lunes, 12 de junio de 2023

EL PADRE

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No voy a quedarme. No puedo criar hijos»,dijo llorando mientras hacía un bolso con sus cosas.  Fue un buen compañero. Fiel, trabajador, viajaba mucho por cuestiones de la empresa, pero nunca supe bien  qué hacía. Era muy reservado.  Sin embargo no nos abandonó del todo. Todos estos años se arregló para pagar  nuestras necesidades, tus estudios, tus vacaciones. Eso sí, la manera de hacernos llegar el dinero fue siempre misteriosa. Giros, transferencias desde distintos países con nombres extraños; una o dos veces sobres bajo la puerta. Aún hoy me pregunto cómo hacía. El banco nunca pudo darme datos.  El último saxo, ese que te gusta tanto es su regalo de Navidad.  Ya te lo he dicho, no tengo más que esta foto  del día que nos casamos hace  treinta años.  No, tal vez lo reconocería por la mirada, pero ni eso es seguro. No me tortures más. Ni siquiera sé si vive aquí o en el extranjero. Hasta podría considerarlo muerto si no fuera por esa presencia silenciosa constante en nuestra vida.

Yo lo encontraré. Necesito saber qué quiso decir con ese «no puedo criar hijos».

Tan tozuda como él. Recuerda que todos podemos tener muchas caras.

Yo también. Tomó la foto de sus padres y salió.

                                                                       ***

Tenía su determinación, una foto que nadie reconocía y un nombre por todos olvidado. Habló con primos y parientes, ninguno lo recordaba. Las guías telefónicas del país, los bancos de datos  no lo  registraban. No figuraba como deudor de impuestos, negocios fraudulentos o cosas similares.

Acudió a videntes y tarotistas. Se sumó a sociedades secretas y pasó por variadas ceremonias iniciáticas. Uno o dos gurúes dijeron tener pistas precisas que  resultaron falsas, o en todo caso tardías. Recorrió los países desde los que habían llegado envíos de dinero. Nada parecía acercarle siquiera  una pista.

Una noche de carnaval en Piazza San Marco, rodeada de máscaras, lágrimas de cansancio y desconsuelo brotaron sin control recordando a su madre: «todos podemos tener muchas caras», «o ninguna» se dijo con rabia. Se acercó una máscara. Imposible saber si  hombre o mujer. Hasta la voz sonaba deformada bajo el disfraz. Saludó, invitó, logró saber la causa del llanto, conversó, finalmente ofreció el trabajo perfecto para su búsqueda: integrar  un servicio secreto internacional, ocupado en este momento en averiguar los movimientos de Rusia contra  Ucrania. Su  trabajo consistía en seducir a  un personaje que la máscara  indicó, y fotografiar una lista de nombres que éste guardaba en su poder. Bastaba con dormirlo o desmayarlo.

En lo posible, no hay que matar, pero lleva también esto por si necesitas defenderte, le dijo, entregándole una pistola junto con un minúsculo dispositivo para filmar y grabar.

No quiero la pistola. No sé usarla. ¿Cómo te reconozco después?

Te haré saber dónde entregarlo.

En poco tiempo se convirtió en una espía experimentada  y también ella   usó nombres falsos. Sin embargo, el silencio parecía interminable. Ya no era la joven que buscaba a su padre para reclamar o saber al menos. Era una mujer cuya pregunta inicial la había convertido en un peligro para el mundo.

Aprovechó un período de descanso para revisar expedientes viejos de El Hogar como llamaban al edificio central. Un nombre llevaba a otro en una gigantesca  tela de araña. De pronto descubrió que alguien aparentemente retirado usaba las iniciales de ella alternándolas, mezclando las terminaciones según los países donde había estado. Fue una iluminación.

Visitó ex agentes jubilados, les trajo antiguos casos de la guerra fría con un aparente interés histórico y alguna vez dejaba ver la foto de sus padres.

¿Qué haces con una foto de “El Fantasma”? ¿Lo conoces?

Estaba en un expediente. ¿Por qué lo llama el fantasma?

Todos lo llamábamos así. Nadie lo veía pero siempre estaba. Hasta llegó a decirse que era un agente doble, aunque nunca se pudo probar.

¿Vive?

Creo que sí. Hace siglos que no sé nada. Cuando había alguna misión extremadamente peligrosa, se decía «hay que llamar al fantasma». Es posible que en esta nueva guerra ande metiendo la nariz en algún lado.

Una llamada de El Hogar. Tenía una misión urgente. No pudo seguir preguntando.

Esta vez será matar o morir. En Polonia un disidente ruso que pasó a nuestras filas te contactará y te llevará al agente doble que nos ha hecho la vida imposible en El Hogar todos estos años. Ya sabes, sin dejar rastros.

Se reconocieron  a la primera mirada. Ninguno dijo nada. Él vio el arma de ella pero no aprestó la suya.

¿Quieres beber?

Mejor, no.

Los dos emitieron una suerte de risa.

Una pregunta antes de. . .¿por qué "no puedo criar hijos"?

Lo has aprendido en estos años. La familia es el eslabón más débil. Tampoco la has formado. Lástima, quería que vivieras tu vida.

¿Por qué traicionar?

En un movimiento brusco él sacó el arma y disparó con precisión. La desarmó sin herirla.

Nadie sabe para quién trabaja. Tienes dos minutos para irte, dijo en un tono en el que había advertencia, amenaza, hasta intento de protección.

Obedeció a su padre.

En la calle todo tembló por la explosión de una bomba. Fuego y humo salían del departamento del fantasma.