domingo, 9 de marzo de 2025

LA MUERTE DE LA SOMBRA

 



Apenas habían pasado dos horas desde que subí el relato al blog, y lo puse en el Correo del microrreto del mes, cuando encontré estas líneas del poeta argentino Mario Trejo (1926-2012):

Todo termina/ Todo perdura/ Y amar sin embargo.

Creí que valía la pena compartirlas. 



LA MUERTE DE LA SOMBRA

 

 

Madre, ¿me ayudas a enterrar estos dinosaurios que ni nombre tienen ya?

Parece la pintura de un impresionista. Sentada junto a la ventana dormita o acaso recuerda con una mano sosteniendo la cabeza; sin embargo al oír a su hija abre los ojos y sonríe.

La hija carga varias carpetas enormes forradas en cuero.

Están juntando tierra, ocupan muchísimo lugar y ya nadie sabe quiénes son.

Es verdad. Ni siquiera yo conocí a la mayoría, menos lo sabrán tus hijos y tus nietos. Sé quiénes fueron por las historias de mi madre. ¡Vamos, a despedirse!

Pasa la tarde entre antiguas cartulinas con fotos pegadas y algunos nombres, fechas, historias. Una mujer mayor de labios finos, apretados,  mirada severa aunque algo triste, luce un camafeo con una perla en medio de un gran cuello de encaje.

¿Y ésta?

La tía Mercedes. Dicen que no quiso casarse por cuidar a sus sobrinos, aunque su hermano volvió a casarse y siempre vivió con ellos. Lo curioso es que su pretendiente tampoco se casó e iba todas las semanas a visitarla.

¡Qué romántico! ríe la hija.

La madre la mira con ternura y dice:

Sos un río de agua cristalina.

Entre tantas, la hija reconoce a su madre muy joven junto a un muchacho.

Este no es papá. ¿Quién era?

No me acuerdo.

Fecha:1958 Rada Tilly.

Ah, mi primer novio, entonces.

¿Cómo se llamaba?

Un silencio. Un intento. Nada surge. Al cabo:

Sabés, las sombras se deshacen ahogadas en el agua.

 

(247plbs. Sin el título)


domingo, 9 de febrero de 2025

TIERRA DE PIRATAS

 


 

                                              TIERRA DE PIRATAS

 

 

−¿Estamos a salvo?

No lo sé. Estamos yendo hacia una estrella.

¿Cuál?

No elegimos nosotros. Ella nos atrae.

Pero, ¿pueden alcanzarnos todavía?

Podrían si quisieran, pero dudo que estén interesados. Desconocen nuestro tesoro. Creen que no traemos nada.

−No traemos nada. ¿Hablas del agua?

                                                        *

Son tan delgados como dos esqueletos con una piel ajada y dura como el cuero; cuatro ojos brillantes, oscuros que se miran de a ratos y de a ratos miran el espacio que se expande cada vez más lejano, lleno de estrellas. Dos gargantas que vibran algo ásperas en tonos profundos, buscando las palabras;  dos respiraciones que se van acompasando al ritmo del universo. Sin embargo hay también un llanto subterráneo. ¿Son ellos los que dejan la tierra para siempre, o es la tierra la que los ha abandonado?  Cuatro manos frágiles no saben si recobrarán su quehacer. Pero cuatro oídos que dentro de la nave tienen sólo el silencio del espacio, sienten una vibración, están atentos a un nuevo lenguaje. Algunos más van con ellos. Descansan ahora antes de tomar su turno. Saben que otras naves han salido de diversos puntos de la tierra. En la inmensidad sin referencias, no han visto ninguna.

 

La última imagen del que alguna vez fue “el planeta azul” era de un gris árido, amarronado, una atmósfera de humo. Habían batallado durante milenios contra todas las dinastías de piratas que primero se adueñaron del verdor de la tierra y sus animales, luego los minerales y la desesperada codicia del oro; también los alimentos; más tarde fue el petróleo, los plásticos, los productos químicos que enviciaron la atmósfera y trajeron sequías, inundaciones, tsunamis, volcanes en acción, hambre y SED cuando por fin se adueñaron de lo que quedaba de agua. Hubo guerras y temporadas de cierta tranquilidad cuando los piratas seducían con el progreso de sus descubrimientos a una humanidad adormecida que solo podía usar sus productos.  Pero la tierra se había agotado. El aire era ponzoñoso, la vida del mar había muerto ahogada en plástico, y los ríos estaban secos. Bajo un sol abrasador, en medio de terribles espejismos la gente caía sobre las grietas de la tierra, y allí quedaba.

No obstante lucharon hasta el último segundo. Tragaban de a uno o dos granos de arena húmeda hasta cavar los túneles que llevaban a las cuevas donde la última dinastía de piratas escondía enormes recipientes de agua potable que ofrecía de a cuenta gotas a precios exorbitantes. Limpiaban de tierra algunas raíces de árboles y sorbían la humedad para resistir. Cargaron algunos galones hasta la nave. Lo posible decían, sabiendo que tendría fin. Algunos se preguntaban para qué, pero seguían, seguían.

