domingo, 26 de enero de 2020

EL BÚHO, LA SERPIENTE Y EL PAVO REAL




La llegada del pavo real  causa una gran conmoción en la granja. El establo, el corral, la pocilga, el cobertizo, parecen una orquesta desafinada con todos los sonidos que salen de los sorprendidos animales. Perro y gato desde el lugar privilegiado de su libertad y su proximidad con el patrón, miran una jaula enorme, larga y alta que los hombres manejan con dificultad y cuidado. También los gorriones revolotean parloteando como siempre, cerca, pero guardando distancia.

Ponen la jaula en el claro. Saben que el recién llegado elegirá su árbol y la rama que le convenga para dormir. El pavo real sale con cautela y cierta majestad. Mira su entorno, sigiloso da una vuelta  y abre su cola. Los gorriones enmudecen. El perro, inmóvil, no se atreve a ladrar,  respira agitado con toda su lengua afuera. El gato salta a una rama y clava sus ojos en esa cola desplegada. El gallo vuelve al corral con aparente indiferencia. Uno de los hombres dice en voz baja:

Es magnífico.

Así, en los días siguientes todo gira en derredor del “nuevo”. Las gallinas cacarean un: «puro anillo, puro anillo, ni siquiera le trajeron hembra para poner huevos. Nosotras estamos todo el día criando pollitos y alimentando a otros con nuestros huevos.» El gallo quiquiriquea: « si hablamos de crestas, la mía es más vistosa, yo soy apenas más bajo.» Las cabras opinan: «demasiados colores, me, me parece feo un animal azul.» El cerdo murmura ronco: « es un vanidoso y orgulloso. No le preocupa nadie más que él.» Los únicos que no opinan son el perro y el gato. Ambos lo observan sin acercarse demasiado.

Una tarde que amenaza lluvia, el pavo real vuelve a abrir su espléndida cola. Ya con más confianza, el perro le pregunta:

¿Por qué hacés eso?
¿Y vos por qué estás siempre jadeando con la lengua afuera?

El gato le maúlla meloso:

¿Sabés por qué te han traído?
No,  allá de dónde soy los otros animales me respetan,  porque para cuidarlos soy perro y gato a la vez, cazo alimañas, y los hombres me consideran sagrado. Mi dueña es una diosa. ¿Saben por qué me odian aquí? Yo no molesto a nadie…

El gato se mueve sinuoso, y dice:
Nuestra belleza molesta a muchos.

Guau, ladra el perro enfurruñado:
No es para tanto, ¿no? Quizás un día de estos te pongan a prueba.
Entre tanto, vos que los dirigís y los cuidás en nombre del patrón, ¿por qué no los invitas a reconocerse en los ojos de mi cola? Tal vez  se callarían un poco.

El pavo real vuela a su rama preferida, no muy alta pero bien protegida de la lluvia y se acomoda dispuesto a dormir. El gato, con el primer trueno, corre a la casa a refugiarse  en las faldas de su ama. El perro va ladrando, empujando a todos a sus corrales. Un cabrito se escapa. El perro lo corre y lo lleva de vuelta, pero en el apuro  engancha la pata trasera en un alambre. Llega a la casa lloroso y malherido.  No saldrá en varios días.

Escampa.  El perro no aparece. Hay cierta desazón en establos y cobertizos. Les gusta que los cuide, pero la independencia no está mal. Sabrán cuidarse solos. Al salir de su refugio bajo el alero, los gorriones perciben un movimiento muy rápido en el pasto crecido  y gritan: «yarará, yarará.»

La serpiente avanza hasta una piedra al sol y desde allí, muy educada y sinuosa, les habla: «Shh, shh, shé que me temen. Creen que vengo  a comerme  sus crías y a envenenar al que se ponga cerca. No es así amigos, vengo a cuidarlos.  He observado que tienen un orgulloso rival gracias al cual el hombre ya ni siquiera los mira. Les propongo un trato. Mientras el perro no venga, yo me quedaré bajo esta piedra vigilando. No me acercaré a sus crías ni a ninguno de ustedes, los protegeré y si el pavo real se acerca, lo morderé para liberarlos a todos de un inútil aristócrata que come ratones y otros animales cuando nadie lo ve. Es peligroso. Engaña con lo único que sabe hacer, desplegar su cola para que lo admiren.»

Las gallinas tienen todos sus pollitos bajo las alas y el gallo lanza un desafiante grito. Vacas, cerdos, cabras,  no dicen ni mu.
En la noche ulula el grito del búho varias veces. Solo el pavo real endereza su cuello un instante,  y vuelve a dormir.  A la mañana faltan varios pollitos, hay huevos mordidos y un lechón muerto de una picadura.

«Juro que no fui yo. Estuve toda la noche bajo la piedra.» Sisea y sisea la yarará ante animales que parecen dispuestos a pisarla, a atacar, pero no se atreven. «Iré en busca del pavo real, lo obligaré a confesar y lo mataré», protesta furiosa mientras sale de la piedra y empieza a avanzar.

