sábado, 21 de septiembre de 2024

LO QUE TRAJO LA PESTE

 





El mundo no la esperaba, acostumbrado como estaba a las guerras y a los avances científicos que curan casi todo. Pero llegó como un cometa violento y apresurado, de elipsis irregular, que envolvió la tierra. Su cabeza brillante nos empujó al aislamiento, nos tapó la boca para el diálogo y como premio nos dejó la brillantez de algunos dispositivos.

Oh, alegría! Pudimos hablarnos, escribirnos y hasta vernos las caras. Pagar cuentas, trabajar,  saludar en fechas olvidadas, desesperarnos por el mal de un ser querido, ni hablar de su muerte. Era genial, no había que poner el cuerpo.

Estábamos más pendientes de ellos que de cualquier mascota. Entonces aparecieron las noticias  del mundo entero; infinitas publicidades  nos acercaban todo al hogar. Trocitos de piezas musicales, de poemas, recetas de cocina;  fotos de amigos y parientes de cuando teníamos otras caras, otros kilos, otro cabello, otra sonrisa, y hasta otro compañero. Supimos de casamientos y divorcios de ignotos personajes, y nunca estuvimos tan cerca de las realezas del mundo. Imágenes e historias que duraban  segundos  y desaparecían. Imposible volver a hallarlas a no ser que muchos, muchos, las hubieran acompañado con el signo de la mano imperial  pulgar hacia arriba, o aquel  corazón rojo que no comprometía ningún amor. 

Al cabo del día  la cola del veloz cometa se deshace en polvo en la oscuridad. De cuanta información creímos tener, no nos queda  más que algún rostro querido grabado  ya desde siempre en el alma.

Y en ese polvo deshecho en el cosmos, de pronto nos diluimos también nosotros mismos, sin meta ni propósito, sin más deseo que volver a la red buscando la ilusión de existir. Eso sí, siempre lo más rápido posible, con la fugacidad de un cometa.