La gente
pasa sin verlo. Hace días que la lata a sus pies no recibe una moneda.
En la
esperanza de lograr algún dinero, el ciego consigue un arma de juguete y se
hace ladrón. Sin embargo, dada su condición,
resuelve permanecer en la esquina del banco, el lugar de siempre.Pero, hay un
cartel: «Hoy no se atiende por huelga».
Llega una
señora. El ciego sigue un perfume que le habla de riqueza. Empuja a la señora y, sin saberlo, apoya el arma allí donde la espalda cambia de
nombre. Ella siente algo firme haciendo presión.
―Vamos juntos, ahora ―le
dice al oído.
―Hoy no es posible ―musita la señora,
sin volverse.
El futuro del ladrón agoniza en esas
palabras.
―¡Será mañana, entonces! ―amenaza
enojado, aumentando la presión.
―¡Caballero, soy una mujer casada!
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