                                                            **

−No, no hablo del agua. Dentro de esta nave es un tesoro, por supuesto, y la medimos y cuidamos esperando que la estrella que nos atrae tendrá lo que nos permita vivir, pero ellos se han quedado con la mayor parte, aunque tarde o temprano la agotarán. Sin embargo tendremos que volver algún día. Nosotros o nuestros descendientes. También somos responsables del desastre. Compramos comodidad, facilidad, rapidez, automatismo sin siquiera pensarlo, y los dejamos hacer. Trabajar más, ganar más dinero para comprar lo que nos ofrecían sin mirar. Cuando llegue la hora, tendremos que volver para hacer resurgir nuestro planeta. Es para eso que necesitamos el tesoro de los que estamos aquí y el de todos los que viajan en otras naves hacia otras estrellas,

−Estoy tan vacía…¿la nada es un tesoro?

−La memoria es un tesoro. Las imágenes de nuestra vida en la tierra y sobre todo lo que sentimos al revivirlas. Hay que revitalizarlas entre todos para corregir errores al volver, darle la vida que le fuimos robando. Empezar de nuevo.

−Siempre amé tu fuerza de vida y tu esperanza.

−Y yo tu conciencia, tu presencia ante los hechos, tu valentía. Siempre nos hemos amado. También eso hay que guardar en la memoria.

−Pero nunca hicimos el amor.

−Hacíamos el amor todo el tiempo… Recuerda, por favor, recuerda todo nuestro amor compartido en nuestros estudios, en nuestro trabajo, en nuestro interés por la vida misma. En nuestros paseos, en nuestras búsquedas, en nuestras charlas. Lo que no tuvimos fue sexo, es verdad. En tierra, eso nos faltó.

−Entonces, ¿cómo lo vamos a llevar en la memoria?

−Como una ausencia y como un regalo para el futuro. Lo que no se dio en el pasado se puede guardar en espera para que resulte fresco y nuevo en el porvenir.

Dos compañeros de viaje tan esqueléticos como ellos, con las mismas dificultades para tenerse en pie, pero con la misma vida en la mirada, se ofrecen a un relevo trayendo dos recipientes con una medida justa del agua de la vida. Gota a gota la dejan caer en la garganta. Agradecen y dejan sus lugares, pero no van a dormir. Miran la oscuridad y alguna lejana galaxia en los confines. Miran el silencio.

−¿Sería algo así como el gigantesco reservorio de semillas conservado en los hielos del norte?

La mano de ella se aferra a la del él.

−Mucho mejor, −dice él con algo parecido a una risa. Aquello está congelado y hay que cuidar su congelación para que un día, si encuentra tierra fértil, reviva. ¿Habrá quién? ¿Estarán cuando volvamos? El amor que llevamos tiene calor y vida en nosotros. Somos nosotros.

 

 

(890plbs)


jueves, 9 de enero de 2025

CRUZAR EL RUBICÓN

 



 

CRUZAR EL RUBICÓN

 

 

 

Es nuestra última etapa consciente. Pueden quedar otras dos: senilidad y decrepitud, pero son tan lastimosas que no voy a hablar de ellas. Hoy está invitada  la vejez a secas.

A secas porque no se la conoce hasta que uno llega a ella y  empieza a vivirla con todos los desconciertos, sobresaltos y súbitas impotencias que se sufren a cualquier cambio de edad, solo que éste es el último; y salvo algún compañero de ruta, todos la desconocen por completo. Es más, no preguntan porque prefieren seguir desconociéndola.

Pero, la vejez no atañe sólo a quien la transita. Todos los que la rodean quiéranlo o no, están involucrados en el proceso y muy a menudo tan desconcertados ante ella, como ella ante las nuevas, apresuradas formas de vivir.

Los viejos somos lentos. El mundo, cada vez más veloz. Para ser respetados como seres pensantes e independientes tenemos que poder correr al ritmo del mundo.

Sin embargo ayer, al salir de casa, llegando a la avenida de doble vía, vi un hombre delgadísimo y tembloroso que apenas arrastraba los pies en pasos increíblemente lentos, teniéndose erguido como una rama que no se rinde al viento, mirando sólo a la vereda de su destino, acaso sin oír, cruzando la avenida.

No sé cómo llegó a la mitad. Lo vi porque cientos de bocinas y voces furibundas me obligaron a mirar y ya no pude dejar de hacerlo.

De pronto, una moto con dos hombres giró veloz y se atravesó ante los coches y colectivos del lado contrario. Y allí se quedó, obligando a todos a frenar.

¿Fueron dos, tres cambios de luces? No lo sé.

 Sobre la avenida cayó el silencio de una multitud conteniendo el aliento.

Una voluntad avanzaba con toda la concentración puesta en mantener su equilibrio, persistiendo en cada paso en su dignidad de hombre.

