martes, 13 de febrero de 2018

LA POETA



                                                              Sólo en el silencio la palabra
                                                              Sólo en la oscuridad la luz
                                                              Sólo en la muerte la vida,
                                                              El vuelo del halcón
                                                              Brilla en el cielo vacío.
                                                                           Úrsula K. Le Guin

En la oscuridad de la habitación, un rayo de luz se filtra por las rendijas    de la persiana. La niña, desde su cuna,  observa las motas de polvo que danzan. Callada, abstraída en su mundo tan nuevo, lleno de maravillas como ese movimiento de puntos minúsculos en el aire iluminado, no reclama nada, sólo mira.

Su madre entra a la habitación con cuidado, en silencio, creyéndola dormida. Al verla, la niña apunta con un dedito al rayo de luz. Mientras abre las persianas para que entre el sol de la mañana, la madre dice: «Luz».

La niña sonríe y tiende los brazos.

Al borde del Pacífico, va juntando los nombres de los seres y las cosas que su dedo señala primero, y por los que su voz interroga más tarde.

Siempre hay algo nuevo. En un mismo día, el llanto de un hombre y los ojos de un perro a punto de ser apaleado le enseñan las palabras pena y miedo. Pero cuando ella misma corre a mojarse los pies a orillas del mar, bajo la luz del sol, sabe que se llama alegría.

En un baúl de juguetes guarda las historias que se cuenta a si misma, y las que oye a su padre sobre antiguos mundos perdidos.

Más tarde llegan los diccionarios y las otras lenguas. Sin embargo, es con su madre con  quien comparte los secretos y deslumbramientos que encuentra en las palabras.

Lo que no conocemos, ¿también tiene nombre? pregunta un día.

Quien conoce lo que vive en su entorno, los seres y las cosas que lo rodean, sabe nombrarlos. Y lo que se nos revela en el descubrimiento, trae su nombre consigo. Las motas de polvo que te maravillaban cuando eras pequeña, parecían no estar en la oscuridad, sólo las conociste por la luz, ¿recuerdas?

                                                          *
Adolescentes que quieren devorar el mundo, Úrsula y su amiga May comparten aventuras, corren los primeros riesgos. May  es pura espontaneidad, risa, desparpajo. Admira en Úrsula la inteligencia, la mirada observadora y llena de vida, el coraje vital. Sin embargo, el arrojo de May tiene una inocencia temible. Úrsula percibe nombres en la sombra de vivencias y sentimientos confusos apenas alumbrados por los primeros atisbos de conciencia.

Una tarde de vientos que sacuden las palmeras anunciando tormentas, Úrsula oye a su madre  hablando por teléfono. Una nube  oscura, terrible, se cierne alrededor de la mujer que llora sin consuelo. Alcanza a oír «¡Eso es algo que no tiene nombre!»

May, su amiga del alma, abusada por el tío más querido, es internada en una clínica psiquiátrica.

Úrsula  se encierra. Pasa días en la oscuridad,  los oídos abiertos al silencio.

Una tarde, abre sus puertas y pregunta:

Sabemos qué le pasó a May, entonces, ¿qué es lo que no tiene nombre?

Hay aspectos del mal que nos deshumanizan,  nos quitan la dignidad, nos acercan a lo bestial. Tememos nombrarlos por el poder que tienen.

Pero habría que tratar de deshacerlos…

¿Cómo?

Deshaciendo las palabras que los nombran.

¡Ojalá bastara! Ya están demasiado arraigados en el corazón humano, ―suspira la madre.

Pero Úrsula no se rinde.  Como el halcón en un cielo vacío de respuestas, pasará el resto de su vida trocando las palabras de lo que no tiene nombre en aquellas que iluminan la oscuridad.


(Homenaje a la gran maestra  de escritores y lectores Úrsula K. Le Guin, fallecida el 22 de enero de 2018)