Viktor va a
sentarse en su viejo sillón con una sonrisa socarrona entre los labios. Pone la
llave del armario bajo el almohadón. Está seguro de haber tenido una brillante
idea. No va a permitir que su nieto Gregorio se salga con la suya. Franz fue su
amigo en aquellos viejos tiempos de su Praga natal, y él no está dispuesto a
traicionarlo.
Respira con
dificultad. Cualquier esfuerzo, cualquier ansiedad, lo dejan agotado. Sabe que
le queda poco tiempo, pero no va a ceder.
Voces. La
puerta de entrada se cierra, la luz del
corredor se enciende.
Algo estremecido pero alerta, resuelve hacerse el dormido. Quiere saber qué hablan
su hija y su nieto.
―Deja a tu abuelo tranquilo, por favor. No lo mortifiques más.
Ya ha sufrido mucho. ¿Qué apuro hay?
―No es personal. Él cree que quiero sacar provecho. Eso me da rabia. Pero el Museo
de Kafka en Praga está esperando nuestras noticias. Esto es algo grande a lo
que el mundo entero tiene derecho, ¿no te parece?
―Te conozco y sé que no es interés económico, pero hay otro
tipo de interés, creo. Todavía no es tuyo, ¿por qué hablar tan pronto de algo
que no te pertenece?
―Entonces, ¿no vas a ayudarme a convencerlo?
La madre se
encoge de hombros sin responder, y va a
la cocina a preparar la comida.
―Abuelo, ¿podemos hablar?
―Te escucho.
―Yo sé que Franz fue tu amigo del alma y que las cartas que te
escribió desde Austria responden a eso; pero hoy, tu amigo Franz es Kafka, uno
de los más grandes escritores de nuestro tiempo. Pertenece al mundo. No hay por
qué privar a la humanidad de un material tan rico que serviría para aclarar
muchas cosas de su biografía, además del valor literario intrínseco.
―Trato de enseñarte a comportarte,
pero parece que tu cabeza es mucho más dura de lo esperable. Te lo dije, son
cartas personales. Franz me confío algunas cosas muy privadas relativas a sus
sentimientos por Milena. Ahora te pregunto, ¿venderías o dejarías exponer lo
que tu mejor amigo te confía, sólo porque
es famoso?
―¡Pero hay límites para todo!
―¡Mira quién habla!
―¡Ninguno vive ya! ¿Qué mal puede
hacerle a sus cenizas que se conozcan los sentimientos relativos a una mujer
que todos sabemos que amó?
―Y si todos lo saben, ¿por qué
necesitan chismear? ¿Qué quieren decir para vos palabras como respeto,
confidencia, privacidad? Los jóvenes de hoy, ¿no pueden guardar un secreto?
¿Necesitan vomitarlo todo, contarlo todo?
―La privacidad se ha perdido en estos tiempos globalizados,
abuelo; y tu Franz está muerto hace muchos años. ¿Está claro? ¡Franz Kafka
murió hace muchos, muchos años!
Gregorio calla de golpe. Acaba de
herir a su abuelo en lo más profundo del alma. Avergonzado, se muerde los
labios y lo mira.
Viktor no llora, tampoco responde. Se
vuelve sobre sí mismo.
*
Meses después Viktor muere sentado en
su sillón. Gregorio, acaso dolido por su propio comportamiento, intenta no
mencionar el legado de Franz a su madre. Trata de no pensar en ello, pero por
las noches rumia las palabras del abuelo, sin terminar de aceptarlas.
Ella anda por la casa como una sombra.
Todavía no tiene fuerzas suficientes para
ordenar el cuarto del anciano, revisar la ropa, ver qué hay para donar,
rescatar algún recuerdo de infancia.
Un día mira el sillón como por primera vez, y piensa «ha tomado la forma de
papá y el tapizado está todo gastado. Es hora de empezar».
Llama un tapicero, y comienza a revisar la habitación de su padre.
Pero no puede abrir el armario. La llave se ha perdido.
Decide traer un cerrajero a la casa, en
el momento en el que el empleado que carga
el sillón, dice:
―Señora, encontré esta llave entre el
brazo y el asiento, -y se la entrega.
El joven Gregorio sonríe. Es su turno:
hará lo que quiere hacer.
Abre el armario con cierta emoción. En
sus manos todavía tiembla alguna duda.
Saca los trajes y camisas para ver
bien. Las cartas no están allí. Tampoco en los estantes.
De pronto, descubre que uno de los
cajones tiene doble fondo. Lo desarma con cuidado.
Entre
dos tablas de madera, un nido de
cucarachas se hace un festín con los restos de papel del legado de Franz.