Por fin, un pie, luego el otro llegó a la otra orilla. La moto retomó su rumbo. Algo como un gran suspiro surgió de los frenos de aire de los colectivos; y seguro de llevar el profundo reconocimiento de lo humano en el corazón, el mundo volvió a avanzar.


sábado, 14 de diciembre de 2024

EL GRAN BONETE

 

Usa esta imagen en tu relato, si quieres


EL GRAN BONETE

Esa mañana, la revive como si fuera hoy, al entrar al despacho del Director del diario local con el café y las habituales medialunas, lo encontró mirando las noticias del día por  televisión. Le hizo un gesto de no hablar y otro de sentarse junto a él. En la pantalla se leía: ÚLTIMA NOTICIA, en tanto el periodista de turno recitaba:

—“Parece que  al Gran Bonete se le han perdido unos millones y no sabe quién los tiene. Desde ya, no nos corresponde adelantarnos a las investigaciones propias de la justicia pero… (aquí  cambia el tono de voz hacia un registro más suave casi cómplice con el oyente) teniendo Mengueche tantas causas abiertas por posible corrupción, no sería de extrañar que…Bueno, habrá que esperar la palabra de la justicia.”

El Director suspira molesto, bebe un sorbo de café, apaga el televisor y enciende la radio.

“Ante  acusaciones infundadas rayanas en la maledicencia contra Mengueche, RADIO LA CONTRA  ha querido  escuchar su versión de los hechos. Esto dice:

¿Yo, señor? No, señor.

Pues, ¿quién los podrá tener?

¿Por qué no investigan al ministro Fulano y al subsecretario Perengano tan cercanos al Gran Bonete. Habría que preguntarse por esas vacaciones en  dudosos paraísos o por los aviones que viajan a islas no tan vírgenes por motivos desconocidos para la población.

(Ahora es el locutor quien cambia el tono de voz sin abandonar su creciente indignación): Tal vez sería bueno recordar a la audiencia los negociados en el tráfico de armas descubiertos hace unos años donde no sólo Fulano y Perengano estaban muy comprometidos sino que cuando Zutano fue a contárselo a Magoya todo quedó en la nada”.

Dos minutos después en la red social X, Fulano se indigna con las calumnias que Radio La Contra desparrama. Sus viajes se deben a encuentros programados con expertos de las finanzas de todo el mundo, en pro del desarrollo económico del país. En cuanto a las denuncias del pasado, recuerda a la población que fue sobreseído por falta de pruebas.

El Director sacude la cabeza y sonríe entre el asco y el cansancio.

No sé si vamos a tener pan y circo, pero circo, seguro.

                                                       *

Sí, fue ese el momento en el que dejó de ser el che-pibe del diario local para empezar su camino de investigador-espía. El Director habló mucho. Él preguntó lo necesario. Viajaría a la Capital pagado por el Director mismo. Debía buscar documentos, oír conversaciones, espiar dormitorios, amigarse-pero-no tanto con algunos colegas, aprender a diferenciar pistas falsas que tratarían de desviarlo de su objetivo, de las verdaderas que vendrían envueltas en conversaciones casuales o en alguna palabra escrita en la pared de un baño público. No podía confiar totalmente en nadie, ni en Marisa, secretaria del Director, muy propensa a dejarse llevar por el “yo sé cosas que la gente no sabe”. Luego, volvería con todas las pruebas y se las entregaría a su jefe. En una palabra, debía aprender la soledad y el silencio. Pero eso era su raza, el problema era aprender a mentir.

Cuídate del Poder, corrompe por proximidad, fue lo último que oyó mientras subía al tren.

Hizo cuanto se le pidió y más. Para no confundirse en la maraña de hechos y personajes, fue dibujando un esquema con un código  que llevaría mucho traducir: Fulano, tráfico de armas; Perengano lavado de dinero en países remotos; Mengano tráfico de órganos y de niños; Zutano tráfico de drogas y pedofilia; Mengueche negocios inmobiliarios en sociedad con comunidades religiosas; ni siquiera Magoya quedó del todo limpio, se dudaba del oportuno silencio de la Justicia bajo el manto del obligado silencio de investigación.

Así, dado que el dinero se inventó para equiparar intercambios de bienes y males, un buen día se encontró con una suerte de araña de patas largas o de caminos que confluían en una sola circunvalación. ¿Quién? (Ya lo habrás adivinado querido lector…) ¡El Gran Bonete!

Pero, para cuando volvió a su pueblo el Director había muerto.

Guardó grabaciones y documentos que eran pruebas irrefutables, también algunas fotos y noticias públicas aunque éstas estaban en todos los medios, pero in memoriam del Director se permitía sonreír irónico ante imágenes de índices en alto reclamando castigo a los culpables que no fueran ellos, amenazando con llegar hasta las últimas consecuencias, asegurando que llevarían al país a ser moralmente impoluto. Pensó en escribir un libro con todo eso, pero si quería sobrevivir, debía dejar pasar el tiempo hasta que las aguas se aquietaran. Se convirtieron en objetos  amontonados en un ático polvoriento.

