sábado, 5 de diciembre de 2020

PREGUNTEN A JUAN DIEGO

 


Podéis usar esta imagen en vuestro relato


«—¿De quién hablan, mamá, Yaya?

De nadie. Nada. ¿Por qué?

No, nada. Pusieron voz rara.

¿Rara cómo?

Como de secreto.

Las niñas no deben escuchar las conversaciones de los mayores.»

Tal como te lo cuento. Durante años. Era un susurro de verano. A la hora de la siesta, cuando se suponía que los chicos dormíamos. Sé que escuchaba un nombre de mujer, pero nunca  entendí bien o lo olvidé.   Murió la Yaya y nunca más oí a mi madre hablar con nadie de ese modo. Pero hasta pasados mis veinte años soñé con la mujer de esta foto, diciéndome «pregunten a Juan Diego». Mi madre  me dijo que en la quinta de su abuelo había un indio que cuidaba los caballos llamado así. Nada más.

¡Yo que creía que eran solo sueños, y la dama estaba entre fotos, cartas, encajes,  en el arcón! ¡No hay como mudarse para que empiecen a aparecer fantasmas todos los días! Debería tirarla ¿no? Si no sé quién es ¿para qué guardarla?

¿Pero, no querrías averiguar al menos con quién soñaste tantos años? Decís que esta mudanza es un cambio de vida. Sería bueno saber qué dejás atrás.

No, no.  Tuvo que ver con  abuelos o tíos pero no conmigo, ya está. Mi tema es Dalmiro que quiere hijos ya, y yo después de ese embarazo perdido no me siento capaz de cuidarlos.

¿Y los sueños?

Sueños son, como dijo Calderón. Tal vez a mis veinte años cuando todos estaban  vivos,  habría sido bueno buscar a Juan Diego y preguntarle por esta mujer. Aunque  como de costumbre, nadie preguntaba nada. Era más alta que mi Yaya, pero se le parece  ¿no? Pasame esa caja. Cartas, documentos, tarjetas postales. ¡Esto es la vida eterna!

Una catarata de lágrimas. Ángela la abraza.

¿Qué pasa?

Es un agobio terrible.  ¿Será la vieja historia de la niña enamorada del sirviente? Pero, ¿por qué decía «pregunten a Juan Diego», y no « me dejó» o  « me sedujo», por ejemplo?

Creo que ese indio debía saber algo que por algún motivo  calló muy bien. ¿No queda nadie de la familia de tu Yaya?

Sí, tengo una tía abuela que ya está muy mayor, pero quizá su hija sepa algo o pueda preguntarle. Ya veré. Tengo mucho que resolver antes del viaje. Mudarme, dejar el poder para la venta de la casa, ordenar  lo que queda y lo que haya que pagar mientras no estoy. Es mucho. Dalmiro se queda con la gata. También a ella la abandono.  No sé si algún día aprenderé a cuidar.

Basta con eso. A dormir.

A pesar del cansancio, Leonor no duerme. Al amanecer se abalanza sobre la caja de cartas y postales como si la vida le fuera en ello. La cosecha es prometedora: Una foto en sepia ya muy borrosa  de cuatro criaturas, tres niñas y un varón de ojos tristes vestidos de luto, apenas un encaje blanco en los cuellos. Hay otra del bisabuelo con botas y fusta en mano a punto de montar un caballo que un niño de rasgos indígenas sostiene de las riendas. «Este debe ser Juan Diego, parece menor que los  hermanos.» piensa.  Se impacienta. Quiere vaciar la caja de una vez y al mismo tiempo leer todas las cartas y postales. Hay una con un paisaje marítimo dirigida a Rita y firmada por su abuela:

Cuidado Rita. Acordate de Amalia.” Nada más.

En el fondo de la caja, un sugestivo  sobre azul. Hay una comunicación de la Superiora de un convento donde renuncia a hacerse cargo  de alguien que no menciona, e invita al bisabuelo a ir  a aclarar la situación; también hay un certificado  con sellos y firmas municipales donde consta una donación al hospicio de la ciudad. La fecha es  pocos días después de la carta de la monja.

Es hora de  ver a Rita con sus descubrimientos en la mano.

Ante la foto de los niños, Rita suspira, 

El luto por mamá.

Después Leonor muestra la postal.

Nada, mujer. No recuerdo. Pavadas de adolescentes.

Pero, ¿quién era Amalia?

La mayor. No la recuerdo. Yo era muy niña cuando se fue.

¿A dónde Rita, por favor? Mirá, traigo una carta de un convento dirigida al Tata, ¿sabés algo?

Ahora que pienso, una vez oímos al Tata gritar enojado como nunca encerrado en su escritorio. Creo que Amalia estaba con él. Aullaba algo como: «Estás loca, es mi amigo,  ni más ni menos que el Presidente ¿cómo pretendés que te crea? ¡Mentirosa! ¡Mi hija una mujerzuela loca! » Al día siguiente Amalia no estaba más. Sé que Delia, tu abuela, le mandaba cosas con Juan Diego una o dos veces al mes, pero la última vez el indio no volvió. No supimos más de él. Dejá el pasado en paz.

No puedo, tía. He soñado con esta adolescente  como con nadie en mi vida.

El convento ya no existe. Queda el hospicio.

Va, determinada, temblando. Consigue que busquen en los archivos. Finalmente encuentra una carpeta con el nombre de la tía abuela perdida.

Fecha ilegible: Menor de edad. Signos de recién parida. Delirios de grandeza. Se cree amante de un Presidente y lo hace padre del hijo que no trae con ella.

Otra hoja, otra letra, otra tinta: Actual delirio, «Juan Diego sabe. Pregúntenle.»

Defunción (otro borrón de tinta): Intoxicación. Nadie reclama el cuerpo.