domingo, 13 de febrero de 2022

CARAMBOLA





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La primera bola fue la mañana en que su madre dijo, «si querés zapatillas o pilchas nuevas, ganátelas vos. Mi trabajo alcanza solo para la comida».

Fue al campito donde sus compañeros jugaban al fútbol. Iban a hacerse ver, a que alguien de algún club quisiera llevarlos a entrenarlos y de paso darles de comer,  algo de contención. Pero ya habían formado equipo. Se quedó mirando apoyado contra un poste. Soñaba con los ojos entrecerrados. Sonó un gooool mucho más fuerte en el grito que en la acción, y se imaginó   haciendo entrar la pelota en el arco. Por un segundo fue Messi.

Alguien habló a su lado:

¿Vos no jugás?

Negó con la cabeza antes de ver quien le hablaba.

Hoy llegué tarde al equipo. Además no me quieren con ellos. Dicen que soy lento.

El Viejo del último corredor, ¿lo conocés? anda buscando pibes para reparto de mercadería, paga bien. Te conviene. Más rápido, más guita y más libertad que el furbito.

Por un segundo el sol le pegó en los ojos. Fue. A la tarde al volver, Estela de la tercera casilla que lo miraba siempre desde la puerta, le sonrió.

Segunda bola.

Exultante, casi gritó:

Vieja, conseguí laburo: repartidor del Viejo del fondo. ¿Qué tal? Dice que puedo progresar.

Limpio, puntual, cumplidor con lo que te pidan. Así vas a progresar.

Y otra vez sale ella a su trabajo  en una de las tantas casas donde limpia vidrios, tiende camas, lava ropa, lustra pisos. No se queja. Con tal de que su hijo le salga bueno y pueda irse de la villa… A ella le habría gustado que estudiara, pero no es para eso. Ahora se conforma con que trabaje. Tampoco sabe quién es el Viejo. Trata de no saber. En cambio le gusta hablar con sus patronas. Contarles, por ejemplo, que su hijo es buscavidas y no quiere depender de ella.

El Javi es un buen chico, jamás me dió un dolor de cabeza exagera.

Doña Cata ya anciana, «la quiere como a una hija», y suele darle ropa y cosas en desuso. Para un cumpleaños  hace ya unos años, le regaló un relicario que no usará jamás; ¿cuándo ponerse eso viviendo en una villa? Pero lo guarda como  prueba de su valor. Hay alguien en el mundo que la considera tan valiosa como para tener una alhaja así. Y se la ha dado.

Y así sigue la vida, «de casa al trabajo y del trabajo a casa» sin preguntas, sin respuestas. Le parece que el Javi está más delgado y como ensimismado. ¿Se estará enamorando? Lo ha visto charlando con la Estela. Ella es mayor y mucho más avispada, pero tal vez lo despierte. El misterioso Viejo del corredor del fondo sí le da mala espina. Mejor no pensar.

 

La primera ganancia fue, por supuesto, para pilchas nuevas. El Viejo le  dió una moto robada y una mochila de doble fondo para llevar la mercadería a los clientes que no quieren que los vean entrar a la villa; menos aún ir al corredor del fondo.

Estela, siempre con un  brillo raro en los ojos, es cada día más amigable. Una tarde pregunta:

¿Sabés qué repartís?

Hmmm. No pregunto.

Estela ríe. Parece que se burla.

Fijate, por ahí podrías traer algo para el sábado. Es mi cumpleaños, dice con picardía.

Un relámpago lo deslumbra y lo deja clavado en tierra. Estela lo está invitando y él  muere por demostrarle que es todo un hombre.

Sí, ha comprendido  el extraño brillo de sus ojos, ha entendido perfectamente el pedido, pero  qué más, qué más. Para una mujer como esa todo es poco.

En pocos días la moto ruge a velocidades tan peligrosas como sus pensamientos. Se revuelve en infinitas contradicciones entre Estela y su madre. Por fin rebusca en bolsillos, bolsos, cajones  hasta dar con el relicario. Recuerda muy  bien la sonrisa de su  madre cuando se lo mostró. Por un instante siente algo como un cuchillito en el pecho. Aparecen los ojos de Estela. En lugar del cuchillito hay una exaltación: ahora sabe qué hacer. Con un alfiler pincha el borde de una bolsita, deja caer algo del polvo blanco dentro del relicario, lo cierra y lo envuelve con el papel más vistoso que encuentra y se prepara para un sábado de gloria.

Estela ha sonreído al abrir su regalo. A medianoche lo prueba y la sonrisa se convierte en una mueca, la sacuden convulsiones. Javi desespera, la carga, grita, pide ayuda y la llevan al hospital entre varios vecinos.

De pronto  la ciudad entera es un grito. De muy distintos barrios  sale gente cargando a otros que parecen borrachos.

Estela ha muerto.

Tercera bola.

La policía invade el lugar, encuentra la mochila de Javi y el relicario. Lo detienen. El Viejo ha huido.

En las noticias de la tarde doña Cata ve a su mucama, «a quien quiere como a una hija» llorando ante el relicario que sostiene un policía y diciendo, « mi hijo trabaja para pagarse sus gastos».

Doña Cata suspira y llama a una amiga. No, el relicario era una bisuteria bastante buena no más. Se lo había regalado porque le gustaba mucho y ya se sabe cómo es esta gente, cree que todo lo que brilla es oro.

En el patio del reformatorio, Javi ve acercarse a un muchacho mayor.

¿Sabés cómo son las cosas acá?

Nueva carambola.