No va muy lejos. Imponente,  aparece el pavo real.
¿Me buscabas?
¡Traidor, mentiroso! Mirá lo que hiciste, y los otros me culpan a mí. Antes de darte cuenta estarás muerto, salta la yarará mordiéndolo.

El pavo real sangra pero no cae y pica a la serpiente hasta verla inmóvil.
Por si no lo sabés, soy el único capaz de digerir tu veneno y transformarlo en algo bueno. Para eso sirvo.

domingo, 12 de enero de 2020

LEYENDA DE LAS LLUVIAS AMARILLAS


                                               “Mis cielos son amarillos.”
                                                                       Miguel Argibay, pintor


            —¡Padre viene sangrando bajo la lluvia! grita el niño.
La anciana se echa el manto sobre la cabeza y sale. Alcanza al hombre, lo ayuda a sostenerse y a recostarse sobre el camastro.

El arado… La lluvia… musita, mientras ella va en busca de agua para lavar la herida. Luego, vuelve a salir con un cuchillo y un cuenco pequeño, raspa  la corteza del arbusto de mirra. La resina cae amarilla en la oscuridad de la lluvia. Entra. Agrega un poco de vino al cuenco, lo mezcla y se lo da al niño.

Que lo beba  hasta la última gota.

¿Se va a morir?

No, no te asustes. Lo ayudará a dormir. Después, busca tu capote y la cuchara de oro que era de tu madre. Tenemos mucho que hacer.

Mientras el niño lleva la bebida a su padre, la mujer revuelve potes y frascos en la cocina, hasta encontrar uno con semillas diminutas.
La lluvia cae espesa, mansa, incesante. A lo lejos, le parece oír el llamado de un pájaro. ¿Una alondra tal vez?

Ya la tomó, pero la bebida se puso oscura.

Así debe ser.

Salen armados de sus curiosas herramientas: la cuchara de oro, el cuchillo, un tazón y el frasco de semillas. Corta unas hojas de helechos grandes y se las pone al niño en la cabeza.

Pareces un hongo verde.

Y tu pelo parece lluvia blanca que sale de tu cabeza.

Ríen juntos, y ella se alegra al ver que en los ojos de su nieto la nube de angustia ha dado paso al brillo por la aventura compartida. Llegan al bálsamo y la vieja vuelve a usar el cuchillo hasta lograr que salga un fluido viscoso amarillento que va oscureciéndose. Mientras se llena el tazón y la lluvia cede en intensidad, la abuela empieza a contar:

Hace millones de millones de años hubo una larga temporada de lluvias amarillas. Desde otros planetas se desprendían piedras que se iban haciendo polvo en el camino del cielo y penetraban muy profundamente  la tierra. Eso resultó ser el oro que hoy conocemos. El más perfecto de todos los metales. El rey. Los seres humanos le hemos quitado mucho a la tierra, sin embargo  todavía mezclada entre las piedras de los ríos y arroyos se puede encontrar alguna pepita.  Pero siempre hay que retribuir ¿sabes?; aún en las catástrofes, entre el cielo y la tierra hay acuerdos y retribuciones.
  Con este tazón lleno de bálsamo alcanzará para que la piel de tu padre se vaya cerrando sin ardores. Ahora que la lluvia amaina, con tu cuchara de oro debes cavar aquí. Con ella, la tierra va a sentir la caricia del rey. Le vamos a poner estas semillas que casi no se ven, para que crezca un olíbano que la perfumará; y será esta lluvia la que las empuje a crecer rápido en cuanto salga el sol.  Así, así. ¡Qué suerte tengo con este nieto de rodillas tan jóvenes! Con la panza de la cuchara aplasta la tierra. Un poco más. Muy bien.
  ¡Oh, lo que veo! ¡Arriba jovencito, que empiezan los milagros!

¿Qué ves, qué ves? salta el niño lleno de entusiasmo mientras la protección de helecho terminan de desprenderse de su cabeza.

Allá, entre las copas de los árboles, ese triángulo de cielo amarillo… Vamos, rápido al claro.

Cede la lluvia. Con la luz, las gotas parecen cristales que caen de las hojas  listas a morir en el barro. Casi sin aliento, la vieja sigue hablando mientras apuran el paso:

Todo el mundo habla de los amores del sol y la luna, pero no es así. La luna es ladrona, siempre robando luz al sol. El sol se deja, pero a quien ama es a la lluvia. Entre los dos alimentan la vida de toda la tierra, también la nuestra.

Una exclamación de su nieto la interrumpe. Acaba de descubrir el arcoíris.

Ese es el regalo que se hacen  cuando se unen. Va y vuelve de uno a otro en un arco de colores que trae consuelo y esperanza.
Ya hemos hecho nuestro trabajo; la tierra ha recobrado el amor del rey y su perfume, y sigue dando su bálsamo. Volvamos a ver a tu padre, a limpiar nuestras cosas y a descansar. Más tarde saldrán a iluminarnos las estrellas.