Desde la
llegada de los dioses que no fueron, cuando creímos que se trataba del milagro
esperado a través de los tiempos y, alegres y reverentes nos entregamos a lo
que culminó en dolor y humillación, ninguno volvió a creer en milagros, ninguno
volvió a mirar el mar ansiando ver naves venidas desde donde aire y mar se
juntan.
Llegaron con
ropas pesadas que escondían su semejanza con nosotros, armas que escupían
terribles bolas negras y humo, cuchillos
más largos y cortantes que nuestras piedras de sacrificar y también, debo
decirlo, con este nuevo lenguaje.
Nuestra vida
cambió. Nuevos sufrimientos, nuevas enfermedades, nuevas formas de morir. Ya no
fuimos dueños de lo que fue nuestro ni de andar nuestra vida como la andábamos;
tampoco de obedecer las órdenes que nuestro rey y nuestros sacerdotes recibían
de los astros que nos guían.
No, nadie
volvió a esperar a los dioses prometidos. Pero si ahora puedo cantar en
palabras que nunca fueron nuestras, es por el regalo. Tal vez nuestros dioses y
los de ellos se han puesto de acuerdo. Lo pienso y el agua del manantial del
sentimiento brota de mis ojos. Sin embargo no estoy seguro de lo que vendrá.
Cuando
llegaron se golpeaban el pecho y decían “YO” con gran orgullo. Luego estirando el
brazo hacia cualquiera de nosotros, decían “TÜ”.
Tengo que
aclarar ahora que entre nosotros no existen esas palabras. Hay una que, a
excepción de nuestro rey-dios y de nuestros sacerdotes, nos nombra a todos:
Piedra-del-gran-Pueblo.
Sus gestos y
sus voces fuertes y brutales trajeron enormes confusiones y castigos. Si uno de
ellos preguntaba:-¿Quién hizo esto?, y uno de nosotros contestaba ─Yo ─
señalando a uno de sus compañeros, llegaban la burla, el escarnio y el castigo.
Peor aún era cuando a la misma pregunta respondíamos ─Tú ─, pensando en
cualquier Piedrita-del-gran-Pueblo.
Soy el
escriba del rey-dios, encargado de
registrar en la piedra con algunos pocos signos la memoria de cada año. Por eso
traté de aprender el lenguaje de los dioses falsos, porque ellos son, como el
regalo de hoy, lo esencial del año.
Ayer, su
cacique (no puedo llamarlo dios) volvió al mar con muchos de ellos, dejando a
los más duros y crueles con nosotros para que nos eduquen. Pero también quedó,
creo que por su voluntad, el hombre de la túnica larga con cordón y maderas
cruzadas sobre el pecho, y una sarta de bolitas que cuelga de su cintura y que
a menudo acaricia con cariño. Es un hombre bueno y paciente que me tiene cierto
afecto. Mientras su cacique volvía al punto de unión entre el cielo y el mar,
hoy, día del gran regalo, me llevó a la sombra de las palmeras y me
reveló el misterio del “Yo” y del “Tú”.
Ah, esta
Piedrita- del- Gran- Pueblo aún no sabe qué signos usará para explicarlo todo.
Jamás creí
poder ser un Yo y tengo miedo.
Llevé mi voz
al rey-dios quien ordenó reunirnos ante la piedra de sacrificio. Cuando
estuvimos todas las Piedritas-del-Gran- Pueblo, dijo:-¡Habla!
Fue como el
silencio que antecede el terremoto. Después, cuando todas las
Piedritas-del-Gran-Pueblo parecieron comprender, la tierra tembló de tanto
baile y grito ritual.
Algo se ha
liberado en cada uno. Hay una fuerza distinta. Me gusta y le temo. Algunas
miradas ya han cambiado. El hombre de la túnica nos observa con amor y
preocupación.
Es un gran regalo,
sí, pero ¿qué ha de suceder cuando vuelva el falso dios y vea lo que somos
ahora? Tiemblo.
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