Un año de elecciones, cuando los políticos florecen como la primavera, alguien lo llamó:

¿Te acordás de mí, che? Juntos destapamos ollas del Gran Bonete, Sé que tenés muchas pruebas contra él, y Mengueche necesita ser revindicado para  arreglar el lío que deja éste. Si publicaras lo que sabés del Gran Bonete, le harías un gran favor y Mengueche sabe agradecer a sus amigos. ¿Qué te parece la idea?

No es para mí. Sobran pruebas contra el Gran Bonete pero también contra Mengueche, Fulano, Mengano, Zutano, Perengano y otros, lo sabés bien. Y no sólo puedo mostrarlas yo. Si has venido a buscarme es porque vos y tantos otros saben tanto como yo, pero no quieren exponerse. Además sería recalentar cadáveres para seguir con el juego de siempre, cuando el registro histórico debería servir para avanzar, no para alimento de ratas de biblioteca.

Mirá que esos pensamientos son pura teoría y pueden volverse en tu contra. ¿No te preocupa que se diga que defendés a Bonete o que alguno de los nombrados se enoje contigo y tengas consecuencias?

De pronto, la voz del viejo Director resonó en su cabeza: «cuidado con el Poder, corrompe por proximidad». Fue suficiente.

 Quemó todo.

 

(955plbs)


lunes, 11 de noviembre de 2024

LA VACA

 


Ahora sí, corregido para cumplir con la consigna de 250 palabras.

                                  LA VACA                                                     ______________

 Al alba, cuando la primera claridad se colaba por el techo del establo, saltaba de su jergón y bajaba a saludar a Rosita, su vaca, su compañera.  Le hablaba, la cepillaba, la ordeñaba. Llevaba la leche a la casucha donde dormían madre y  hermanos, daba de comer a las gallinas y luego la sacaba a pastar. En el mundo no había nada más,  nada mejor que sus días con Rosita.

Pero primero  mataron el cerdo.  Luego les robaron la ponedora. Un día dijeron «viene la guerra». Madre vendió a Rosita, cocinó las gallinas y los huevos del día, hizo algunos atados  y subieron a un barco atestado de gente. Nadie lloró. Sólo oyó: «hay que vivir».

Soñaba: Días y días sobre el mar mirando cómo el horizonte iba comiéndose el sol, y temiendo caer en un abismo terrorífico.

Abrazaba  a sus hermanos buscando a Rosita.

Soñaba: Al llegar  cortaron sus trenzas llenas de piojos.

Un día,  madre dijo,

Tienes trabajo. Obedece y calla.

En su eterno sueño, un hombre y una mujer fueron a buscarla. Muy altos, muy rubios, de hablar extraño. En casa, entraron a una caja pequeña que subía sola.  Le dieron de comer,  le mostraron su cama.

Mañana comienzas dijo la mujer.

Al alba  sacudió a sus patrones murmurando

La vaca,  la vaca, ¿Dónde está la vaca?

Pero, ¿Qué dices?

Hay que ordeñar la vaca.

Una risita contenida y burlona la despertó de su  largo sueño: había caído en el infierno. 

(250 pbs.)


sábado, 12 de octubre de 2024

EL TORREÓN DEL VIEJO

 


Queridos compañeros, esta historia se tituló en principio LA REGADERA. Creí tener mis buenos motivos para ello, y pensé que se comprenderían así. Me equivoqué. Isabel, gran compañera y excelente escritora me lo hizo notar. A través de los comentarios de algunos otros vi que no se había hecho  bien la relación entre los posibles motivos del Viejo para matar a su mujer, y el diálogo mantenido entre Tadeo-niño y su madre alrededor de la necesidad de cuidar las flores. Por ese motivo, resolví aceptar la sugerencia de Isabel y cambiarlo por uno mucho más general. Gracias a todos.



Fotos de María Verónica Tomé


Llegó al alba en un amanecer casi sin viento. Apenas lloró, su madre lo llamó Tadeo como agradecimiento y alabanza; su padre estuvo de acuerdo aunque siempre temió haber dejado en la sombra el nombre prohibido por la traición.

Creció como tantos niños de pueblo en el aprendizaje de tareas rurales, descubriendo  la naturaleza toda entre travesuras. El invierno  ceñía a él  y a sus amigos a la escuela y al fogón que muy a menudo era fuente de historias y leyendas repetidas por las memorias imprecisas de los viejos. Al fin del día, Tadeo se sentaba junto al fuego a la espera del dicen que dicen, como él y sus compañeros llamaban a las conversaciones de sus mayores. Las risas, los sentimientos de excitación festiva eran acompañados por las chispas y las toses del fuego; el suspenso, cierta inquietud despertada en las medias palabras del relator se asentaban en los roncos golpes del mar contra los acantilados; el miedo que los empujaba a los brazos maternos estaba ligado al viento furioso y a los truenos.

