aquí, porque sabía que estabas
esperando.
Llega un viento que lo barre todo. Asoma un rayo de
luz. Entonces, sonríe.