viernes, 9 de mayo de 2025

PENÉLOPE

 



PENÉLOPE

 

 

 

Esperé, esperé, esperé casi mil años tejiendo destinos. Llegó el momento, un camino de cambios rápidos que casi no pareció espera. De pronto me encontré en una cueva cálida y oscura, seguramente próxima al mar porque oía el sonido de olas pequeñas contra la playa como un acunar, y de tanto en tanto una voz acariciante que podría ser la mía o una ola formándose. También, con menos frecuencia, como si le costara crecer, una más grande de sonidos profundos. Sobre todo, oía un tambor que dictaba el ritmo de mis miembros al nadar. Y volví a esperar.

Al principio la cueva se agrandaba. Yo no veía ninguna salida. De pronto, empezó a contraerse y expandirse al ritmo del tambor. Los sonidos de las olas eran cada vez más fuertes y definidos aunque ya no podía nadar empujada  a una única posición.  Dejó de ser agradable. Era una prisión que me ahogaba. Me rebelé, sin embargo reconozco que la cueva me ayudó. Un rayo de luz. Un dolor terrible. Grité. También la cueva gritó. Ambas oímos:

¡Es una niña!

Era la vida: con cada deseo, una espera. Con su satisfacción, la aparición de una nueva espera. Escalones que en su continuidad simulan una escala infinita. Un día amaneció un descanso, aunque con otra posición del alma. Llega la luz de invierno. Ahora espera volver nuevamente a otros mil años corrigiendo los hilos del destino.

 

 

 

(235pbs.)