martes, 21 de septiembre de 2021

LA VENTANA INDISCRETA

 








 

Elvira, todavía débil por varios días de cama durante los que solo ha  probado algo de  sopa que la portera le alcanza  para luego volver al sueño, se levanta tropezando.

La ventana del living  golpea entre el viento y  los infructuosos saltos de la gata tratando de cazar una paloma. Es  por donde se asoma al mundo, sol, lluvia y   su vecino Antonio. Enferma, ha soñado con él. Se encuentran en el mercado, y él es tan caballero que carga su canasta de compras. A menudo cruza la calle con una silla para sentarse junto a Elvira a mirar el atardecer.

Ella piensa que ninguno  invita al otro a su casa por aquello de «pueblo chico, infierno grande», pero qué bueno sería tomar unos vinos que suelten la lengua y los recuerdos.

Antes de cerrar, ve luz  enfrente: Antonio está abrazado al cuello de un joven que lo empuja suavemente hacia la cama mientras le desabrocha los pantalones que se deslizan.

Ahoga un grito, quiere llamar a la policía. No recuerda el número de urgencias. Tremendas imágenes  bailan ante sus ojos.

Vuelve a la cama, a su cansancio mortal.

Por la mañana, Elvira pregunta:

¿Qué sabe de don Antonio?

—¡Pobrecito, estuvo gravísimo! Diga que el hijo vino a cuidarlo  hasta que recupere fuerzas.

Ya a solas, Elvira oculta  la cabeza  bajo la almohada con el quejidito continuo de una niña que se ha orinado. No sabe cómo esconder la vergüenza de sus propios pensamientos.