¿QUIÉN?
Anónimo
18
Otilia sueña.
También la marquesa sueña. Son sueños muy diferentes. Ya hace varias noches que
Otilia, ayuda de cámara de la marquesa, sueña con una voz misteriosa que le
relata historias trágicas, espeluznantes, de seres y amores cosidos y descosidos,
y que sobre la madrugada insiste: «Otilia, debes publicar lo que te dicto». La
pobre se desvive en angustias y temblores. ¿Quién le habla? ¿Por qué a ella que
no sabe escribir? Sueña de noche y llora y tiembla de día con el único consuelo
de contarle sus sueños a Fermín, su marido y jardinero del parque de la
marquesa.
Fermín, con
el cuidado que dedica a sus plantas, desmaleza para que la angustia no crezca,
barre hojas muertas, limpia de parásitos los tallos. Mucho más no puede hacer.
Lo poco que él sabe de las letras, lo va dibujando noche a noche después de la
comida del día. Otilia aprende con entusiasmo, pero ambos saben que no alcanza,
que para los sueños nunca alcanza.
Los sueños de
la marquesa podrían denominarse mejor como ilusiones, ensoñaciones diurnas por
lograr una gloria que excede en mucho su posición social o su dinero. Quiere
ser famosa hasta para la historia. Pero no sabe cómo. Suspira de aburrimiento. Ni
sus caballos, ni sus perros, ni su Salón de los Jueves son suficientes. Sus
desgracias son la ausencia de actividad y de imaginación. Pero en ella no todo
es pereza. Borda magníficos tapices que representan los triunfos bélicos de los
antepasados de un marido casi siempre ausente. Un marido que en esa ausencia ha
sido entronizado hasta el fanatismo como ideal humano, ese ideal que a ella le
gustaría tanto conseguir…Pero ya se sabe, las mujeres son un subgénero cuya
mayor cualidad es el silencio.
Así, tal como
el viento acumula nubes livianas y densas que provienen de distintos lados, un
día suspiros y angustias se encuentran. Otilia se deshace entre hipos y
llantos. La marquesa súbitamente deja de suspirar. Abre su boca entre el
asombro, la chispa de un descubrimiento, la posibilidad de algo que la
entusiasma, ser útil a otra persona.
Durante meses
Otilia cuenta sus sueños y la marquesa traduce con tino y sensibilidad tanto
las palabras como los tonos y los gestos de Otilia. Al cabo, más que una
marquesa y su ayuda de cámara, resultan amigas y confidentes. Pero hasta las
Mil y Una Noches llegan a su fin. Los sueños de Otilia se desdibujan. La voz
deja de acosarla, y la marquesa comprende que hay una obra terminada.
−Otilia, −dijo la marquesa esa tarde−
has completado tu obra.
−Pero, señora, la voz siempre dijo «debes publicar lo
que te dicto».
−Somos mujeres, ¿quién querría publicarnos? Puedo
intentarlo usando el título de mi marido, pero ¿lo leerán siquiera sabiendo que
está escrito por una mujer?
Y Otilia
vuelve a llorar. También ella durante esos largos meses ha encontrado una nueva
vida, y hasta es capaz de leer de corrido lo que ha dictado, aunque no entienda
ciertas sutilezas del lenguaje de la marquesa. Ya no es la misma. sabe sin
embargo que aún no ha cumplido el mandato de una voz que no es la suya; una voz
que para ella nunca tendrá un cuerpo.
Cada tarde
las dos mujeres se enredan buscando soluciones. Cada noche Fermín se resigna a
la nueva obsesión de Otilia. ¿Cómo cumplir con la voz? Gracias a su dictado ha
aprendido a leer y escribir. Le debe algo. No puede dejarlo así. Ama a Fermín
pero su mayor compromiso es con la voz.
Acaso por cansancio, o por generosidad de
corazón, Fermín un día propone su nombre como posible solución, sin saber dónde
los lleva eso. Las mujeres se entusiasman. La marquesa mueve sus hilos y la
obra se publica con gran éxito bajo el nombre de Fermín Gutierrez, autor que se
niega a dejarse ver, dispuesto a comunicarse solo a través de la marquesa a
quien ha dado el poder para recibir los beneficios. Sorprende su estilo de una
sensibilidad casi femenina.
Con los años
y las ganancias que la marquesa ha
sabido acrecentar, Otilia y Fermín se retiran a un pueblo alejado del
marquesado.
A la muerte
de la marquesa, nadie sabe dónde encontrar a Fermín Gutierrez. Los tiempos han
cambiado y empiezan las curiosidades, intrigas e investigaciones por las firmas
con seudónimo. Crece la necesidad del “saber- quién- fue”. Por algunos papeles
encontrados en el gabinete de la marquesa, se llega a la conclusión casi irrefutable
de que la obra fue escrita por ella.
Ya anciano,
alguien reconoce a Fermín como el jardinero de la marquesa y hace la pregunta.
Fermín solo contesta «¿Yo? Si apenas sé leer. Será otro.»
Muere también el jardinero, pero esta vez nadie pregunta nada a la vieja Otilia, viuda y sombra de Fermín,
aunque también ella trabajó para la marquesa. «Gente buena, pero ignorante»,
dicen por ahí.
Otilia guarda
silencio. Gracias a su marido y a su patrona ha cumplido el mandato; de regalo hoy sabe leer y escribir, sin embargo
ella tampoco sabrá nunca de quién era la voz.