miércoles, 10 de enero de 2018

CAPÍTULO II - De los viajes de Bernabé-1

“Levántate, huésped, y ve a descansar.
Tu lecho te aguarda.”
               La Odisea- Canto VII
 Deja en la mesa el vino de bienvenida. Volver a casa y encontrarse con Germán, le dejan el estómago y el ánimo tan revueltos como si hubiera tragado litros de agua salada. Se acuesta agotado. Suspira, cierra los ojos, pero no duerme. Cada sentimiento, cada sensación le trae recuerdos de veinte años atrás. La madre no está y ellos son otros. El afecto surgió en el primer abrazo cálido, intacto. Después, se notaron las diferencias y los esfuerzos de ambos por no chocar, por no herir, tratando de disimular la enorme distancia acentuada por el tiempo.

Hasta que en boca de Germán estalló el primer trueno:

― ¡Claro que al menos, como decís vos, yo pude despedirme! ¿Qué esperabas, que todo fuera el dinero que enviabas? No hice mi vida por cuidarla, por resguardar lo que le quedaba de ese hijo perfecto y lejano que tuvo que irse.  Y yo, tonto de mí, admirando al hermano revolucionario que nos dejó temblando por él y por nosotros, clavados en un mismo lugar.

«¿Por qué volví?», se pregunta o más bien se reprocha, aunque conoce sobradamente la respuesta. Así como se fue obligado, empujado por el terror, también volvió obligado por la madre que no pudo esperarlo, y por su propia enfermedad. Pero sabe que iguales motivos sirven también para justificar una ausencia definitiva, un darse vuelta hacia la vida que, forzado o no, hizo para sí.

Germán no puede esperar nada de él. De eso está seguro. Tampoco él de su hermano. Sin embargo, volvió, abrió los brazos y encontró los de Germán tendidos hacia él como cuando eran niños y Bernabé lo llevaba a “cococho” corriendo por la casa.

Pero apenas se enternece por la infancia lejana, sobreviene otra ola de preguntas: «¿Qué haces aquí, qué se te pierde?» «Cobarde, vuelve a lo tuyo.» «¿Perderás una vida ganada con tu dolor y tu esfuerzo, por sombras del pasado?»

Se siente un náufrago. La cabeza le da vueltas. ¿Dónde está su voluntad?  No puede ser esto todo.

Una ola de oscuridad lo alcanza, y con ella despierta la memoria.

Todavía era marinero en el pesquero. Vientos huracanados entrecruzándose, truenos y relámpagos,  la tempestad  levantó un mar que pudo con todos ellos. Recuerda una inmensa roca negra, pero no sabe si de verdad lo era o si se trataba de una ola tan alta, tan oscura, tan terrible como la que le golpea hoy el alma.

Recuerda también haberse sostenido de algo que flotaba a su lado; no sabe qué. Sacudido de un lado a otro, trata de no soltarse, de resistir, de no tragar agua, de no perder toda conciencia. No ve ningún compañero; es sólo la fuerza que le va quedando, sin pensamientos, sin sentimientos reconocibles, sin nombre. ¿Cuánto tiempo?

De pronto, sobre un horizonte impreciso cree ver, llevada por grises remeros, una nave  recortada de la negrura por los relámpagos. Aparece y desaparece detrás de las olas, pero está siempre ahí.  Hasta que tres remos sacan sus paletas del agua y en medio del rugido del mar y de los vientos, oye una voz portentosa que dice:

Marinero, sujétate de los remos, vamos, te llevaremos a la Isla de los Bienaventurados.

Ah, tan grande puede ser la tentación…

Pero, el marinero no subió al barco. La voz portentosa sirvió de latigazo a su conciencia.

«¡Gracias, Homero, por decir la verdad!» tartamudea mientras escupe agua. Pasado un instante, recobra su verdadero nombre: Bernabé.

Los hombres grises  desaparecen y en el horizonte hay un principio de claridad. Los vientos amainan.

Ahora duerme. Lleva al sueño  preguntas y temores.

Pasa la noche. Bernabé se levanta para ver el amanecer en la ciudad que apenas recuerda.

Mira un cielo amarillo suave, y sonríe ante el piar enloquecido de los gorriones.

«La pregunta no era por qué, sino para qué», piensa descansado y en calma.
Habrá de descubrirlo. Comienza a aceptar.