martes, 11 de octubre de 2022

LAS FRUTILLAS Y LAS UVAS


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Débora empuja con esfuerzo y entusiasmo la silla de ruedas de Andrés por el jardín del Centro de Rehabilitación en el que se encuentran varios días a la      semana. Andrés colabora forzando las ruedas con sus brazos en los  desniveles del terreno.                                                                                                                

Allá, bajo el fresno, −dice Andrés.                                                                        

−¡El árbol portentoso! –ríe ella con cierta dificultad.                                                

No hay nadie alrededor. Sólo el sol, pastos, árboles y algunos pájaros, los acompañan. Débora trepa al banco de piedra como una niña, y Andrés     acomoda su silla para que puedan mirarse al hablar. Saca un libro de la bolsa de tela que lleva colgada de su cuello, y se dispone a leer.                                

Ella lo mira embobada. Él recita:                                                                        

Si nada nos salva de la muerte, al menos que el Amor nos salve de la vida…*

Mi mamá dice que yo no debo enamorarme, porque nadie me va a querer.

Pues habrá que hacerle saber que…Quien cree que todas las frutas maduran al mismo tiempo que las frutillas, nada sabe acerca de las uvas.*                    

Vuelve a reír como una criatura. Se estira sobre el banco y apoya la cabeza en la pierna de él.                                                                                                    

***                                                

Tengo excelentes noticias para usted, señora. No es sólo que termina su secundario en una escuela común con muy buenos resultados; aquí la vemos progresar día a día en el control muscular y en las habilidades manuales,         incluso baila muy bien. El hecho de que su condición sea de las más leves hace su cuerpo más espigado de lo habitual en estos casos, y por el momento los         niveles visual y auditivo están dentro de  parámetros normales. Además          continúa la directora del Centro con cierta picardía en la mirada parece que se nos está enamorando.                                                                                            

La madre de Débora salta como si la hubiera picado una avispa:                        

¿De qué buenas noticias me habla? ¿No sabe que nunca va a las fiestas de sus compañeros porque nadie quiere bailar con ella, por ejemplo? Eso, entre tantas situaciones en las que se siente observada como un bicho raro. Los     profesores los obligan a incluirla en los trabajos en grupo, ninguno de sus         compañeros la elige para hacerlo juntos. Y usted me habla de enamorarse…Si la animan en ese sentido lo único que lograrán es que alguno se aproveche de ella, que la abusen, que la hagan más desgraciada de lo que ya es…¡pobrecita!

Se atraganta entre la furia y los sollozos.                                                                

Cálmese, por favor. Débora no es desgraciada, ni pobrecita. Vive riendo, de buen humor y siempre dispuesta a hacer algo más. Tiene derecho a su vida sentimental y a vivir su sexualidad, y Andrés es un muchacho estupendo que saldrá adelante a pesar del accidente. Pronto retomará sus exámenes en la universidad y será un profesional brillante.                                                        

¿Y Para qué la quiere? No será para lucirla en congresos y reuniones,         ¿verdad? Más bien la tendrá cocinando y criando niños como ella.                

Usted sabe mejor que nadie que no es una condición previa y que tiene tanta probabilidad de tener niños sanos o enfermos como la tuvo usted; suponiendo que quiera tenerlosdice la directora casi gritando enojada.                                

Aterrada, (ni ella misma sabe cómo medir sus miedos) huye hacia el jardín, toma la mano de su hija con violencia y la despierta.                                        

Vamos dice y la arrastra a la salida sin siquiera mirar a un Andrés estupefacto que no alcanza a entender lo sucedido.                                                                

  

Durante muchos días la casa es un lugar de llantos. La hija se encierra en su habitación. De cuando en cuando abre la puerta y grita entre lágrimas:            

−¡Mala, egoísta! ¡Mamá de porquería!                                                                

Esto es lo que más duele; tanto deseó ser madre, que ya mayor lo logró, entonces el maldito cromosoma… Llora sin responder. Está segura de hacer lo mejor por su hija. Se muerde los labios como si se mordiera el alma. Adelgaza, se olvida de sí, se promete resistir hasta la muerte, pero no puede dejar de         preguntarse por ese “después” que vislumbra tan oscuro. En quién podrá           confiar…                                                                                                                                

Débora no ha vuelto al Centro de Rehabilitación. Es su madre quien atiende siempre el teléfono y ni bien oye la voz de la Directora o de Andrés, corta la comunicación. Él no se da por vencido. Está preocupado y la extraña, la extraña mucho. Cambia de táctica. Usa sus brazos, a los que llama sus piernas                 superiores, para empujar su silla hasta la puerta de la escuela. No la ve.            Insiste. Esperará. Algún día el tiempo dará la vuelta y  Débora volverá en él.                                               

Débora vuelve. Bajo el cálido sol del mediodía está Andrés. Lo ve. Corre. Se abrazan, se besan.                                                                                            

Desde la esquina, la madre los mira. La luz  que irradian, le enseña a confiar.

 

·       La primera cita es de Pablo Neruda.

·       La segunda es de Paracelso.