Apenas terminado el Gran Diluvio que desapareció un
mundo, en las últimas gotas que
brillaban en el aire, rayos de luz se apresuraron a refractarse,
para formar el Arco de la Alianza donde brillaran los pensamientos y
sentimientos de los hombres transformados por los dioses en los colores del
mundo.
Hubo sin
embargo un rayo que se desvió hacia una piedra negra brillante de humedad, y
atrapado en ella quedó.
Variaron los marrones de la tierra y los grises de los
guijarros donde se alojaron plantas, arbustos, árboles teñidos de todos los
verdes de serenidad que buscaron y amaron pájaros y animales.
Crecieron los amarillos, rojos y naranjas que nacían
de las alegrías y las fuerzas apasionadas. El azul se oscureció en el cielo
para dejar ver las estrellas y la luna;
y se suavizó a la luz del sol para reflejarse en los mares.
Entre tanto, la piedra negra crecía como si quisiera
hacerse árbol. Cada vez que las nubes del miedo, la duda, el odio, la
desesperación, la pena, los crímenes o la venganza se apoderaban de la cabeza y
el corazón de los hombres, la piedra crecía, crecía.
El mundo la contemplaba con temor reverencial sin
saber qué hacer con ella. Sin entenderla, sin conmoverse.
Pero una vez, en el momento exacto en el que la noche
se aparta, la piedra se abrió rugiendo
su dolor. De ella escapó un prístino rayo de luz creando para siempre la
blancura del alba.
(249plbs. con el título)