Al día siguiente, camino de la escuela intercambiaban temblores, sorpresas,  alegrías relatando lo que cada uno había escuchado de sus padres la noche anterior. A veces una historia repetida en todas las casas podía llevar a una pelea  de  muchachos: «Que no, que lo cuentas mal, mi padre dice que tu abuelo inventa, él bien lo sabe porque estuvo presente». «ja, y ¿cómo iba a estar presente tu padre si mi abuelo dice que ni había nacido?» Y así hasta llegar a los golpes o a retomar entre risas el dicen que dicen. Las niñas iban  calladas, o hablándose al oído tomadas del brazo.

Pero la historia  del Torreón del Viejo despertaba la curiosidad y el temor por igual. Era una construcción de piedra semiderruida levantada al borde del acantilado. Todos tenían prohibido acercarse. Se decía que el Viejo había sido un hombre muy rico casado con la muchacha más bella de la región. Tal vez por celos, tal vez tratando de preservar su belleza de los vientos implacables de la zona, la había encerrado durante años. Para unos, ella se había suicidado; para otros fue un accidente al asomarse buscando  algo de sol; para otros aún, el Viejo al ver marchitarse su frescura, la había asesinado.

Según el padre de Tadeo y algunos más, en el Torreón habitaba un demonio que llevaba a los que se acercaban a repetir la tragedia.

—La historia siempre se repite como la naturaleza. Siempre, —decía insistente, pensando en la sombra del nombre de su hijo.

Pero Tadeo no temía a ningún demonio, es más, tampoco creía en ese siempre repetido hasta la obsesión. Desde fines de primavera y durante todo el verano, él y Rocío, su compañera de banco, solían subir hasta el Torreón del Viejo. No entraban, tampoco se acercaban al borde del acantilado, pero jugaban entre las piedras y miraban el sol hundirse en el mar. Tadeo vivía el asombro ante un árbol que había cedido a los vientos la mitad de su tronco sin ramas, pelado como un hueso, para cuidar el crecimiento de su follaje sobre el lado más protegido. No había dejado de crecer. También veía las hierbas  empeñadas en abrirse paso en las fisuras de las paredes de piedra. Cuando al caer la tarde, Rocío sentía frío y se ponía como el árbol de espaldas al mar buscando el camino, él la seguía.

Un día, viendo a su madre regar las flores, preguntó:

—Cuándo se inventó la regadera?

                 —Pero hijo, desde siempre hemos buscado y creado recipientes para regar las hortalizas, las verduras, los frutales, todo lo que comemos…¿Qué pregunta es esa?

No sabía explicarse. Hizo un nuevo intento:

—Sí, pero las flores…No comemos flores. ¿Cuándo empezamos a regarlas?

—Sin embargo las necesitamos tanto como lo que comemos. Cuidar lo bello alimenta el alma.

Creció. Fue a estudiar a la ciudad. Rocío, a un internado. Dejaron de verse.

Él volvía tan sólo durante las vacaciones. A cierta altura del viaje la carretera se desviaba rodeando un fresno solitario en medio de un terreno árido, sin cultivar. Allí aparecían primero las palabras de su padre, y luego casi en oración, las de su madre. Era llegar a casa.

Con el fresco de la tarde, amaba caminar entre  frutales aunque ya hacía un tiempo pandillas de ladrones caían desde los árboles como fruta madura sobre el caminante solitario. Sabía defenderse y llevaba consigo el cuchillo de monte. Cortaba alguna ciruela, un limón para quitarse la sed, y seguía hacia el acantilado.

Nunca había nadie, pero ese atardecer vio una larga sombra sobre la tierra. Apretó el mango del cuchillo, dio un rodeo cuidando no ser oído. «¡Rocío! ¿Qué quiere hacer?», temió al reconocerla mientras se acercaba al borde del acantilado, donde su árbol obstinado seguía rindiendo una mitad para proteger la otra. Con cuidado fue hasta el límite del vacío, sacó su cuchillo y lo dejó caer. La hoja silbó en el viento, chupada por el abismo. Volvió sobre sus pasos para acercarse  a la mujer que miraba el mar sin alarmarla.

            «¡Oh, maravilla, la naturaleza sí daba saltos; y la historia no siempre se repetía.» Alegre y tranquilo, iba limpiándose las manos de la sangre de las ciruelas.

Juntos, bajaron al camino.

(898PLS)


sábado, 21 de septiembre de 2024

LO QUE TRAJO LA PESTE

 





El mundo no la esperaba, acostumbrado como estaba a las guerras y a los avances científicos que curan casi todo. Pero llegó como un cometa violento y apresurado, de elipsis irregular, que envolvió la tierra. Su cabeza brillante nos empujó al aislamiento, nos tapó la boca para el diálogo y como premio nos dejó la brillantez de algunos dispositivos.

Oh, alegría! Pudimos hablarnos, escribirnos y hasta vernos las caras. Pagar cuentas, trabajar,  saludar en fechas olvidadas, desesperarnos por el mal de un ser querido, ni hablar de su muerte. Era genial, no había que poner el cuerpo.

