Giró al
escuchar el grito.
Quedó sin aire.
Algo líquido corrió por sus piernas.
Un rayo le atravesó el vientre; el llanto de la
criatura en el mismo grito.
Su niña patalea en el aire, sujeta por un
hombre de espaldas anchas.
Quiere seguirlos, pero sus piernas parecen pegadas en alquitrán a la vereda.
Sigue oyendo
el grito desesperado que clama por sus brazos para calmarse.
Tira el
bolso ¿o la placenta? hacia adelante.
Entregar lo
que sea, ¡su nena, no!
Siete años se
agolpan veloces en su cabeza, y se deshacen hacia el futuro como nubes en el viento.
Grita a su vez, y recién ahora le parece que
corre.
La niña
muerde con fuerza la mano del hombre. Se suelta.
Ella se
abalanza,
── ¡Rápido,
a casa!
La oye
correr.
El hombre gira hacia
ella. Tiene algo oscuro en la mano ensangrentada. ¿Un arma?
Se miran.
Ella lee en los ojos de él el terror y la desesperación de
los perseguidos por sus propios actos; el hombre ve en los de ella un instante de
perplejidad ante el arma con que le apunta.
Con el último aliento, ella parece preguntarse: « ¿ tan corto es el límite del destino?»
Con el último aliento, ella parece preguntarse: « ¿ tan corto es el límite del destino?»
Un calor insoportable.
Esta vez no es en el vientre; es un fuego
duro entre los ojos.
Cae.