Estábamos más pendientes de ellos que de cualquier mascota. Entonces aparecieron las noticias  del mundo entero; infinitas publicidades  nos acercaban todo al hogar. Trocitos de piezas musicales, de poemas, recetas de cocina;  fotos de amigos y parientes de cuando teníamos otras caras, otros kilos, otro cabello, otra sonrisa, y hasta otro compañero. Supimos de casamientos y divorcios de ignotos personajes, y nunca estuvimos tan cerca de las realezas del mundo. Imágenes e historias que duraban  segundos  y desaparecían. Imposible volver a hallarlas a no ser que muchos, muchos, las hubieran acompañado con el signo de la mano imperial  pulgar hacia arriba, o aquel  corazón rojo que no comprometía ningún amor. 

Al cabo del día  la cola del veloz cometa se deshace en polvo en la oscuridad. De cuanta información creímos tener, no nos queda  más que algún rostro querido grabado  ya desde siempre en el alma.

Y en ese polvo deshecho en el cosmos, de pronto nos diluimos también nosotros mismos, sin meta ni propósito, sin más deseo que volver a la red buscando la ilusión de existir. Eso sí, siempre lo más rápido posible, con la fugacidad de un cometa.


lunes, 17 de junio de 2024

INVESTIGACIÓN EN CURSO

 


 

«¡Qué pesadez, menos mal que abrí una rendija de la ventana! No quisiera levantarme. Hoy es día de lavar escaleras y lustrar la entrada; demasiado pesado para este tiempo. Pero al menos la ventana me ha dado un poco de aire y me ha dejado escuchar a esas pretenciosas del segundo y tercer piso hablando de mí. Que si soy chismosa, que si voy escuchando por los rincones, que si las miro demasiado y soy envidiosa de las cosas que usan. Tampoco ellas se quedan calladas por lo visto, y yo tengo que saber qué pasa en el edificio. Es mi labor cuidar, y ante cualquier desmán llamar a la policía. Verdad es que me atrae todo lo que brilla –uy,  hoy también me tocan los bronces-­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­ pero ¡hay que ver las cadenas, los anillos, las pulseras que usan! ¡Qué calor, qué calor! Parece que me dormí con el abanico en la mano, sin embargo el mío no es negro azulado. Siento como si me fuera reduciendo, un salto y… no, sólo ha sido un saltito. No están mis piernas largas, veo un par de patitas de ave.

Ahora, algo baja por mi vientre, necesito juntar estas sábanas como si fueran ramas, así, así, me apoyo un poco sobre esas rídículas  patitas. No ha sido tanto esfuerzo después de todo: tres huevitos uno tras otro. Peor fue parir mi hijo hace tantos años; pero no sé muy bien qué pasa, qué debo hacer, qué que, qué que, qué que.

¡Qué nervios! Agito y agito este abanico y de pronto estoy volando. Tantos años soñando con volar lejos, bien lejos de esta rutina diaria que aguanto por la futura pensión y porque entre tanto tengo un techo, luego no sé, no sé, no sé dónde moriré. Y así vamos. Me paro sobre mi cómoda y en el espejo aparece un ave blanquinegra de cola y alas azuladas. ¡Soy una urraca!»

Después del primer momento de estupefacción, Adelina empieza a sentirse cómoda en este pequeño cuerpo volador que ya supo poner nada menos que tres huevos. Instintivamente los empolla de a ratos, pero recorrer nuevos espacios con sus alas la empuja a al patio interior al que da su ventana, en busca insectos  entre los canteros con plantas mal cuidadas y colillas, papeles, todo lo que los vecinos arrojan con indiferencia, y ella tiene que limpiar.  Quiere aprovechar  esa nueva forma de libertad. No obstante aún no ha perdido del todo el pensamiento humano, y algunas cosas le preocupan. Ha intentado girar la llave de la puerta de su apartamento con el pico pero no ha podido. Y hoy precisamente nadie la necesita ni reclama una nueva luz para el pasillo, ninguno protesta porque no  ha  barrido ni ha dejado  los periódicos a la entrada de cada apartamento. Es día laborable, tal vez al regresar noten la oscuridad, que no ha sacado las bolsas de residuos; por ahora es libre de volar en el viento y volver a sus encantadores huevitos.

Probando sus alas-abanico y esa cola azul que se abre para hacer de timón, y de la que empieza a presumir, se le ocurre que podría asomarse a alguna de las ventanas de los pisos superiores, quizá pueda alertarlos. Sin embargo, al entrar al cuarto piso halla en el dormitorio de una de sus detestadas chismosas esa cadena de oro que siempre le gustó. Ya se la lleva en el pico y la pone sobre su cama cerca de los huevos. Tanto disfruta de su pequeña venganza que donde encuentra una ventana abierta pasa y se lleva  el reloj del abogado del sexto, la pulsera de la joven del segundo,  ofreciendo regalos a sus próximos pichones. Va y viene de restos de pensamiento humano a acciones instintivas; algo preocupada por su parte Adelina, pero muy contenta como urraca.

Han pasado unos días y ni noticias de la conserje. La entrada del edificio está cada vez más sucia, se acumulan las bolsas de residuos, nadie barre la vereda. Los vecinos se preocupan. Llaman a la puerta. No contesta. Prueban con el móvil. Lo mismo. Temen que le haya pasado “lo peor”. Alguien nota que la ventana no está completamente cerrada y alcanza a ver un pájaro en medio de la cama. «¡Está muerta, hay que llamar a la policía!»

Por fin,  al entrar ven el pájaro entre las ropas revueltas de la cama. El pájaro escapa. Hay tres huevos entre las sábanas y el camisón de Adelina, pero ni señas de ella. No puede haber salido por la ventana por sí misma, alguien la ha raptado. Lo extraño es que la ventana está entera, se abre desde adentro, las llaves de la puertas tanto del acceso al patio como de su apartamento están en el gran llavero que Adelina cuelga semi escondido sobre la pared.  Su ropa  ordenada sobre una silla, y ese camisón convertido en nido, vacío. Adelina no puede haber salido desnuda por la ventana. Si alguien la raptó ¡cómo hizo? ¿Por qué llevarla desnuda? ¿la mataron antes y la llevaron después? Pero no hay signos de lucha, ni sangre, sólo tres huevos de urraca y algunos objetos de los vecinos, -quienes por cierto ya han llegado a la conclusión apresurada que Adelina era ladrona y ha escapado apurada sin llevarse los objetos robados-.

Pero, una y otra vez: ¿desnuda? ¿sin lo robado? ¿cuándo ha sucedido para que haya una urraca haciendo nido sobre la cama? En el barrio nadie ha visto nada. Así comienza una ardua investigación.

La Fiscalía está desconcertada pero supone que debe haber alguna relación entre el caso Adelina y lo ocurrido en la Casa de Gobierno después de los últimos disturbios. El presidente y sus ministros hace meses que no se presentan. Se dice que están de viaje. Todos los empleados han desaparecido  misteriosamente, y a la entrada, quedan solo los gorros y los sables brillantes de los dos granaderos de guardia. En su lugar han crecido dos árboles frondosos donde han hecho nido infinidad de urracas.

Esta solitaria urraca observa desde un árbol, quiere recuperar sus huevos, pero es tarde, los han llevado a ver si encuentran misteriosas y casi imposibles huellas de la conserje o su secuestrador.

Adelina ha oído al detective. Así, su instinto de ave la empuja a volar a donde pueda construir otro nido, a donde pueda encontrar otros brillos.


jueves, 16 de mayo de 2024

CAMINOS ADVERBIALES

 


                                                                        -"el tiempo da vueltas en redondo".
                                                                           Úrsula Iguarán
                                                                           Cien Años de Soledad




 CAMINOS ADVERBIALES

 

Durante las guerras y después, mientras la tierra y los seres humanos se recomponían y volvían a comenzar; cuando  en el sur del mundo un ciego componía certeras imágenes en palabras, él, en otro sendero, fijaba en imágenes reales las más sentidas palabras.

Premiaron al ciego por sus historias imaginarias en una remota isla del Mediterráneo. Su premio conllevaba un deber: elegir a su sucesor y compañero de venturas.

Quien siempre añoró la imagen, lo eligió.

Tras muchas mañanas, llegó la hora.

Cuando fue a recibir el premio, el escritor había muerto en otro de los caminos del tiempo; pero el lugar de recepción era el mismo, y allí al momento de llegar y ver el nombre del hotel, algo corre desde el remoto pasado hasta el presente. El corazón se acelera. Está al borde del llanto. El ciego le ha devuelto su historia desde la primera imagen: ese fue el lugar elegido por sus padres para su viaje de bodas. Allí fue concebido.

166plbs.

La historia es verídica. El escritor Jorge Luis Borges (1899-1986) consideraba a Henri Cartier-Bresson (1908-2004)  el mayor reportero gráfico del siglo XX. Pero Borges, ya muy enfermo, murió antes de poder entregarlo. Fue su viuda María Kodama quien se hizo cargo. La isla es Sicilia. Allí, el nombre del hotel retrotrajo a Cartier- Bresson al momento de su concepción.


lunes, 8 de abril de 2024

HUECOS EN EL AIRE

 


  

                                                                                      



                       HUECOS EN EL AIRE

 

 

 

   Te escribo sin saber por qué. No espero respuesta, pero de algún modo creo que eres la única que puede entenderme. No habrás olvidado esos juegos al borde del mar, cuando veíamos las ondinas en la cresta de la espuma; y otras veces en los montes de eucaliptus, desde los troncos descascarados los duendes nos hacían trampas, escondían tu canasta con frutas o mi bolsa con un sándwich y una pelota. Y todos, ellos y nosotros nos reíamos. Cuando llegaba la tarde, los silfos nos empujaban a casa, y entonces comenzaba el tormento de los juicios. Para vos había una catarata casi aprobatoria de «chica soñadora, fantasiosa, esperemos que no se convierta en una romántica poco práctica.» Para mí, era peor porque nuestros relatos sugerían a mi padre un hijo por demás sensible, afeminado, « incapaz de hacerse cargo de sus deberes de hombre» en una época en la que morirse de hambre como poeta ya ni siquiera valía la pena.

    Te escribo porque sabes que nuestra inocencia fue verdadera, luminosa, capaz de comunicarnos con toda la vida de la tierra.

   En la ciudad, jamás pudimos conectar con esos amigos. Se escondían, se espantaban, huían ante toda la dureza de los ruidos sin fin, y el desprecio humano que ni los reconocía como reales, ni los recordaba como personajes de cuento.

   Te escribo por desesperación,  pensando que tal vez nunca sepas siquiera de estas líneas, ni te importe. Acaso seas ya una señora de ciudad que, riendo, cuente a sus hijos nuestras aventuras y agregue: «pensar que lo creíamos de verdad…»

   Pero no, no te negarías a vos misma. No vos.

   Cuando en el periódica en el que trabajaba me nombraron corresponsal de guerra, y me destinaron a cuanto conflicto bélico hubiere, mi padre por fin, se sintió «tremendamente orgulloso de su hijo», así lo dijo. Yo también.

   Me gustaba el título, el dinero, el viaje, una vaga sensación de peligro no muy consciente, los compañeros ágiles y rápidos con los que corría a los refugios en cuanto sonaban las alarmas, los excesos de alcohol y cigarrillos con los que creíamos estar acompañados. Y las primeras veces, al volver sanos y salvos, mostrar una cierta soberbia ante quienes nos esperaban: «No sabes lo que es estar tan cerca de la muerte.»

   Pero duró poco. En esos lugares uno se endurece por fuera, y se debilita por dentro. He visto morir gente en las guerras, pero miraba los cuerpos que caían. Sólo los cuerpos. Desconocidos, ajenos a mi sentir.

   Fue en una ciudad pequeña donde acababan de caer  dos o tres bombas, una tras otra.  El cielo lleno de humo, el aire viciado de polvo, focos de incendio, edificios destruidos, piedras, vidrios, cemento, cables, metal, todo  el escenario de la ciudad despedazado. ¿Y la gente?

   Entre los escombros un zapato, tela desgarrada, una mano buscando una salida. Sobre ellos, algo como un hueco en el aire, un hueco que recordaba vagamente la forma de un hombre, de un niño, de una mujer en el preciso instante de su muerte; por donde retrocedían hacia la oscuridad seres, pensamientos, sentimientos, voluntades que habrían querido alcanzarnos desde el futuro.  Y un sonido.  

   Traté de escuchar. Eran voces, susurros, llantos entremezclados. Después del pavor, llegaban los sueños truncados, rota la red que va de todo presente al futuro: «¿quién habrá que engendre a mis hijos, y ellos a las generaciones  que debían traer una nueva época?», o «¿en quién hago vivir ahora el calor del amor?» «¡mamá, mamá!». Y a medida que avanzaba gritos de odio, de impotencia, inútiles deseos de venganza.

   En uno de esos huecos, muy cerca del suelo vi un niño de pocos años mirándome muy serio. Abrí los brazos hacia él. Con un desprecio infinito me dio la espalda y desapareció en el aire.

   ¿Qué puedo hacer con esto? No tengo respuesta.

   Perdida la inocencia, los seres de la tierra ya no tienen nada que decirme.

   El director del periódico me ofrece vacaciones en una clínica donde curen mis desvaríos y cambiarme de sección. ¿Modas? No. ¿Política? Menos. Tal vez eventos culturales. Un amigo me incita a que me vaya a meditar al Tibet o algo parecido. El egoísmo de sanar por el olvido, y aquí no ha pasado nada. No son estos los tiempos. Parientes y conocidos compadecen mi sufrimiento sin entender. Después de todo, la vida ha sido siempre así. El problema es que ya no es así. Ha cambiado, mientras nosotros no sabemos cambiar.

   Para los cielos estoy sordo. ¿De qué sirve la conciencia a medias de un solo individuo?

   Es una soledad a la que no le queda ni el clamor.

   Te escribo también porque no quiero morir. La autocompasión es mezquina. Tampoco quiero olvidar. Seré el loco de la mirada fija en el vacío, el que dice oír lo que nadie más oye. Quiero, obstinadamente, tener esperanzas en lo humano, en el tiempo que sigue andando y cambiando, en los que se hacen cargo no solo de su vida, sino también sin saberlo de la historia de los ausentes para que la red se recomponga, vuelva a tejerse entre presente y futuro, entre unos y otros, para que aprendamos a escuchar.

Quizá nunca leas esta carta, sin embargo fuiste la presencia que alguna vez compartió conmigo lo invisible y siempre luminoso de la tierra. Fue un regalo. Te estoy agradecido.

(897Pbs.)